𝔗𝔢 𝔢𝔵𝔱𝔯𝔞ñ𝔬

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Los días fueron pasando aun ritmo desesperadamente lento, como si el tiempo se arrastrara a propósito para que el dolor de Hermes se hiciera cada vez más y más profundo, desde que Apolo salió en busca del dios de la guerra, el joven mensajero no encontraba consuelo en absolutamente nada que soliera disfrutar en el pasado, cosa que le había cargado más trabajo a Iris de lo que le gustaría y eso lo hacia sentir aun pero. Aun si sus hermanos intentaban distraerlo o animarlo con algo, el vacío en su pecho seguía creciendo, no le veía sentido a haber vuelto al Olimpo sólo para seguir sufriendo, se pasaba la mayor parte del tiempo en su lecho, enredado en las sábanas que aun conservaban rastros de la esencia de Ares, sus ojos, alguna vez brillantes y llenos de vida, ahora parecían apagados, enrojecidos por el llanto constante, cada sonido en los cielos le recordaba a la risa fuerte de Ares, sus pasos firmes, su presencia inconfundible, pero nada de eso estaba realmente ahí, y el silencio se le hacía insoportable.

Uno de esos horribles días, en un pequeño intento por redimirse, y quizás también impulsada por lo mucho que extrañaba a su hijo, Hera se apareció en su templo con un plato de comida que Hermes apenas miró, la reina de los cielos se sentó a su lado, observándolo en silencio, sabiendo que las palabras a menudo eran insuficientes en momentos como este.

—Hermes, todos estamos aquí para ti... Sabemos que esto es difícil, pero debes mantener la esperanza. Apolo no descansará hasta encontrar a Ares.

El joven alado se encontraba envuelto en una de las túnicas que su hermano dejó atrás, y simplemente negó con la cabeza, su voz apenas era un susurró cuando hablaba.

—No es solo esperanza lo que me falta... Es él —Su voz se quebró— Lo siento todo el tiempo, su ausencia, su calor... Es como si una parte de mí hubiera desaparecido, y no puedo... No sé qué hacer ahora para recuperarlo.

La reina lo miró con ojos tristes de madre, ella siempre había sido lógica, practica en sus consejos, pero incluso ella sabia que el amor tenía un poder que desafiaba a cualquier razonamiento.

—Lo sé —respondió finalmente, inclinándose para rodearlo con un brazo— Pero no estás solo, no dejaremos que te hundas en este dolor... El Olimpo, Hermes, está contigo para lo que necesites.

Hera permaneció con él un rato más, y cuando se fue, Artemisa llegó poco después con la intención de llevar a su medio hermano a caminar bajo la luz de la luna, pero este obviamente se negó, incapaz de soportar la idea de alejarse del lugar donde aun sentía que Ares estaba con él.

Cada dios que entraba en su templo traía consigo alguna oferta de consuelo, pero ninguno lograba aliviar su pena, incluso Afrodita, la diosa del amor, se había acercado a él, su belleza desnuda y brillante en contraste con la tristeza que inundaba el lugar. Se arrodilló ante el muchacho y le tomó la mano, como si ello pudiera sanar su corazón roto.

—Hermes, querido, el amor que sientes es profundo, lo entiendo mejor que nadie, pero tienes que creer que esto no es el final. Los dioses nunca se separan para siempre, habrá un reencuentro, estoy segura de ello.

El dios alado no respondió, sus alas apuntando hacia abajo como las orejas de un cachorro triste, su mano permaneció quiera en la de la diosa, pero su mente estaba lejos, viajando en sus recuerdos junto a Ares, en los momentos que habían compartido juntos antes de que todo se desmoronara.

Lo peor sin duda alguna eran las noches, el pobre mensajero solía soñar con su amante, pero estos sueños rápidamente se transformaban en pesadillas donde lo veía marcharse, siempre demasiado lejos como para alcanzarlo, despertaba sudoroso, con el corazón latiéndole a un ritmo frenético y el lecho frio, sin nadie para calentarlo, recordándole la cruel realidad, y cada noche, Hipnos debía visitarlo para ponerlo a dormir de nuevo, o de lo contrario, Hermes preferiría pasar despierto hasta el siguiente amanecer.

𝕸𝖊𝖓𝖘𝖆𝖏𝖊𝖗𝖎𝖆 𝕯𝖎𝖗𝖊𝖈𝖙𝖔 𝖆𝖑 𝕮𝖔𝖗𝖆𝖟𝖔𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora