3 | Frustración

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Desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde –y a veces incluso durante todo el día– Melisa trabajaba a medio tiempo en "Fresde", una heladería que se encontraba aproximadamente a treinta minutos de su casa, veinte si corría. Y debía hacerlo ahora, ya que el tiempo se le había pasado tratando de despejarse de la resaca que le seguía.

No podía permitirse a sí misma faltar casi nunca, ni siquiera solía tomar sus días de descanso, para así poder aumentar un poco más de su sueldo. Incluso había llegado a trabajar con 40° de alza térmica, esforzándose por aparentar buena salud a pesar de su malestar, aunque su jefa ya la había regañado por ello.

Le tenía mucho aprecio.

Gracias a su abuela y a la herencia de la pequeña casa en la que ahora vivía, no necesitaba ahorrar para el alquiler. Tampoco se inquietaba mucho por el servicio de internet; si era realmente necesario podía ir a la universidad, que de hecho quedaba mucho más cerca que su trabajo, y conectarse allí. Pero aún así necesitaba dinero para cubrir el resto de los servicios, comprar ropa y comida, y de vez en cuando –al menos así le gustaba pensar– para permitirse comprar una botella de vino.

De igual manera tenía reservas en una vitrina de su sala.

Marie, su abuela, también le había dejado un seguro universitario, por lo que tampoco tenía que preocuparse por los gastos educativos. Era probablemente por estas razones que el resto de la familia sentía tanto desprecio por ella, aunque el resentimiento había empezado a crecer desde mucho antes de que tuviera uso de razón.

Su abuela era, definitivamente, la única persona en su familia por la que no había sentido rechazo ni repudio, y el sentimiento iba en sentido contrario. Cuando Marie murió, dejó a Melisa en un infierno, del que a penas pudo salir al terminar la secundaria. Aunque de vez en cuando iba tras de ella, rastreándola.

A pesar de todo, el trabajo a veces le ayudaba a mantenerse ocupada, lo cual era útil para que su mente no divagara y le hiciera daño.

Después de unas horas de haber llegado a su puesto, la afluencia de personas en Fresde había disminuído considerablemente. Atendía al último cliente de la fila, mientras Adrien la observaba en silencio desde una mesa cerca de la entrada. Invisible. Sin que ella supiera.

Al terminar su atención, Melisa se dispuso revisar el registro del sistema y a contabilizar el dinero, inmersa en su rutina.

Adrien vio cómo la última persona abandonaba el local cuando se decidió por acercarse hasta ella, avanzó en su dirección, acomodando el cuello de su abrigo. Al llegar a su lado, se hizo visible recargándose en el mostrador.

Melisa dió un salto y se quedó inmóvil con los billetes aún en la mano, sin saber qué hacer— Q-qué —dijo nerviosa. Se quedó adormecida por un rato. Esta escena no podía ser. Hasta sentía que estaba viendo borroso de la impresión, y llevaba sus lentes puestos— ¿Qué haces aquí? —dejó el dinero en la caja y la cerró de golpe con un gesto brusco.

Adrien sonrió al notar que finalmente estaba logrando la reacción que había buscado desde el principio— Vine a ver cómo vas con este aburrido trabajo tuyo.

Melisa no dijo nada, solo se fijaba en los ojos color ambar que antes no había podido apreciar bien, y que parecían imanarla. Trataba de procesar y hallar una explicación pero su lógica la había abandonado. Él dejó de apoyarse pero no desvaneció la sonrisa— ¿Qué ocurre?, ¿no vas a decirme nada?

La mente de ella volvía a ser un nudo que no era capaz de deshacer. Trató de reaccionar. Una corazonada le hizo retroceder, buscando distancia.

Quería intentar a probar algo para confirmar que no estaba loca, pero si resultaba como pensaba, no sabía qué iba a ser de su pobre cordura

Almas CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora