𝔳𝔦𝔠𝔱𝔦𝔪𝔞𝔰 𝔡𝔢 𝔈𝔯𝔬𝔰

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(Disclaimer: Escenas +18 más adelante, leer bajo tú propio riesgo)



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Con el paso del tiempo, Hermes había notado una alegría particular en su día a día. No era para menos; había conseguido que Ares, el temido dios de la guerra, se abriera con él, un logro que lo hacía sentir como algo más que un simple mensajero. La idea de ser el "terapeuta" de los dioses le arrancaba una sonrisa cada vez que la recordaba, y se reía de sí mismo por lo absurdo que sonaba. Pero, en el fondo, se sentía orgulloso de haber podido ayudar a su hermano.

Por su parte, Ares había disfrutado de un período de paz poco común. Lejos del peso constante que cargaba sobre sus hombros, se sentía más ligero, casi libre, y todo gracias al buen Hermes. Ares se dio cuenta de que las visitas de su hermano siempre lograban animarlo. Aunque pasarían muchos días antes de que volvieran a encontrarse, ambos mantenían al otro en sus pensamientos, como un hilo invisible que los unía.

—Y entonces los convertí en cerdos —comentó Circe, la semidiosa hija de Helios, llenando una copa de vino para sí misma, con un brillo travieso en los ojos.

—¡Ja! Pobres tontos... Oh, eso me recuerda a la vez en la que Ares... —Hermes comenzó a hablar, pero la bruja lo interrumpió antes de que pudiera continuar.

—Ugh...

—¿Uh? ¿Sucede algo? —preguntó, recostándose en el respaldo del asiento, con una expresión de curiosidad.

—Es la quinta vez que mencionas a Ares durante esta conversación —respondió, mirándolo con una mezcla de exasperación y diversión.

Las mejillas del mensajero se tiñeron de un leve rubor, y miró hacia otro lado, tratando de disimular su incomodidad.

—Oh... Qué curioso, no lo había notado —murmuró, rascándose la nuca.

Circe lo observó con una sonrisa burlona.

—Bueno, al menos es menos que las diez veces consecutivas que has mencionado a Odiseo, así que te lo dejaré pasar —bromeó, levantando su copa en señal de tregua.

Era casi un hábito involuntario. Hermes podría estar conversando con cualquier mortal o dios, y sin darse cuenta, el nombre de su hermano escapaba de sus labios, como si fuera una necesidad.

Al otro lado del océano, una situación similar se desarrollaba.

—Y entonces lancé la manzana, y las tres tontas tuvieron que ir a Troya para decidir quién la merecía, ¡Ja! —Eris, la diosa de la discordia, reía con su característico aire de travesura.

—Ah, sí, Hermes estaba ahí, ¿no? —Ares no prestaba mucha atención, pero recordaba que su hermano había estado presente.

La diosa lo miró con una expresión de sorpresa, como si estuviera viendo a una criatura extraña. El guerrero, sintiéndose observado, levantó la vista, desconcertado.

—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Eh... No, es solo que... Ya es como la séptima vez que mencionas a Hermes... —comentó Eris, arqueando una ceja con escepticismo.

—Hablo de muchas personas todo el tiempo —respondió Ares, encogiéndose de hombros, intentando restarle importancia.

—Solo de tus hijos —replicó, con una sonrisa ladeada.

𝕸𝖊𝖓𝖘𝖆𝖏𝖊𝖗𝖎𝖆 𝕯𝖎𝖗𝖊𝖈𝖙𝖔 𝖆𝖑 𝕮𝖔𝖗𝖆𝖟𝖔𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora