Capítulo 26. - Mal de muchos, consuelo de tontos.

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- ¿Estos? - preguntó Juanjo.

- No, amor, mejor los de al lado.

- ¿Por?

- Me aprietan.

Juanjo, sonrojado, dejó el paquete de preservativos sobre la estantería y cogió la caja que Martin le había indicado.

- Esos genial. Dámelos que voy a pagar.

- Te dije que pagaba yo. - contestó el mayor sin dejar espacio a réplica, marchando hacia la caja del supermercado.

- No me da la gana, Juanjo. Has pagado la gasolina hasta aquí.

- Y tus padres me han dado de comer dos días.

- No seas cabezota.

- Ni tú.

- Pues a medias.

- No quiero.

- ¿A que se quedan sin gastar? - amenazó el pequeño arrebatándole la caja de entre las manos.

- A medias. - sentenció Juanjo.

- Vale.

- Vale.

Pagaron a medias ante la divertida mirada de la cajera. No habían pillado ninguna farmacia abierta a las 7 de la mañana así que habían pasado por un supermercado de esos pequeños, pero súper útiles que abrían prácticamente las veinticuatro horas del día. Tenían que emprender la marcha rápidamente hacia Navarra otra vez. Apenas habían dormido y estaban agotados, pero tenían que llegar antes de la hora de comer si no querían un broncote por parte de Manu. El coordinador le había escrito a Juanjo el día anterior para decirle que no podía programar sustituciones a su antojo. El maño leyó el mensaje con el corazón en un puño, pero Martin lo tranquilizó.

Les esperaba de nuevo el viaje de vuelta al trabajo y aunque para muchos podría sonar desencantador, para Juanjo era como volver a respirar. El campamento era su pequeño mundo, su oasis, una burbuja alejada de la realidad en la que él y Martin podían estar todo el día pegados como siameses sin necesitar excusa para hacerlo.

- ¿Me dejas conducir un rato? Tienes una cara de sueño que me da miedo que te duermas. - llevaban una hora de camino, pero el mayor había bostezado un par de veces.

- Voy bien.

- ¿No te apetece sentarte aquí en el asiento del copiloto y mirarme conducir? Te aseguro que es un planazo.

- Suena genial. Pero no sé si me termino de fiar, hace poco que tienes el carnet.

- Conduzco mejor que tú, imbécil, que ayer casi pisas a mi tía segunda Amparo en el primer cruce de Las Arenas.

- Cruzó ella en rojo.

- No había semáforo, Juanjo.

- Vaaale. Puedes conducir un rato, pero porque no hay nadie en la carretera.

- Y porque quieres ser el copilot princess un rato, admítelo.

- Yo también quiero ver como cambias de marcha y me pones la mano en el muslo. - admitió el mayor mordiéndose los labios.

- Entendible. - contestó Martin con una sonrisa enorme.

Juanjo tuvo que admitir que Martin conducía muy bien, tenía cuidado y era prudente, pero le gustaba sobrepasar ligeramente el límite de velocidad. Encima, su mirada concentrada y las gafas de sol que llevaba estaban volviendo loco al maño. Aparte de la mano en el muslo que él mismo había pedido, aunque cada vez se arrepentía más de haberlo suplicado.

No hay verano sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora