18 | Hastío

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Melisa tenía el tiempo contado.

Había estado procrastinando los tres últimos días y no se había molestado en entregar su proyecto de neuropsicología.

Sentada en las escaleras fuera de la oficina de Mónica, terminaba de anillar y archivar las hojas antes de que fueran las dos de la tarde y el plazo de entrega se acortara más. Sentía el peso del tiempo –y de su irresponabilidad– en sus manos.

Le había pedido a Adrien que no la interrumpiera mientras se concentraba en estructurar los documentos, y de hecho, lo estaba haciendo, no había emitido ningún comentario desde que llegaron allí. En realidad, quien interrumpió fue otra persona.

Rouse se acercó hasta ellos con Lucas siguiéndole los pasos.

Su saludo fue suficiente para que Adrien levantara la vista y respondiera con un leve gesto. Melisa, en cambio, no apartó los ojos de su trabajo.

— Oye, Mel —dijo Rouse, provocando que la mirara por unos segundos, mientras aún mantenía sus manos ocupadas—. Sabes que hoy en la tarde se estrena La danza infinita en el cine.

Recordaba perfectamente aquél libro. La danza infinita era el favorito de Rouse, a quien leer se le daba por gusto. A Melisa, en cambio, se le hacía algo tedioso, pero se lo había leído igual por petición e insistencia de su amiga.

Admitía que no le había parecido un mal libro, pero no era algo que le apasionara y seguramente no se lo volvería a leer por placer propio.

— Pensé en ir a comprar las entradas ahora mismo —continuó Rouse con entusiasmo—, antes de que se acaben, vi las butacas por la web y ya casi no quedan. Dime por favor que no tienes que trabajar hoy —se inclinó un poco más, buscando una respuesta rápida.

Mel sonrió, enfocada en su tarea, todavía mirando las hojas que acomodaba. Sus dedos se movían con agilidad pero ya estaban un poco adormecidos por la fatiga— No, no tengo.

Ciertamente no vería aquella película por voluntad propia, pero tampoco le molestaba la idea de ir con Rouse. Le venía bien pasar un rato sin pensar en su vida ni en sus responsabilidades.

— Ah, perfecto —juntó sus manos—. Entonces vamos a ir a verla. Yo compro las entradas por ti y te veo más tarde.

Dio por sentado que Melisa había aceptado incluso sin haber pronunciado palabra alguna luego de eso, y a ella no le molestó, su felicidad era contagiosa.

Rouse supuso que lo que estaba haciendo con tantos documentos regados por los escalones era importante y no quiso seguir molestando. Pero se dirigió hacia Adrien antes de irse—. ¿Tu vienes?

A él la idea le resultaba absurda, una pérdida de tiempo— No, gracias —dijo—. La verdad nunca me ha atraído mucho la idea de ver una película.

Las películas eran un escaparate de lo predecible, el mismo patrón repitiéndose incontables veces. Mortales fingiendo emociones era una de las cosas más ridículas que él consideraba. Y todavia más cuando era para fines de entretenimiento. Como si fueran animales de zoológico para divertir a su propia especie.

— Oh, qué lastima

— ¿Por qué? —preguntó él con curiosidad genuina ante el interés que había tenido la chica—. ¿Es tan buena que me voy a arrepentir por no ir?

Rouse le sonrió, encontrando su respuesta como una invitación para compartir lo mucho que le gustaba— Por supuesto. El libro es tan bueno que, si hubieras estado aquí el año anterior, te habrías encontrado a una persona por cada esquina del campus leyéndolo.

Y era cierto, el año pasado hubo una especie de fiebre por ese libro. Lo cual pasaba muy raras veces, y Melisa no entendía por qué. Como pensó antes, efectivamente era bueno, pero no era para tanto.

Almas CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora