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Sam
—¿Qué sucede, Paul? —preguntó Emily con suavidad mientras lo observaba con preocupación, notando que su plato estaba casi intacto.

Paul no levantó la vista de la mesa, su mandíbula apretada mientras intentaba controlar su irritación. Hacía semanas que no era el mismo, pero lo que realmente preocupaba a Emily era el hecho de que ya no comía como antes. No comía con el desenfreno habitual de los lobos, como si algo estuviera apagando la bestia que vivía en su interior. Y todos sabíamos la razón.

Todo comenzó el día que Katherine se enteró de lo que realmente era: una Bahi, un ser sobrenatural con un legado tan antiguo como el nuestro, con un poder que rivalizaba con el de cualquier criatura. Desde entonces, Paul había cambiado. Algo en él había despertado, una tensión latente que surgía cada vez que Katherine estaba cerca, o peor aún, cuando no lo estaba.

Todos en la manada sabíamos lo que ella era, al igual que los miembros más viejos del consejo. Lo que Paul no sabía, lo que le habíamos ocultado por órdenes directas, era que él y Katherine estaban destinados el uno al otro. La naturaleza había decidido su destino mucho antes de que ellos lo supieran, y ahora las consecuencias de esa conexión estaban comenzando a desatarse. Era por eso que sentían esa tensión constante, esa atracción que se manifestaba en momentos de furia y deseo, dos extremos que apenas podían controlar. Pero no podíamos decirle nada. El consejo había sido claro: este era un camino que Paul y Katherine debían descubrir por sí mismos.

Y luego estaba él, el vampiro rubio. Jasper, o Justin, o como fuera que se llamara. Solo pensar en su nombre hacía que la rabia de Paul se intensificara. El maldito Cullen también estaba vinculado a Katherine de una manera que nadie podía entender por completo. Era esa maldita conexión que ella tenía con ambos lo que estaba desquiciando a Paul, llevándolo al borde.

Aunque no podía interferir en lo que el consejo había dictado, como alfa de la manada, mi responsabilidad era cuidar de los míos, y eso incluía proteger a Paul de sí mismo.

—Paul —dije con firmeza, obligándolo a mirarme—. Ven conmigo.

Sin decir palabra, él se levantó de la mesa, sus movimientos tensos y calculados. Supe de inmediato que esta conversación no sería fácil, pero era necesaria. Nos adentramos en el bosque, el aire fresco de la noche envolviéndonos mientras caminábamos en silencio. Cada paso era pesado, cargado con lo que ambos sabíamos que debía discutirse.

Finalmente, cuando estuvimos lo suficientemente lejos, me detuve y lo enfrenté.

— ¿Vas a decirme qué demonios está pasando contigo? —le pregunté, cruzándome de brazos. Paul era fuerte, terco como una mula, pero yo también lo era. No iba a dejar que me evitara más.

Paul no respondió de inmediato. Sus ojos se desviaron hacia la espesura del bosque, pero pude ver cómo sus manos se cerraban en puños, temblando ligeramente, intentando contener la furia que hervía en su interior.

—Es ella, ¿verdad? Katherine —dije, observando su reacción. Paul cerró los ojos con fuerza, como si la sola mención de su nombre provocara una mezcla de emociones que no podía controlar.

—No lo entiendo, Sam —murmuró finalmente, su voz ronca por la frustración—. No sé qué demonios me pasa cuando estoy cerca de ella. Y luego, cuando la huelo... —Su rostro se endureció, y supe exactamente a lo que se refería—. Esta noche, cuando volvió, podía olerlo. Olerlo a él, a ese maldito vampiro. —Su voz se elevó con rabia contenida—. ¿Qué está haciendo con él? ¿Por qué sigue viéndolo?

La furia que irradiaba de Paul era palpable, pero detrás de ella había algo más profundo: el dolor. El hecho de que Katherine hubiera estado con Jasper esa noche, y que el aroma del vampiro impregnara su piel, lo estaba destrozando por dentro.

MOON | • Paul Lahote • Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora