𝔏𝔞 ℜ𝔢𝔦𝔫𝔞 𝔡𝔢 𝔩𝔬𝔰 ℭ𝔦𝔢𝔩𝔬𝔰

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Ares salió del Inframundo con una mezcla de alivio y tensión en su pecho, sabía que, aunque había logrado apelar a la imparcialidad de Hades, su próximo encuentro sería mucho más emocional y complicado, Hera, su madre, era una fuerza imparable, y tratar de hacerla cambiar de opinión sobre cualquier cosa que involucrara a los bastardos de Zeus era un desafío que ni él, el dios de la guerra, deseaba enfrentar. Sin embargo, poseía cierta ventaja, él era su hijo, su hijo legítimo, algo que la reina de los cielos debía valorar más que nada, quizás podría apelar al amor de madre para convencerla de traer de regreso a su ilegitimo hermano.

De regreso en el Olimpo, el dios de la guerra caminaba hacia el grandioso palacio de su madre, las columnas de mármol blanco se alzaban imponentes, y el aire estaba impregnado del aroma de incienso y mirra, pero todo aquello solo lo ponía más nervioso, Hera no tenía razones válidas para negarse al regreso de Hermes, su único argumento era el mismo que siempre utilizaba: Hermes era uno de los hijos ilegítimos de Zeus, y para Hera, eso era razón suficiente para dejarlo en el exilio.

Ares llegó a las puertas del salón de su madre, al entrar, la encontró sentada en su trono de oro, adornada con joyas y una túnica majestuosa, como la reina que era, su mirada severa se dirigió hacia él inmediatamente.

—Hijo mío —su voz, helada y severa, resonó en la sala— Creo conocer el propósito de tu visita... Has estado causando mucho alboroto estas últimas horas

El dios de la guerra no perdió tiempo en rodeos.

—Madre, te lo ruego, reconsidera tu decisión... Hermes no merece este exilio.

La reina arqueó una ceja, el desdén en su mirada más palpable que nunca.

—¿Por qué insistes en defenderlo? —su tono estaba lleno de burla y desprecio— Hermes es uno de los tantos errores de tu padre, y no veo razón alguna para que vuelva al Olimpo, no es más que una herida más que Zeus infligió en mi honor

Ares dio un paso al frente, sus ojos brillando de desesperación.

—¡No lo entiendes! —replicó, su voz cargada de emoción— Esto no es sobre Zeus, no es sobre su traición, es sobre Hermes... Él no es responsable de los actos de mi padre, ¡No puedes seguir castigándolo por algo que no eligió!

—¡Ya basta! —la voz de Hera se elevó, imponente, deteniéndolo en seco—, No necesito que me des sermones sobre justicia, Ares. He soportado siglos de humillación, de traiciones, y cada bastardo que camina por el Olimpo es un recordatorio viviente de la deshonra que tu padre ha traído sobre mí, ¿Y tú tienes la osadía de pedirme que le dé la bienvenida?

El dios de la guerra se estremeció ante la fuerza de su madre, pero esta vez no se rendiría. Dio otro paso adelante, esta vez con una mezcla de súplica y furia en su mirada.

—Madre, no es justo... No puedes ver lo que esto me está haciendo... —Su voz se quebró por un instante, y Hera lo miró con frialdad, pero también con un atisbo de sorpresa ante la vulnerabilidad de su hijo— Hermes es más que un hijo ilegítimo de Zeus para mí, es... —Ares tragó con dificultad, las palabras ahogándose en su garganta— Lo amo, madre, lo amo de una manera que ni siquiera yo puedo entender

La diosa lo observó detenidamente, su expresión cambiando a una mezcla de incredulidad y algo que podría haber sido compasión, aunque fuera por un segundo.

—¿Amor? —repitió con un tono despectivo, pero sus ojos lo analizaban con más profundidad— ¿Ares, el dios de la guerra, hablando de amor? No sabía que eras capaz de tal debilidad.

𝕸𝖊𝖓𝖘𝖆𝖏𝖊𝖗𝖎𝖆 𝕯𝖎𝖗𝖊𝖈𝖙𝖔 𝖆𝖑 𝕮𝖔𝖗𝖆𝖟𝖔𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora