Un viejo pergamino olvidado en una cripta secreta de Antigua contiene una profecía sobre el Dragón de ojos dorados. Habla de un tiempo en el futuro, cuando el caos y la guerra una vez más asolen el reino, y los dragones regresen para reclamar su dom...
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La luz de las velas parpadeaba en la amplia habitación, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra de la Fortaleza Roja. Lady Alicent Hightower estaba sentada en un sillón junto al rey Viserys , con un libro de historia en su regazo. Sus manos, tan delicadas como las de una noble joven, sostenían el lomo del libro, pero sus ojos estaban centrados en el rostro del rey. A medida que los días pasaban, la tristeza y el cansancio en él se hacían más evidentes. Desde la muerte de la reina Aemma , el rey parecía un hombre derrotado, y Alicent sabía, en lo más profundo de su ser, que no era solo el dolor por la pérdida lo que lo pesaba, sino el deber de seguir adelante como monarca.
Con, suavidad Alicent dejó el libro a un lado, inclinándose ligeramente hacia el rey. —Su majestad—, dijo con una voz baja, pero cálida, —sé que el peso del reino recae sobre sus hombros, y que después de la muerte de la reina, el vacío es imposible de llenar... Pero el reino aún lo necesita. El pueblo necesita un líder fuerte—.
Viserys, quien había estado mirando fijamente al fuego de la chimenea, levantó la mirada, sus ojos llenos de una tristeza insondable. —Alicent... no sabes cómo se siente perder a alguien tan importante. Aemma no solo era mi esposa; ella era mi equilibrio, mi ancla.—
Alicent hizo una pausa, tragando con dificultad al sentir la mención de la reina fallecida. Era consciente de que la sombra de Aemma siempre estaría presente en el corazón de Viserys, pero también sabía que debía ofrecer algo más. —No estoy aquí para reemplazarla, su majestad, pero... hay otras responsabilidades. El reino necesita seguridad, y eso solo puede garantizarse con un futuro claro.—
Viserys la miró, confuso, pero algo en la sugerencia comenzó a hacer eco en su mente. El deber de la sangre Targaryen no podía ser postergado. Un largo suspiro se escapó de sus labios.
—¿Te refieres al matrimonio, Alicent?— preguntó, su tono vacilante, como si aún no estuviera dispuesto a aceptar esa realidad.
Ella se adapta con suavidad. —No solo por el reino, sino por Rhaenyra y Rhaelya también. Ellas... ellas también necesitan entender que el deber de un rey o una reina no es lo que uno desea, sino lo que debe hacerse.— Sus ojos lo miraron con sinceridad, pero en su corazón, sabía que estaba siguiendo las órdenes de su padre, Ser Otto Hightower . Sin embargo, parte de ella también creía en esas palabras.
El rey permaneció en silencio, procesando lo que había dicho. Alicent se inclinó hacia él, rozando ligeramente su mano con la suya, un gesto que, aunque sutil, no pasó desapercibido para Viserys. —Es posible que no esté listo para casarme de nuevo, pero tienes razón en algo: el reino debe tener una seguridad clara. Hablaré con mis hijas sobre esto—.
La mirada de Alicent se suavizó mientras apretaba ligeramente la mano del rey, dándole un consuelo silencioso antes de retirarse de la habitación. Sus pasos resonaron en el pasillo vacío mientras se dirigía de regreso a sus aposentos, su mente inundada con pensamientos de lo que vendría. Sabía que su padre estaría satisfecho de cómo había manejado la conversación, pero no podía evitar sentir una extraña sensación de desasosiego creciendo en su pecho.