Capítulo 23. - Dios aprieta, pero no ahoga.

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Agosto siempre había sido sinónimo de noches calurosas y fiestas de pueblo para Juanjo.

Le encantaba arreglarse delante del ventilador y salir a las doce de casa con una bolsa de botellón llena de hielos que se deshacían antes de llegar al pueblo de al lado. Jugar a beber con sus amigos, bailar Sonia y Selena con la orquesta del pueblo que esa semana estuviera de fiestas patronales...

Lo que más le gustaba era comentar la jugada al día siguiente, tumbado a la sombra de un pino de la piscina municipal. Enterarse de quién se había liado con quién y cuantos cubatas se había bebido cada amigo. Comentar el vestido tan chulo de aquella chica o lo bien que le sentaban esos pantalones al culo del socorrista.

Agosto olía también a despedidas. El ambiente se cargaba de una extraña nostalgia que se palpaba en el aire.

Septiembre siempre auguraba cambios, a Juanjo le parecía mucho más crucial el uno de ese mes, que el uno de enero.

Y ese año también.

Así como julio se había desvanecido, parecía que agosto se le escapaba de entre los dedos. Los días con los niños se pasaban volando y las noches con Martin eran efímeras.

Como esa, en la que estaban tumbados sobre el capó del coche de Juanjo, pasadas las dos de la madrugada. Estaban "mirando las estrellas", que era la excusa que ponían para irse al campo a morrearse tranquilamente después de cenar.

En realidad llevaban media hora bajo una manta de lana que Juanjo tenía en el maletero. Mirándose a los ojos y susurrándose ñoñerías entre bostezos.

- Vamos a dormir. Me estoy quedando seco. - dijo Juanjo acariciándole el bigote al vasco.

- Un ratito más.

- Me duele la espalda de estar aquí tumbados. Quiero estar en la cama.

- Yo quiero tener una cama en la que podamos estar sin tener a cuatro personas respirándonos en la nuca.

- Ruslana no respira, ronca como un búfalo.

El pequeño rio suavemente cerrando los ojos.

- Mañana me voy para las Arenas. - susurró.

- Sí, acuérdate de traerme un bollo de esos que no te callas con ellos.

- Cuando los pruebes no hablarás con tanto desdén de ellos.

- Qué sí, que me van a cambiar la vida, lo que tú digas.

- Exacto. ¿Me podrás hacer memoria de que pase por la farmacia?

- ¿Qué necesitas?¿Te duele algo?

- Condones, imbécil, que solo me traje un par y ya los hemos gastado.

- Vale, yo te lo recuerdo. - susurró Juanjo con las mejillas calientes.

- Podemos pedirle a Alex, si quieres. Estoy casi seguro de que está liado con Denna.

- Ni de broma.

- Te diría que le pidamos a Paul, pero estoy casi seguro de que no tiene.

- Cállate. Pasa por la farmacia. Te hago bizum.

- Y una mierda.

- Eso se paga a medias de toda la vida, Martin.

- A ti no te han cuidado nunca eh. - dijo el vasco con el ceño fruncido.

- Como me cuidas tú, no.

Un cómodo silencio se volvió a establecer entre ellos.

- Me sabe fatal que no puedas venir conmigo. Me encantaría que vieras la lluvia de estrellas con mi familia.

No hay verano sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora