4. la rosa

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— ¿Dónde os habíais metido?

La señora que fue a recogerles no era la misma que la de antes. Sin embargo, tenían rasgos similares y compartidos. Quizás eran familia.

— No hemos visto la hora, estábamos jugando al parchís —aclara Juanjo, mientras caminaban por los pasillos hasta el comedor. En él, encontraron a Ruslana rebañando un yogur y a Lucas pelando una manzana.

Aunque esta fruta esté más rica con piel que sin piel, yo no me meto en las actitudes de estos personajes. No tienen ni idea de la vida...

En fin, que ambos les miraron extrañados cuando cruzaron la puerta.

— Pensamos que os habíais ido a comer por ahí el primer día —se excusa Ruslana, lamiendo la cuchara—. Por eso no os hemos esperado.

— No pasa nada, ya comemos ahora nosotros —responde Juanjo, tomando asiento en un banco, al lado de Martin.

Una ensalada con diferentes tipos de lechuga se encuentra frente a ellos, preparada para ser devorada en cuestión de minutos.

— Está riquísima —comenta Juanjo, con la boca llena. Martin alza una ceja—. ¿Qué te pasa a ti, chavalín?

— No me pasa nada, chavalín —dice, mientras se termina el plato, imitando su tono.

— Si tienes algún problema, lo podemos solucionar como dos hombres de verdad, ¿lo sabes, no?

¿A hostia limpia, dice? Joder...

¿Qué?

— Con un piedra, papel o tijera.

Ah.

Ah —dice en alto.

¿Este tío es tan... extraño siempre?
Pero es interesante.
Sí, y extraño también.
Bueno, podemos hacer una excepción.
¿Excepción? Ángel bueno, ¿de qué hablas tú ahora?
Nada, nada. Ya te darás cuenta.
Pero...

Juanjo se levanta para dejar el plato en el lavavajillas y antes de que pueda hacer lo mismo, se le arrebata de las manos, posándole él también.

— Oye —se queja el vasco, lavando los tenedores por encima.

— Te he hecho un favor, se supone que me lo tienes que agradecer.

— ¿Gracias?

— Muy bien, así sí.

No estoy entendiendo nada de esta conversación.
Ni yo.

Chicos —se escucha una voz en la puerta. Gracias a Dios, Ruslana—. Vamos a ir a explorar un poco la isla, ¿venís?

— Claro —responde Martin de inmediato, no queriendo perderse nada de lo que iba a ser su hogar durante tanto tiempo.

— Perfecto, salimos en diez minutos. ¿Juanjo?

— ¿Eh? Sí, sí. Por mí sí. Sí.

Martin se ahorró cualquier pregunta y salió del comedor, dedicándole una sonrisa a la señora que caminaba por los pasillos, limpiando el suelo.

Este tío es un rarito.
Sí, pero está bueno.
¿Qué? Pero..., ángel bueno, eso son fuertes declaraciones.
Lo sé.
Joder, me he quedado sin palabras.
Esa era mi intención.
Hasta Martin se ha quedado tieso en el pasillo.
Ya lo veo.
Vamos, mueve el culo, Martin. Así, muy bien.
¿Vas a decirme que no, en serio?
Todavía se están conociendo, y repito lo de antes: es un rarito.
No lo creo. Mi opinión es que se está intentando quedar con nosotros.
¿Tú crees?
Sí, y deberíamos volver a tomar control sobre el cuerpo de Martin, porque poco más y se echa pasta de dientes en el ojo.
Oh...

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