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                                            ❝97-a.c❞ 


Desde el momento de su nacimiento, Rhaelya Targaryen se encontró en una posición desventajosa en comparación con su hermana gemela, Rhaenyra. La diferencia fundamental entre las dos hermanas, el hecho de que solo el huevo de Rhaenyra había eclosionado, estableció un contraste que se volvería más pronunciado con el tiempo. La atención y el cariño de sus padres, el rey Viserys I Targaryen y la reina Aemma Arryn, se centraron inevitablemente en la niña que tenía un dragón, dejando a Rhaelya en la penumbra de la indiferencia.

Rhaelya creció en un entorno donde la falta de un dragón la convirtió en una figura secundaria. Las miradas de admiración y orgullo que su hermana recibía no se extendían hacia ella. En la mesa familiar, durante los banquetes y las reuniones, Rhaelya a menudo se sentía invisible, una presencia que rara vez se notaba.

Para este momento la Fortaleza Roja estaba envuelta en una atmósfera de expectación y emoción. Todos en Desembarco del Rey hablaban del evento del día: el primer vuelo de Rhaenyra Targaryen en su dragón. La joven princesa, con su cabello plateado brillando al sol, se preparaba para demostrar su conexión con las majestuosas bestias que eran símbolo del poder de su casa.

El rey Viserys I y la reina Aemma se encontraban en primera fila, sus rostros llenos de orgullo y anticipación. La corte entera se había congregado para presenciar este evento monumental. Entre la multitud, los ojos curiosos y ansiosos se enfocaban en la figura de Rhaenyra y su dragón, Syrax.

Cuando Rhaenyra se acercó a Syrax, los murmullos cesaron. La joven princesa se movía con una gracia y confianza que impresionaban a todos. Con un movimiento ágil, se subió al dragón, sintiendo el poder y la conexión que solo un Targaryen podía experimentar. La tensión en el aire era palpable mientras Syrax desplegaba sus enormes alas y, con un rugido ensordecedor, se elevaba en el cielo.

Los espectadores contuvieron el aliento, fascinados por la majestuosidad del vuelo. Rhaenyra parecía una figura salida de un cuento antiguo, su figura pequeña montando al dragón que surcaba los cielos con una facilidad sorprendente. La corte estalló en vítores y aplausos, celebrando el logro de la joven princesa.

En medio de la euforia y la celebración, Rhaelya observaba desde una esquina apartada. Sus ojos violetas seguían el vuelo de su hermana con una mezcla de envidia y tristeza. El contraste entre la gloria de Rhaenyra y su propia invisibilidad era abrumador. Nadie se fijaba en la pequeña figura solitaria, relegada a los márgenes de la atención y el cariño.

Fuego y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora