La noche comenzaba a ponerse pegajosa, sintiéndola en cada poro de la piel. Me aferraba al placer frío de una copa de champán enredada en mis dedos enguatados. El baile llenaba los espacios vacíos, y la conversación ajena mis oídos. Todas las semanas estos bailes formaban parte de mi agenda; pero, digamos que eran mi única vía de escape.
Y que mal agradecida eres Debora, llena de placeres hasta desbordar. Llena de lujos hasta hartarte de ellos y desear por un momento la desgracia de la pobreza. Pensaba, pero era mentira. Realmente nadie desea ser pobre. Todos quieren dormir con el estómago lleno. Pero en mi historia, hay lujos que no son recompensa suficiente para tranquilizar mi alma insatisfecha. Porque el hambre que posee es de libertad, y de amor. Y en mi sociedad, el concepto de lujo no va de la mano con el mío. O a lo mejor el concepto de lujo sea muy amplio, y adquiere la forma según la necesidad de cada corazón.
Eres afortunada de estar aquí. Eres afortunada de ser la joya de la sociedad que todos quieren lucir. Sigo engañándome de alguna manera para calmar la incomodidad de mi interior. Para de alguna manera, encontrar una razón para anclarme a la realidad. Agradecer por ella.
Paso mi vista por par de miradas codiciosas, ociosas, y usuales. La mano callosa de mi esposo encuentra mi espalda. Rafael, el famoso médico. Todos se fijan en la buena vida que me hace llevar, pero no en el hecho de que podría ser mi padre. ¿Le amo?. Claro que no. Me llena de comodidades, pero no de motivos para ni siquiera tenerle aprecio o respeto. Rafael me deja sola de nuevo gracias a la invitación de unos conocidos de su academia. Aunque, realmente, compañía jamás ha sido. Todos sus amigos son nobles de la sociedad. Todos con los mismos temas de conversación. Sangre y huesos. Hablan más de la muerte que de la propia vida.
Y ahí, sola de nuevo, no haciendo más que enfriando mis labios con la nueva copa de champán que acabo de reponer. Jamás he sido atraída por la bebida, pero últimamente es mi aliada para de alguna manera escapar, de mi misma y no solo de mi realidad. Me dispongo a tomar aire, e ir al balcón. Quizás me encuentre con otra extraña a quien la suerte le haya “tocado” y podamos llorar de lo “afortunadas” que hemos sido. O quizás ni para eso tenga suerte. El amplio espacio yace en el silencio, ligeramente tocado por el eco de la música del salón. Son balcones inmensos, divididos por columnas de piedra talladas, y enredaderas de florecillas que trepan por las paredes. Y ahí, en medio de uno de esos espacios, me hallaba yo.
Me dejo caer sobre la baranda de piedra y observo el jardín que se haya debajo. Sería una buena tumba. Con una amplia fuente en el centro rodeado de arbolitos bien podados y que parecen asientos desde esta altura. Todos están dispuestos formando caminitos para poder pasear y tener una conversación grata y perfumada de flores. Me aferro a la baranda, busco en el cielo motivos para seguir con esta vida miserable pero jamás había visto una noche tan oscura y carente de estrellas. Jamás me había sentido tan sola. Dejo que una lágrima me corra todo lo que desee por la mejilla suave.
-Esta no fue la vida que soñé.
Me quito los zapatos. Los guantes, las joyas, el traje largo carmesí. Quería que la muerte me recibiera como mismo me encontró la suerte. Sin nada que llevar ni entregar más que mi virtud. Llena de pensamientos malignos. No había nada que me hiciera querer quedarme. Quería escapar de Rafael, de mi misma, de esta supuesta buena suerte y de pensar que esto era a lo único que podía aspirar.
Una vez descalza me trepo encima de la baranda. Viendo como mis pies colgaban hacia abajo. Con un solo movimiento ya estaría muerta, libre de todo esto. Pero mi cuerpo se negaba todavía. El miedo a que doliera, el miedo a no morir de inmediato y que de alguna manera quedase viva y convaleciente. No puedo tener tanta mala suerte.-Solo espero que después de la muerte, haya algo más. Otra vida diferente.
Digo a la nada, esperando que me recibiera todo. Mi cuerpo comenzó a ser iluminado. La luz se abría paso como el fuego al consumir una hoja de papel. Alzé mis ojos y la Luna, antes oculta, ahora brillaba como si yo fuera su centro de atención. Ya no era una sombra perdida en medio de la oscuridad. ¿Será que la Luna estaba intentando salvarme?
-Y ¿por qué no ahora?
Una voz ronca pero con cierto aire juvenil me hace girar bruscamente hacia atrás, y ahí estaba un ser perfectamente vestido de luto. Alto, imponente. Mirándome con ojos tan negros como la noche que nos cubría. Una especie de hechizo hecho persona. Entorné los ojos intentando que aquella sombra acechante cobrara más detalle. Caminando hacia a mí. Labios tocados por un rosado pálido, como retoño de rosa, humedecidos. Una figura que parecía hecho del pincel más caro, más exquisito y fino, cuyas manos descansaban en sus bolsillos. Lo que me llamó la atención fue la larga cabellera que le cubría los hombros, cayendo en ondas perfectas del color del ónice. Haciendo que el negro pasara de ser el color de la muerte, al de la vida en su fase más hermosa.
-Nada me hace querer el ahora.
Respondo en tono lastimero. Da un paso más y algo en mí se movió con él. Trago saliva al darme cuenta que su rostro no parecía el de un persona humana cuando las sombras y las luces jugaban sobre él. Eso sí, su piel era muy pálida, atrayendo toda mi curiosidad, haciendo imposible dejar de mirarle. Estaba tan cerca ahora. Su barbilla firme y fraccionada ligeramente por un hoyuelo. Sus cejas oscuras y gruesas. Sus ojos con un gesto juguetón y a la vez amenazante. Todo en él lucía perfectamente colocado y dispuesto.
Algo en mi pecho saltó, como si un latido fuera empujado por otro apresurado. Algo en mi vientre se revolvió, como si estuviese estirando sus patas, o las alas. Mariposas.
-Te puedo demostrar lo contrario.
Mis ojos al parecer no querían mirar otra cosa que no fuera él.
-Si tan solo conociera mi vida. Usted mismo me arrojaría al vacío y pensaría que fue un acto de piedad.
Me bufo de mi misma. No sé en qué momento se acabó la distancia. Pero tuve el rostro de ese ser a pocos centímetros en nada. Un rostro que con una sonrisa me empujó y el vértigo supo encontrarme rápido. Cierra los ojos Debora, solo será un momento. Pensé. Pero el suelo jamás me encontró. Abrí los ojos de golpe y forcejé tratando de encontrar algo a lo que aferrarme. Pero una mano me sostenía sin esfuerzo en medio de aquel vacío. El miedo a morir ahora si gritaba en cada poro de mi ser, como si la muerte no me hubiese pasado por cada zona del pensamiento hace apenas nada.
-¿Aún quieres morir?
Busco sus ojos, y puedo jurar que la noche no tenía estrellas porque se las habían tragado ellos. Ahí brillaban, jugaban, pasaban fugaces. Unos ojos que parecían suplicarme la vida porque solo eso me deseaban. Esos ojos fueron el motivo, solo por el hecho de que si trataba de soltarme, esas manos hallarían la manera de llegar a mí. Por alguna razón. Niego desesperadamente en su dirección.
-Dime qué quieres en realidad.
-Algo que me recuerde que estoy viva.
Mis palabras salieron desesperadas, como si no fueran dirigidas a un extraño. Seguía sin poder apartar la vista de él. Esto debía ser un hechizo.-Te he estado esperando por siglos. Debora.
-¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres?
Sus labios se abren en una sonrisa maliciosa.
-Quizás, sea la respuesta a tus plegarias.
Hay cosas que el dinero no puede comprar en esta selva de concreto
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Los Malditos
Ma cà rồng...Más que de amor, tengo hambre de libertad.... Debora es una joven nacida en 1880, una época machista y autoritaria. En donde la mujer no tenía ningún valor social. Pero, descubre que por un misterio del destino es la tercera vez que reencarna, y...