Capítulo 9. Debora

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Extraño tanto la libertad. ¡Y mira que lo repito! Pero me urge tanto como el amor, porque ella me ofrece todo lo demás. Por eso sigo viniendo a estos eventos de pueblo. A estos bailes en los que disfruto un poco de la felicidad ajena. De las jovencitas y sus miradas intercambiadas con otros jóvenes a distancia. De los que logran escaparse para besarse a escondidas. De los que no saben que pueden llegar a quererse. Creo que lo necesito, porque jamás lo tuve. Fui a entregada por mi bien a un hombre que me supera en edad, y cuyo papel le queda mejor si fuera mi padre; y aun así tampoco le quisiera, ya que no fuera un padre amoroso.

Recuerdo que tocaron a la puerta ese día. Yo estaba jugando a las escondidas con el pequeño David. Mi tía me encontró primero y me llevó a la sala. No me dio tiempo a preguntar el por qué. Solía ser amable con cada invitado y a Rafael le regalé una sonrisa ingenua y genuina, ligada a la timidez. Él me la devolvió de vuelta y entonces poco a poco la sonrisa fue desapareciendo cuando mi tía anunció que iba a permitir que Rafael se casara conmigo. Por un momento dejé de oír lo que estaban conversando. Sentí que la puerta volvía a abrirse y mi cabeza salió disparada a ella. Todo mi cuerpo me pedía que huyera, que corriera lejos y lo hice. Me levanté, y nunca nadie más volvió a verme.

En mi mente sonaba tan perfecto, pero seguía sentada mientras un extraño tomaba mi mano. Me había quedado muda. Le miré y sus ojos no me aseguraban ni una sola palabra de la que predicaban sus labios. Dicen, que los ojos no saben mentir, y yo le sostuve la mirada a aquel hombre tratando de descubrir más allá de las palabras. David salió a la sala corriendo, y me obligó a romper aquel intercambio.

-Aquí estás, te atrapé.

Gritó alegre el pequeño.

-Supongo que sí.

Respondí tratando de parecer entusiasta con él. Seguí escuchando, y supe que ya había una fecha y estaba más cerca de lo que creía. Rafael solo quería compañía, ya que después de la muerte de su esposa se había sentido muy solo; y no buscaba una mujer de su edad porque deseaba poder recuperar un poco la juventud que todos sus años de estudio y trabajo le habían robado. Y a cambio, me daría todo lo que yo necesitara. Los villanos pueden ser muy convincentes, y jamás se presentan como tal.

Solo escuchaba “es por tu bien” Pero al primer golpe dejé de estar segura de lo que a veces elegimos por nuestro bien. Ha sido un año cruel y alejado de toda promesa hecha al inicio. Tenía que haber desfilado por aquel pasillo de la iglesia con un ramo de rosas sin rosas, solo con aquellos tallos llenos de espinas; y en vez de un traje blanco, con un vestido tan rojo como las marcas que le gusta hacer por mi cuerpo.

Mi tía me despidió ese día con un “confía en mí” que hoy mismo quisiera escupirle en el rostro. Y escupirle con los dientes manchados de sangre. Verla correr por sus mejillas. A ella, a William, su esposo. No he vuelto a visitar aquella casa y he quemado cada carta que él se atreve a enviar. Siempre las envía, pero solo el fuego las recibe. No sé cómo no se cansa de enviarlas. ¡Hipócritas todos!

La risa de Ana me trae de vuelta a la realidad. Hoy está radiante en su vestido carmesí. Por suerte estoy sentada con ella y sus amigas, quienes me ven como la más experimentada del grupo al ser la única que está casada, a pesar de ser contemporáneas. Pero ya por el hecho de tener el título de esposa, luzco mayor.  Hoy me he dado el lujo de reír, y de olvidar quien soy, con quién estoy sobretodo.

Raphael está sentado en una mesa con sus compañeros, y estoy esperando paciente que la bebida haga sus maravillas en él. Quisiera tanto poder estar soltera, bailar con miles de extraños y ser de las afortunadas que pillan besándose en un pasillo oscuro, con el vestido medio zafado. La idea ya de por sí hace que me acalore, y no sea porque hoy es una noche veraniega y calurosa.

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