El interrogatorio de Adrien le daba un mal sabor. Sus preguntas aún rondaban en su mente, como una espina clavada.
Sin querer pensar en ello, se detuvo en la cocina, antes de pasar a su habitación. Ahí, revisó la caja de medicamentos. Necesitaba un analgésico pero no encontraba ninguno y, de haberlo, seguramente estaría vencido.
No recordaba la última vez que había ido a la farmacia a reponer la caja en caso de emergencias. Se recordó mentalmente hacerlo luego. Y también se recordó desechar los que había ahí.
Mientras agitaba los blister y los frascos de jarabe, removiéndo el contenido y haciendo que choquen entre sí, Adrien escuchaba el sonido desde la sala.
Ella resopló hondo, se detuvo y se recostó en la pared cerrando los ojos, como si esperara a que el dolor la venciera. No fue así. En verdad el dolor muscular estaba aumentando.
Él se incorporó y caminó en silencio hasta llegar a la puerta, con un gesto serio. Percibía la creciente irritación en ella, pero al no poder leerla, no estaba seguro de si era por el dolor físico o por la conversación anterior.
De repente, Mel abrió los ojos, recordando algo; tenía analgésicos en su mochila. Rouse se los había dado una vez cuando le pidió guardarlos y olvidó pedirselos de regreso.
Buscó el bolso en su habitación, rebuscando hasta encontrar la caja. Sacó una pastilla y volvió a la cocina en busca de agua.
Él miraba todas sus acciones desde el mismo lugar— Sabes que esos analgésicos no hacen más que daño, ¿verdad?
Ella lo escuchaba mientras el vaso se llenaba con el agua del grifo— ¿Ahora también eres médico? —cerró el caño con desinterés.
— Algo así
Su respuesta no le hizo sentido— ¿Qué? —bebió un poco antes de decidir si tomar la pastilla— Qué quieres decir con eso.
— Digamos que he tratado alguna herida y dado algunas inyecciones en una que otra ocasión
Sep, carecía de lógica. Se suponía que él se encargaba del dolor. Es decir, de infringirlo, no de repararlo. Sin embargo, el tono indicaba que no parecía estar mintiendo o bromeando, tenía el semblante serio. A lo mejor sí que era posible.
— No entiendo. ¿Eres un demonio o un ángel?, ¿por qué ayudarías a alguien a curarse?
— ¿Quién dice que no me gusta ayudar a la gente? —preguntó con arrogancia.
Levantó la ceja, incrédula— ¿Es así?
— Algunas veces, sí —le sonrió. Y Mel no supo por qué —. En realidad, puedo ser muy benevolente.
Bufó interiormente. Él y su estúpida arrogancia. Terminaba por colarse en cualquier conversación.
— Como sea —dijo, y sacó la pastilla del empaque—. Igual lo necesito, el dolor está aumentando y no quiero aguantar eso.
Adrien miraba la pequeña píldora en su mano— Es solo un golpe, te sanará solo. No vas a morir ni nada, en serio no necesitas esa cosa —le señaló con desprecio.
Lo miró, con la pastilla aún en la mano derecha— Sería "solo un golpe" si me hubiera pegado yo sola contra algo—«Eso tiene sentido, ¿no?» pensó para sí—. Si el objeto que lo causó no habría recargado toda su energía contra mi pierna —dijo con seriedad.
Y seguro que eso tendría una explicación fisica, porque sabía que lo que decía tenía sentido aunque no pudiera explicarlo del todo, pero esa nunca había sido su materia favorita.
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Almas Carmesí
Lãng mạnEl sufrimiento ha sido parte de su vida, y ha creado inmunidad para ello. Por eso, cuando el hijo de Lucifer, un seductor demonio, se le aparece y elige su alma para arrastrarla a la condena eterna, a ella no parece importarle. Ambos están atrapados...