Lina, de 18 años, siempre había sido conocida por su actitud desafiante y su afán de intimidar a las demás chicas del colegio. Lyan, una nueva alumna con gafas grandes y un aspecto tímido, era su víctima más reciente.
— ¿Y esas gafas, insecto? ¿No te da vergüenza salir así de casa?
Lyan trataba de ignorar los comentarios, pero las risas del grupo de Lina la hacían sentir pequeña.
— ¿Te vas a poner a llorar? Vaya, qué patética.
De repente, la voz autoritaria de la prefecta Morales retumbó por el pasillo.
— ¡Lina! Detente de inmediato. Esto no es una broma.
Lina se sobresaltó, tratando de mostrarse indiferente.
— Solo estábamos jugando. No es para tanto.
— Esto no es un juego. Voy a llamar a tu madre y al director. Este comportamiento es inaceptable.
Lina se encontraba ahora en la oficina del director, su madre sentada a su lado con el rostro tenso y enfadado.
— Lina, esto no es la primera vez que recibimos quejas por tu comportamiento, pero hoy has cruzado una línea. Estás suspendida por una semana.
Lina trató de mantener la compostura, pero la mirada severa de su madre la hacía sentirse vulnerable. Su madre se levantó lentamente y, con un tono frío, le dijo al director:
— Gracias, director. Me aseguraré de que esta lección no se olvide fácilmente.
En el camino de regreso a casa, Lina intentó excusarse.
— Mamá, no fue tan grave. Solo le hicimos un par de bromas. Todo el mundo lo hace.
— ¿Bromas? No me vengas con eso, Lina. Lo que hiciste fue cruel y vergonzoso. ¿Te gustaría que te trataran así? Porque créeme, si sigues por este camino, la vida te va a devolver el golpe tarde o temprano.
Lina permaneció en silencio, su corazón latía rápido, pero intentaba no mostrar miedo. Después de un par de minutos de tenso silencio, su madre añadió:
— Tú crees que intimidar a otros te hace fuerte, ¿verdad? Que te da poder. Pero solo demuestra lo insegura que eres. Y no voy a permitir que mi hija se convierta en una persona así.
Lina tragó saliva, su garganta se secaba, pero las palabras de su madre comenzaban a hacer eco en su mente.
Al llegar a casa, la puerta se cerró detrás de ellas con un golpe seco. Su madre cruzó los brazos y la miró con severidad.
— Siéntate, vamos a hablar.
Lina obedeció, sintiendo una mezcla de vergüenza y nerviosismo. Su madre respiró hondo antes de empezar.
— Hoy, cuando el director me llamó, sentí una profunda decepción. No es solo que estés suspendida, es lo que significa. Significa que no he hecho un buen trabajo enseñándote el respeto, la empatía. Y eso me duele. ¿Cómo llegaste a pensar que está bien hacerle daño a los demás?
Lina, con la mirada baja, comenzó a balbucear.
— No lo sé... solo... todo el mundo lo hace, y yo...
— No me importa lo que hagan los demás. Tú eres responsable de tus acciones. Lo que me importa es que tú seas mejor. Las excusas no sirven. Así que escucha bien: esto no va a quedar sin consecuencias. Te voy a enseñar que en esta casa hay reglas, y cuando las rompes, pagas el precio.
Lina sabía que la charla no sería suficiente para su madre, pero no esperaba lo que venía después. Después de unos minutos de silencio tenso en la sala de estar, su madre se levantó lentamente de la silla y le indicó con un gesto que la siguiera. Lina la obedeció en silencio, temiendo lo que vendría.
Llegaron a la habitación de Lina, y su madre cerró la puerta detrás de ellas. El silencio era ensordecedor, y Lina sintió que su corazón empezaba a latir más rápido. Su madre respiró hondo y se acercó a ella, con una expresión grave.
— Te lo advertí. Te dije que tus acciones tendrían consecuencias, y no solo en la escuela. Vas a aprender, hoy mismo, que lo que hiciste estuvo mal.
Sin más palabras, su madre la tomó del brazo y, con firmeza, la hizo inclinarse sobre la cama. Lina sintió un nudo en la garganta mientras su madre tomaba el cinturón de cuero que estaba colgado detrás de la puerta. El sonido del cuero al deslizarse entre los dedos de su madre fue lo único que rompió el silencio en la habitación.
— ¿Esto es en serio... esto es real?¡por favor no!- mientras su madre subia la falda y bajaba con cuidado su pantaleta blanca.
El primer golpe resonó en el aire, y Lina soltó un pequeño grito de sorpresa. El dolor recorrió su espalda baja como un latigazo, pero no tuvo tiempo de reaccionar antes de que cayera el segundo.
— Te dije... que no iba a permitir... este comportamiento... nunca más.
Cada palabra de su madre venía acompañada de un golpe firme, pero controlado. No era solo el dolor físico lo que hacía que las lágrimas comenzaran a correr por las mejillas de Lina, sino la intensidad de la decepción que sentía en cada golpe. No era solo un castigo físico; era la acumulación de todas las veces que su madre le había advertido, y que Lina había ignorado.
Después de lo que parecieron minutos interminables, su madre finalmente se detuvo. El cinturón cayó al suelo con un suave golpe, y el único sonido en la habitación era el sollozo contenido de Lina, que se cubría el rostro con las manos.
— No me gusta tener que hacer esto, pero tenías que aprender. Espero que esto te haga entender lo que está en juego.
Lina, con la cara todavía mojada de lágrimas, asintió débilmente, incapaz de encontrar las palabras. Su madre salió de la habitación sin decir más, dejándola sola en el silencio.
Lina permaneció allí, tendida en su cama, con su trasero aún palpitante por el castigo. Pero lo que más le dolía no era su piel. Era la culpa, el saber que había llegado al límite de la paciencia de su madre. Había cruzado una línea, y ahora no tenía más remedio que enfrentar las consecuencias.
— Nunca pensé que llegaría a esto... nunca creí que mis acciones dolerían tanto, hasta que sentí este dolor.
Las lágrimas continuaron fluyendo, pero esta vez no eran por el castigo. Eran por la vergüenza, el arrepentimiento. Esa noche, Lina se quedó acostada boca abajo, reflexionando sobre su comportamiento. El eco de cada golpe seguía en su mente, pero lo que más resonaba eran las palabras de su madre: "Esto no es solo por la escuela, es por cómo has decidido vivir."
Lina se dio cuenta de que había llegado a un punto donde tenía que elegir quién quería ser. Y, por primera vez, supo con certeza que no quería ser esa persona que lastimaba a los demás.
"¿De verdad soy así? ¿Tan insegura que tengo que lastimar a otros para sentirme mejor?"
Al día siguiente, y con una semana de suspensión por delante, Lina se encontró reflexionando sobre su vida. Lyan, a quien había molestado tanto, no le había hecho nada. ¿Por qué lo hacía? Quizá su madre tenía razón; quizá solo estaba proyectando su propia inseguridad.
Durante esa semana, Lina pasó más tiempo con su madre. La Sra. Ramírez la hizo participar en actividades comunitarias la llevo a pláticas sobre bullying y le mostró el valor de ayudar en lugar de destruir. Cada día, Lina comprendía más y más las palabras de su madre.
Al final de la suspensión, Lina regresó al colegio, esta vez con una actitud completamente diferente. En lugar de buscar problemas, decidió disculparse con Lyan.
- Lyan, yo... quería disculparme por lo que te hice. No estuvo bien, y lo siento mucho.
Lyan la miró sorprendida, pero asintió- Gracias, Lina. Espero que lo digas en serio.
- Lo digo en serio. Y voy a hacer lo posible para cambiar.
Ese día, Lina empezó un nuevo capítulo en su vida. No fue fácil, pero cada paso que daba hacia el respeto y la empatía era un paso más lejos de la inseguridad que antes la dominaba.

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Spanking Stories
FanfictionHistoria de chicas que por su conducta les han dado sus nalgadas. relatos breves de nalgadas. Disciplina parental.