Juanjo se levantó sudando, cómo no.
Se había dormido nada más tocar el colchón, porque a pesar de lo que había pasado esa noche, estaba agotado. No tuvo ni tiempo para rayarse porque enseguida bajaron a desayunar.
Ruslana se sentó enfrente suyo en la mesa y mientras se preparaba unas tostadas con miel y aceite habló.
- ¿Excursión nocturna? - a Juanjo se le atragantó el café y casi lo escupe sobre la mesa.
- ¿Qué?
- Tú y el vasco, que os oí anoche entrando a las dos de la madrugada. - la pelirroja lo miró con los ojos entrecerrados y con la cucharilla del café apuntó hacia Martin, sentado unos asientos más a la derecha.
Juanjo bajó la mano de Rus conl a suya para que dejara de señalar.
- Cállate, se supone que no se puede ir por ahí de noche. - dijo el zaragozano en un susurro, mirando a su alrededor para comprobar que naide les había escuchado.
- Ay amor, te crees que sois los únicos que hacen lo que les da la gana. - replicó con una sonrisa.
- No sé de que me hablas...
Ruslana rompió a reír, atrayendo las miradas del resto de comensales de la mesa.
- Serás sinvergüenza.
- El que come callao come dos veces, listilla, ¿no te lo han dicho nunca? - susurró el maño acercándose por encima de la mesa para que los demás no le oyeran.
Las risas de la pelirroja siguieron mientras el maño se ponía de pie para ir a buscar más cereales.
Martin miraba con cierta envidia la interacción entre los dos. A él le hubiera encantado escuchar las tonterías de Juanjo y reírse. Pero volvió a prestar atención a la conversación que mantenían Violeta y Alex.
- ... y por eso prefiero a los más mayores, los de menos de diez años me ponen de los nervios. - decía la joven con cara de apuro.
- A mí me caen todos bien, los más peques me dan especial ternura... - añadió Alex. - ¿Y tú, Martin?¿Con qué niños prefieres que te toque?
El vasco miró hacia la zona de la cocina, desde dónde Juanjo ahora estaba volviendo a la mesa.
- Me da igual, en realidad con que no me toque algún compañero gilipollas me conformo...
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La mañana transcurrió sin incidencias, los coordinadores les enseñaron las zonas de escalada, las sendas que llevaban al pueblo y zonas donde realizarían actividades al aire libre.
Había una pequeña cancha de básquet y una de fútbol, también unas pistas de tenis y una zona preciosa con hamacas entre los árboles. Juanjo estaba flipando con la calidad de las instalaciones.
Martin seguía al grupo un poco distraído, era obligatorio ir, pero él ya conocía todos y cada uno de los rincones del lugar. Podrían plantarlo con los ojos tapados en un punto del recinto y él sabría el sitio exacto en el que se encontraba sólo por los sonidos del río y olores de los árboles que le rodeaban.
La cantidad de recuerdos que tenía de ese lugar eran infinitos, aunque algunos se entremezclaban en su mente. En aquél banco de madera se había clavado una astilla enorme con diez años y tuvo que ir al médico, ¿o fue a los once?
En aquella pista de fútbol se había raspado un par de veces las rodillas hasta que se hizo sangre y decidió que ese deporte no era lo suyo. Tras aquél árbol, con quince años, había besado por primera y última vez a una chica.
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No hay verano sin ti.
RomanceDonde Martin y Juanjo acaban trabajando juntos todo el verano como monitores de campamento O Donde Juanjo huye del pueblo y de una relación fallida