Habían pasado unos cuantos días más y a medida que avanzaban, Melisa finalmente encontró la forma de salir de su distimia, antes de que la empujara hacia algo peor.
Tenía muchos libros pendientes que analizar para los examenes que le quedaban esa semana. Y como siempre había pensado, mantener su mente ocupada evitaba que cayera en las sombras de su pasado.
Sin embargo, por más se esforzara en escapar, terminaban por alxanzarla. Desde hace tres días, para ser exactos, su bandeja de entrada se había llenando con mensajes breves, pero cargados de amenazas. De alguna forma, Sandra siempre encontraba el tiempo para fastidiarle.
Si la bloqueaba, buscaría otras formas de contactarla, y no quería tener su visita en la casa nuevamente. Así que solo optó por silenciarla. Pero cada vez que necesitaba usar su móvil para buscar algo o comunicarse con Rouse, ahí estaba, ese molesto número en la equina de la pantalla, que indicaba la cantidad de mensajes no leídos.
Cada vez que lo encendía, el número aumentaba, y así iba a seguir. No tenía planeado responder a sus provocaciones.
Pero el asunto ya le estaba cansando.— Pareces distraída con algo —comentó Adrien, saliendo de la cocina con una manzana en la mano.
Melisa giró su cuerpo para observarlo, sujetándose del respaldo de la silla para mantener su posición— Pensé que no te gustaba comer —dijo con un dejo de curiosidad.
— Solo algunas cosas —señaló la fruta que sostenía—. Las escrituras mencionan esto por una razón —sonrió antes de darle una mordida.
La verdad Adrien buscaba llamar su atención, pero no podía haber fallado más. Renegó por dentro. La decepción que se generaba por no obtener una reacción de regreso, aumentaba, y le irritó encontrarse a sí mismo deseando atención con una urgencia casi humana.
Mel le dio la espalda de nuevo, encendió el teléfono— Es Sandra —dijo, respondiendo a la pregunta que había hecho antes—. Parece que la invoqué o algo. No deja de pedirme el dinero por mensajes.
Ingenuamente, Melisa había creído que su madre tomaría esa discusión por cerrada y se olvidaría de ella, ¿y en qué realidad eso iba a cumplirse?
— Esa mujer no va a dejarte tranquila
— Lo sé. Y aunque yo cambiara de número buscaría la forma de contactarme igualmente.
— Va a fastidiarte la vida si no la detienes.
— ¿Y qué quieres que yo haga? No es tan fácil. Estoy tratando de mantenerme lo más lejos posible, pero son ellos quienes me siguen el paso.
— Así no funcionan las cosas —caminó hasta quedar frente a ella—. Si quieres, yo puedo hacer algo.
Melisa analizó su marida cargads de intenciones ocultas, había malicia en ella— No. No quiero que hagas nada.
— ¿Y por qué no? Puedo hacer que desaparezca de tu vida para siempre, si me lo pides
Apartó la mirada. No. Sabía a lo que se refería, su mente proyectaba imágenes de lo que eso implicaría, y se odio así misma por considerarlo siquiera. Esa clase de poder no era algo con lo que quisiera jugar. No quería pasar ese límite, se lo mereciera o no. Significaría dejarse caer en esa oscuridad.
— No quiero eso. Solo quiero que me deje en paz.
— Hay cosas que no vas a poder solucionar de manera convencional. Tú ni siquiera tienes que mover un dedo —le dio otro mordisco a la manzana. El sonido al masticar a Melisa se le hizo extrañamente relajante—. Si no la apartas, va a seguir estorbandote —masticó despacio y tragó—. Yo solo te ofrezco una salida.
Una salida que le costaría la consciencia. Le ofrecía un alivio tentador, pero cederle el control tendría consecuencias que no se podían revertir.
— No quiero manejar las cosas de ese modo—dijo, más para convencerse a sí misma que para detenerlo.
— Como quieras —dijo él—. Igual puedo ayudar de otra forma.
— ¿Qué mas piensas hacer? —le cuestionó—. Ya dejaste a Thomas en el psiquiátrico, y ahora me atormentan con eso también.
Entrecerró los ojos— ¿No prefieres que te atormenten con eso a que te encuentres otra vez en la situación en la que te tenía?—dijo, y Melisa pudo ver como lo decía casi con un extraño fastidio. Pareciera que aquella situación le había molestado más a él que a la misma Melisa.
Se quedó callada ante la pregunta sorprendida por el tono de sus palabras. Él también estaba en silencio al notar el peso de lo que había soltado sin querer y, por un instante, el ambiente se volvió tenso entre ellos.
Adrien se maldijo internamente, ¿qué le importaba lo que le fueran a hacer con ella?
No, pero sí le importaba. Porque Melisa era el recipiente de su alma por ahora, así que tenía sentido que se inquietara por ello, necesitaba proteger el estuche que la contenía. Era era la razón lógica detrás de la preocupación que se había estado formando en él últimamente. Sin embargo, una pequela parte de él no estaba tan convencida de esa justificación.
El silencio que se prolongó fue incómodo, incluso para él, que solía dominar las situaciones con facilidad. No se había dado cuenta de que tenía la mandíbula tensa, tampoco de que tenía los ojos puestos en ella por más tiempo del que le habría gustado admitir, fijándose en cada detalle de su rostro.
Ella notó la incomodidad en la que él solito se había metido— ¿Te pasa algo? —preguntó finalmente con voz suave, quebrando la quietud.
«Sí, creo que me pasa algo» sacudió sus pensamientos, admitiéndolo en su mente. Pero lo último que quería era aceptar esa ridícula idea, y mucho menos confesarlo en voz alta.
— No es nada. Solo pienso que deberías dejarme hacer algo con este problema —dijo, intentando desviar el sentido de su propia reacción. Se llevó la manzana a la boca nuevamente, esta vez solo por querer hacer algo que lo sacara del desagradable momento—. Además, siempre es un placer darle lo que merecen a una bola de idiotas.
Y sí, esi era cierto. Hacía mucho que no disfrutraba de martirizar a alguien como en verdad sabía hacerlo, y lo necesitaba. Se sentía como un niño adicto al azucar al que le habían privado los dulces durante demasiado tiempo.
— Preferiría que te quedes al margen, no es necesario —le dijo Mel, con voz sólida pero tranquila.
Adrien chasqueó la lengua— ¿Por qué no me dejas ayudarte?
— Tú —lo señaló en dirección al pecho—, no quieres ayudarme. Lo único que quieres es disfrutar del dolor ajeno —No, pero sí—. Y no quiero que los dejes a todos trastornados y con un médico mental. Aunque es cierto que probablemente lo merezcan, sé que no me sentiría bien con eso.
Se preguntó si estaba siendo egoísta. La razón por la que no quería hacerles daño era, al fin y al cabo, porque ella misma sentiría remordimiento después, y seguramente eso no estaba bien.
Pero qué importaba, igual iba a terminar en el infierno.
Adrien pensó en lo terriblemente aburrido que había sonado toda su confesión. Por momentos se le olvidaba lo desabrida que era su esencia. ¿Cómo podía vivir así? Tan atada a sus débiles emociones.
Y sin embargo, a pesar de forzarse a darse cuenta de lo tedioso que podía ser compartir espacio con alguien como ella, cada vez que se cruzaba con ojos, algo dentro de él hacía que se sintiese atontado.
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Almas Carmesí
RomanceEl sufrimiento ha sido parte de su vida, y ha creado inmunidad para ello. Por eso, cuando el hijo de Lucifer, un seductor demonio, se le aparece y elige su alma para arrastrarla a la condena eterna, a ella no parece importarle. Ambos están atrapados...