𝔇𝔦𝔬𝔰 𝔡𝔢 𝔩𝔞𝔰 𝔡𝔢𝔯𝔯𝔬𝔱𝔞𝔰

16 4 0
                                    

.

.

.

.



Horas más tarde, cuando Eos elevó la mañana en los cielos y los primeros rayos de luz se colaban por las cortinas de su palacio, el joven mensajero comenzó a despertarse perezosamente. No quería abandonar la cama tan pronto; después de tantos siglos sin un verdadero descanso, la noche le había parecido demasiado corta, sentía que no había disfrutado lo suficiente de ese sueño tan necesitado, pero sabía que no tenía elección, debía levantarse para que todo el Olimpo siguiera funcionando. Con un suspiro pesado, tomó sus sandalias y casco nuevamente, así como su bolsa en la que transportaba los mensajes, y se dirigió con el imponente Zeus, como cada mañana, para llenar su copa.

El joven dios, con una jarra de ambrosía entre las manos, revoloteó hasta el trono, con semblante calmado, pero con una inquietud bastante obvia, pues claro, nada podía pasar desapercibido a los ojos del rey de los dioses.

–Hermes, hijo mío – habló el imponente Zeus, sin apartar la vista de su mensajero – Veo en tus ojos una inquietud poco habitual, ¿Algo perturba tu mente?

–¿Ah? Ah, no, nada importante padre, sólo... – Murmuró con un ligero titubeo, vertiendo la bebida en la copa – Algunas dudas que a veces surgen, pero nada que no pueda manejar.

El padre de todos los dioses le señaló que dejara de llenar su copa para dar un sorbo, entonces volvió a hablar.

–Dudas, dices... No es común en ti, tú, que siempre has sido tan seguro, no dejes que estas dudas, en cualquier caso, interfieran con tus deberes.

– Por supuesto, padre, no te preocupes por eso, mi deber siempre ha sido claro – Mencionó, forzando una sonrisa.

–Bien, porque hay una tarea que necesito que hagas por mí y no puede esperar.

El muchacho dejó la jarra en una mesa cercana y miró a Zeus con curiosidad antes de asentir con respeto.

–Claro, este está a tu servicio como siempre, padre. ¿De qué se trata?

–Bueno, ya sabes que en el Olimpo nos falta alguien desde hace un buen tiempo. Ares, en su imprudencia habitual, ha sido apresado por estos gigantes que han sido una molestia para nosotros en el último tiempo, Oto y Efialtes, Lo han encerrado en un jarrón de bronce y es sólo cuestión de tiempo antes de que la situación se vuelva critica, necesito que lo rescates, Hermes. Ve y trae de regreso a tu hermano.

–¿A-Ares? ¿Ese Ares? ¿Atrapado? – Preguntó, visiblemente confundido, claro que conocía la mala suerte que siempre parecía perseguir al guerrero en cada una de sus campañas, pero se sintió genuinamente sorprendido de oír aquello – ¿Cómo es posible que esos gigantes lo hayan dominado?

En una mezcla de irritación y preocupación, no por su hijo sino por lo que su captura podría significar para el resto de dioses, prosiguió.

–Su fuerza es grande, pero su arrogancia es aún mayor, no pensó en las consecuencias de enfrentarlos por su cuenta... Pero no es el momento de discutir sus errores, necesita de tu velocidad y astucia para sacarlo de ese jarrón antes de que sea demasiado tarde.

Hermes asintió nuevamente y se arrodilló ante el dios supremo en aceptación, aunque aún tenía sus dudas al respecto.

–Como desees, padre. Partiré de inmediato, pero... ¿Hay algo que deba saber antes de ir? ¿Algo en particular que deba de tener en cuenta?

Zeus lo miró con intensidad, logrando percibir la vacilación inusual en la voz del dios.

–Dos cosas solamente; no te detengas en considerar alternativas, sabes lo que debes hacer, actúa con rapidez y determinación, la vida de Ares está en tus manos, y no podemos permitir que esos gigantes piensen que pueden desafiar a los dioses sin consecuencias. Y no te preocupes por ellos, de eso ya se habrá encargado Artemisa y para cuando llegues, de seguro estarán muertos, tú sólo céntrate en rescatarlo.

𝕸𝖊𝖓𝖘𝖆𝖏𝖊𝖗𝖎𝖆 𝕯𝖎𝖗𝖊𝖈𝖙𝖔 𝖆𝖑 𝕮𝖔𝖗𝖆𝖟𝖔𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora