Capítulo 5

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Capítulo 5

DAX

—Maldita sea —murmuré para mí mismo mientras el pincel se me resbalaba entre los dedos y caía al suelo, dejando una línea de pintura negra que cruzaba el lienzo.

Miré fijamente la mancha oscura que ahora arruinaba mi intento de pintura. Era como si esa línea negra representara perfectamente cómo me sentía por dentro: un desastre sin sentido que estropeaba todo lo demás. Suspiré profundamente, sintiendo cómo la frustración crecía en mi pecho como una burbuja a punto de estallar.

Llevaba casi una hora tratando de plasmar algo en el lienzo y todo lo que había logrado era un desastre que ni siquiera sabía cómo arreglar. No era la primera vez que me sentía así desde que me uní al taller de arte.

Me pasé una mano por el pelo, desordenándolo aún más de lo que ya estaba. El olor a pintura llenaba mis fosas nasales, un aroma que debería resultarme inspirador pero que solo me provocaba náuseas.

Desde que regresé al pueblo, me había obligado a seguir asistiendo al taller, con la esperanza de que, de alguna manera, todo esto me ayudara a encontrar algo de claridad.

Miré alrededor del taller. Las paredes estaban cubiertas de pinturas coloridas y vibrantes, obras de otros estudiantes que parecían haber nacido con un pincel en la mano.

—¿Otra vez? —La voz de Sofía resonó desde el otro extremo del taller, sacándome de mis pensamientos.

Giré la cabeza para encontrarla observándome con una mezcla de preocupación y diversión. Ella era la única persona con la que había hecho algún tipo de conexión desde que llegué al pueblo, aunque nunca le había contado mucho de mí. Tal vez era porque ella no preguntaba, y yo agradecía esa discreción. En un lugar donde todos parecían conocer la historia de todos, Sofía era un respiro de aire fresco.

—No me lo recuerdes —respondí mientras me agachaba para recoger el pincel.

Sentí cómo mis músculos protestaban por el movimiento. Estaba tenso, demasiado tenso. Como si cada fibra de mi cuerpo estuviera en constante estado de alerta, esperando... ¿qué? Ni siquiera yo lo sabía.

Sofía se acercó, con sus rizos desordenados alrededor de su rostro y las manos llenas de pintura de diversos colores. Siempre estaba metida de lleno en todo lo que hacía, y a veces me preguntaba cómo lograba enfocarse tanto en una cosa. Me daba envidia, aunque nunca se lo había dicho. Yo no podía concentrarme ni en pintar una simple línea recta.

—Tienes demasiada tensión en los hombros —comentó, señalando con un gesto vago hacia mí mientras tomaba el pincel de mis manos—. Si sigues así, lo único que conseguirás es seguir manchando el lienzo de esa manera.

Suspiré y me dejé caer en la silla frente a mi caballete. Ella tenía razón, claro. Estaba tenso. Pero no podía evitarlo. Desde que regresé, todo me resultaba incómodo. Este taller de arte había sido un intento de distraerme, de calmar el torbellino que tenía en la cabeza, pero no estaba funcionando. Ni siquiera sabía qué estaba haciendo aquí.

—Estoy pensando que quizá esto no sea lo mío —dije, más para mí mismo que para ella.

Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. Era la primera vez que admitía en voz alta lo que llevaba semanas pensando. Tal vez era hora de dejar de fingir que esto me estaba ayudando.

Sofía se inclinó contra el borde de la mesa y me miró con una ceja levantada, evaluándome con esos ojos curiosos que parecían ver más allá de lo superficial. A veces me preguntaba qué veía cuando me miraba.

El viento que nos separó (BL) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora