Capítulo 4

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Capítulo 4

DAX

Había pasado una semana desde que llegué al pueblo, y aunque todavía me sentía como un extraño, había algo que me mantenía en movimiento. Una fuerza invisible que me empujaba a seguir adelante, a pesar de la incertidumbre que me rodeaba. Quizás era el instinto de supervivencia, o tal vez solo el miedo a quedarme estancado en mis propios pensamientos. Fuera lo que fuese, me encontraba sentado en el pequeño estudio de arte del centro comunitario, rodeado de caballetes y pinceles, mientras observaba a mis compañeros de clase trabajar en sus proyectos.

El olor a pintura fresca y trementina impregnaba el aire, mezclándose con el aroma del café que alguien había traído en un termo. Era un ambiente completamente nuevo para mí, tan diferente de los sets de fotografía y las pasarelas a las que estaba acostumbrado. No sabía bien por qué había decidido unirme al taller de arte. Quizá era la necesidad de ocupar mi mente, de tener algo que hacer con mis manos que no fuera revisar constantemente mi teléfono en busca de mensajes que nunca llegarían. O tal vez era la vaga esperanza de encontrar algo que me hiciera sentir útil, que le diera un propósito a mis días en este lugar que aún no podía llamar hogar.

Lo único que sabía con certeza era que estar aquí me alejaba, aunque fuera por unas horas, de los pensamientos que me abrumaban cada vez que recordaba a Win y lo mucho que había cambiado.

—Hoy vamos a trabajar en la técnica del claroscuro —anunció el instructor desde el frente de la sala, sacándome de mis pensamientos.

Era un hombre mayor, de esos que llevaban décadas dedicados al arte, con el rostro lleno de arrugas que parecían mapas de todos los lugares que había visitado y todas las obras que había creado. Sus manos, manchadas de pintura de mil colores diferentes, se movían con gracia mientras explicaba la técnica.

—El claroscuro es el juego entre la luz y la sombra —continuó, su voz rasposa pero llena de pasión—. Es lo que da profundidad y vida a una obra. No se trata solo de pintar lo que ven, sino de capturar la esencia de lo que sienten.

Miré el lienzo en blanco frente a mí, sintiendo temor. Nunca había sido particularmente bueno en el arte. En la escuela, mis dibujos siempre terminaban siendo motivo de risa entre mis compañeros. Pero aquí, en este pequeño estudio, nadie me conocía. Nadie esperaba nada de mí. Era una sensación liberadora y aterradora al mismo tiempo.

Tomé un pincel entre mis dedos, sintiendo la textura áspera del mango. La idea de sumergirme en un proyecto me resultaba extrañamente atractiva. Aunque no tenía experiencia previa en pintura o dibujo, había algo terapéutico en el simple acto de crear. Al mirar la tela en blanco frente a mí, pensé en lo que me gustaría plasmar.

¿Qué representaba para mí el juego entre la luz y la sombra? Mi mente viajó a los días en la ciudad, a las luces brillantes de los estudios fotográficos y las sombras profundas que se formaban detrás de las cámaras. Recordé las noches en vela, las fiestas interminables, y los momentos de soledad absoluta en medio de una multitud.

Sin darme cuenta, mis manos comenzaron a moverse por instinto, trazando líneas suaves que pronto se transformaron en algo más. Era como si mi subconsciente guiara mis movimientos, liberando emociones que ni siquiera sabía que tenía guardadas.

Los contornos tomaban forma, primero difusos, luego más definidos. Cuando me di cuenta, estaba dibujando una silueta familiar: una figura alta, delgada, de cabello oscuro que caía sobre su frente. Era Win, o al menos, la versión de él que había quedado grabada en mi memoria. No había planeado hacerlo, pero ahí estaba, plasmado en la tela como un fantasma que se negaba a abandonarme.

El viento que nos separó (BL) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora