Capítulo 8: Interrogatorio de un Guerrero

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La luna se alzaba alta sobre el vasto campamento de los reinos aliados. Su pálido brillo apenas lograba mitigar la creciente atmósfera de preocupación que envolvía a las tropas. Los 150,000 soldados del ejército aliado observaban en dirección al horizonte con inquietud, donde las estructuras titánicas del enemigo se erguían imponentes en la llanura de Prairie Passage. Las edificaciones, construidas con una rapidez imposible, proyectaban un poder desconocido que sembraba una sensación de terror entre los presentes.

La vasta llanura, que antes era tranquila, ahora parecía insignificante frente al avance inexorable del Covenant. Las fortificaciones, que parecían brotar de la tierra misma, brillaban con una luz extraña, y los soldados no podían evitar sentir que enfrentaban algo más allá de su comprensión. El miedo era palpable, no solo por la cantidad, sino por la velocidad y el misterio que envolvía a las fuerzas invasoras.

En el centro del campamento, la carpa de mando era un hervidero de tensión. Dentro, los reyes y duques de los 21 reinos discutían sobre cómo proceder. Solo la mitad de ellos estaba presente, mientras la otra mitad luchaba en Alnus Hill. La presión recaía sobre los presentes, y la falta de consenso solo intensificaba la sensación de inquietud.

Un mensajero imperial irrumpió en la carpa, su rostro tenso.

— (Señores, el comandante del ejército imperial no podrá asistir a la reunión. Está enfrentando al enemigo en la llanura de Prairie Passage).

Las palabras del mensajero generaron murmullos entre los líderes. La ausencia del comandante imperial no auguraba nada bueno. Para algunos, esa ausencia era casi una traición, para otros, una señal de que la situación era más grave de lo que se pensaba.

Duran de Elbe, comandante del ejército aliado, frunció el ceño al escuchar la noticia. Algo no cuadraba. ¿Por qué era necesario movilizar una fuerza tan descomunal si el enemigo no superaba sus números? No le gustaba lo que veía, y mucho menos lo que sentía.

— (Señor Duran, el ejército imperial mantiene al enemigo a raya en nuestro lugar)— comentó el príncipe Ligu, intentando aliviar la tensión.

Pero Duran seguía dudando. El mensajero continuó con su mensaje:

— (Quisiéramos que sus ejércitos ataquen al enemigo mañana al amanecer).

El anuncio provocó una discusión acalorada entre los líderes. Todos opinaban con vehemencia sobre quién debía comandar la primera oleada, mientras Duran se mantenía en silencio, reflexionando. Finalmente, se levantó y salió de la carpa. El príncipe Ligu, siempre observador, decidió seguirlo.

La noche se cernía sobre el campamento cuando Duran se detuvo para contemplar el cielo. Las estrellas brillaban intensamente, ajenas a los problemas terrenales. Ligu se le acercó con cautela.

— (¿Sucede algo, Señor Duran?)— preguntó Ligu.

Duran no apartó la vista del cielo cuando respondió:

— (¿Crees que el camino a la gloria está solo en la primera línea de batalla?)

Ligu frunció el ceño, confundido.

— (Entonces, ¿por qué no desea estar al frente?)— inquirió.

Duran, sin apartar la mirada de las estructuras enemigas iluminadas a lo lejos, murmuró:

— (No me gusta esta batalla. Solo basta con observar esas ciudades que el enemigo ha construido en tan poco tiempo para darse cuenta de que algo aquí está mal).

Ligu soltó una leve risa.

— (Ha envejecido, Señor Duran, Jabalí del estado de Elbe).

Duran ignoró el comentario, manteniéndose en un silencio pensativo. De repente, algo en el cielo llamó su atención. Una de las estrellas brillaba con una intensidad inusual, como si se acercara. Duran, alerta, posó la mano sobre el mango de su espada, observando cómo esa luz se hacía más grande y más cercana.

El Nuevo Guardián: El imperio Forerunner resurgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora