Capítulo XI

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Parte II

Parte II

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Max


—¿Se siente lo mismo?

Hemos estado en silencio durante el pasado... no sé cuánto tiempo. Una hora o dos, tal vez. El tiempo suficiente para que los dos acabáramos con más de la mitad del whisky de Jim Beam que traje aquí. Se suponía que era solo para mí, pero en cuanto Sergio lo tomó por primera vez, no estaba dispuesto a negárselo.

Cualquier cosa para evitar que peleemos.

Trago saliva y lo miro. Extiende el brazo, toma la botella una vez más y me la quita de las manos.

—¿De qué estás hablando? —susurro, viendo como su garganta se esfuerza por tragar el licor.

—Del dolor —dice, como si eso aclarara algo para mi cerebro confuso e inundado de alcohol. Pero luego agrega—: ¿Es lo mismo que sentiste cuando murió tu madre?

Intento aclararme la garganta varias veces para darme la oportunidad de encontrar las palabras. Él necesita una respuesta, pero no tengo nada para él. Nada útil, claro.

Cuando iba a hablar, de alguna manera todo ese carraspeo no hacía nada para que me fuera más fácil hablar sin que mi voz sonara áspera.

—Es parecido, pero no igual —susurro, mirando el océano. Sus ojos perforan un costado de mi cráneo, pero no puedo mirarlo si quiero decirlo—. Sabíamosque iba a pasar con ella. El cáncer, ¿Sabes? No es que sea una gran sorpresa, al menospara la mayoría de la gente.

Suspira solemnemente. 

—¿Saberlo lo hizo peor o mejor?

Niego con la cabeza y se me escapa una risa sardónica. 

—La verdad es que no lo sé. Puedes intentar prepararte todo lo que quieras, pero igual es un golpe duro. Te sigue consumiendo y te hace sentir como si estuvieras...

—Ahogándote —añade.

Me muerdo el labio. 

—Exactamente.

Lo veo asintiendo con el rabillo del ojo, pero no responde.

Después de eso, todo queda en silencio por un rato y ambos disfrutamos del silencio mientras miramos hacia el horizonte, donde está el océano. El leve estruendo de las olas y el silbido del viento sirven como un bálsamo relajante para este momento, la agonía que está causando.

No tengo fuerzas para decírselo. Que este sentimiento tiene que empeorar antes de que...

—¿Mejora? —pregunta, como si leyera mis pensamientos.

Mierda.

Todo mi cuerpo siente el peso de su pregunta y, esta vez, lo miro. Sin embargo, en cuanto lo hago, me doy cuenta de que fue un error. Porque sus ojos están rojos e inyectados en sangre a la tenue luz que se filtra por la puerta corrediza de la sala de estar. Y no creo que sea solo por el alcohol.

Head Above Water: [ Chestappen/Perstappen ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora