36 | Vacilación

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— ¿No vas a dirigirme la palabra en todo el camino? —preguntó Mel. Adrien le sostenía por el hombro, su mano era un ancla que servía de apoyo cuando su cuerpo se tambaleaba hacia un costado, a la vez que trataba de impulsarla para apresurarla, sin embargo, con cada paso, Melisa apenas podía con el peso de sus párpados cerrándose—. Habías dicho que no estabas enojado.

— No lo estoy —respondió cortante, su mente estaba ocupada dando vueltas en otro asunto—. Solo pensaba en algunas cosas.

Melisa dio un suspiró de cansancio, no tenía energías para insistir, ni siquiera podía marchar correctamente. Su concentración se desviaba por el agotamiento.

— ¿Resolviste... esos asuntos que tenías con tu padre? —le costaba incluso articular con claridad.

Adrien la miró brevemente antes de volver a mirar hacia adelante— Más o menos —respondió de manera simple— ¿Te divertiste tú en mi ausencia?

— Uhm, yo no lo diría de ese modo —dobló uno de sus zapatos en un desplazamiento torpe, haciéndole tropezar y forzándole a sostenerse de un poste para evirar caer. Permanecieron allí un momento, mientras se arreglaba el zapato que ya estaba destrozado—. ¿Todavía no me piensas contar qué es lo que fuiste a hacer? Tardaste un poco demasiado.

Adrien no respondió, ella lo miró un instante y él solo negó con la cabeza— Preferiría no hacerlo —dijo, cerrando el tema.

Melisa iba a replicar pero no le dio oportunidad de siquiera pensar en hacerlo. De repente, un tipo con capucha apareció en la esquina y la agarró de los brazos, tirando de ella con fuerza. El sueño que había estado sintiendo se evaporó de golpe por los niveles de cortisol que le iban recorriendo, pero los efectos del alcohol seguían nublando su capacidad de reaccionar.

Ella no podía ver bien el rostro del atacante debido a la oscuridad, pero Adrien podía ver perfectamente y reconoció de inmediato que era Thomas.

Sintió que su pulso se aceleraba. Se movió rápidamente hacia ella, tratando de arrebatársela, sin embargo, Thomas la mantuvo pegada a él, sosteniéndole de las muñecas.

— Ni se te ocurra seguir acercándote —tomó ambas muñecas, levantándolas con su mano izquierda, sacó un cuchillo del pantalón y lo apuntó hacia su estómago—. Voy a clavárselo si sigues avanzando.

La respiración de Melisa se detuvo al sentir el frío del metal contra su ropa, su cuerpo estaba en estado de alerta pero todavía no podía pensar con claridad. Ni siquiera emitió queja alguna.

Adrien se detuvo— ¿A ti no te quedó claro con quién te metes desde la última vez que intentaste hacerle algo?

Thomas soltó una carcajada— Ya sé perfectamente quién eres. El hijo del diablo —dijo, saboreando las palabras con arrogancia. Cada pequeño gesto que hacía movía el filo de la navaja también y eso ponía más nerviosa a Mel—. No eres el único con ese título, ¿verdad?

Adrien se congeló por el comentario. Se acercó solo un poco más, calculando la distancia necesaria para percibir la bullía en su mente. Y lo sintió; efectivamente, era Dante. Había estado hablando con Dante.

Thomas retrocedió— Estoy hablando en serio. Voy a enterrarle el cuchillo si das otro paso.

Los músculos de Melisa se tensaron, ya no podía contener el aliento, quería buscar la manera de apartarse.

—Vete de aquí si no quieres que te rebane los brazos.

— No te hagas el valiente amenazándome —respondió Thomas—. Ya vi lo que tenía que ver, no te tengo miedo, maldita escoria.

Almas CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora