El ocaso estaba terminando pintando el cielo con tonos dorados y anaranjados, que gradualmente se desvanecían en un rojo profundo, mientras el sol se deslizaba tras el horizonte. Los colores cálidos del atardecer envolvían la naturaleza y su entorno, provocando una sensación de sosiego que se asentaba en el pecho de Caneck. El aire, fresco y liviano, acariciaba su piel escamosa, llevándose consigo la tensión acumulada provocada por los intrusos.
El sonido de los pasos de la manada de intrusos se desvanecía en la distancia, su mensaje aún resonaba en los pensamientos de Caneck:
“Mañana al amanecer debes traer a nuestro o femin al pie de la montaña. Veremos si eres capaz de sostener tal embuste."Aquel desafío, lanzado con arrogancia y hostilidad, aún hervía en su interior, pero no podía dejar que eso nublara su juicio. Había algo mucho más importante en juego: su femin.
La brisa movía las hojas de los árboles, y mientras la luz del día se desvanecía, los recuerdos de la primera vez que vio a Tam comenzaron a invadir su mente. La imagen de ese momento, tan vívida y clara, le produjo una sensación que aún no podía descifrar del todo.
La temperatura de aquel día era extrañamente fría, ideal para hibernar, pero Caneck había decidido no descansar aún. Después de un día largo y agotador de caza, se dirigía hacia su cueva para buscar el refugio que tanto necesitaba, pero algo lo detuvo. Un sonido, una risa, ligera y melodiosa, flotó en el aire hasta llegar a su oído. Serpenteando con sigilo, se acercó al origen de esa melodía, y cuando sus ojos encontraron la fuente de su distracción, su mundo pareció detenerse.
Ahí estaba él acompañado de otro femin sin importancia. Él era sin duda un femin como ningún otro. Ahí estaba Tammy vistiendo un abrigo de piel, un cuerpo bellamente esbelto, una piel tersa de tono claro con un ligero tinte oscuro, sus cabellos castaños moviéndose con la brisa, Tam se movía con una gracia que sorprendió a Caneck. Su mirada se fijó en él, hipnotizado. Ese femin... era él, su destino. Desde ese primer vistazo, su mente y su corazón no pudieron olvidarlo. En sus sueños, era él quien aparecía, y a cada uno de esos sueños les siguió el deseo de cortejo, de reclamarlo como suyo.
— SHSHSHSHS.. —, siseó Caneck, sonriendo al recordar la primera vez que lo vio, como si aún pudiera sentir la emoción del momento.
El pensamiento de él, su femin, lo mantenía en movimiento, aún cuando su cuerpo pedía descanso. Mientras caminaba hacia el acantilado, su mente volvió a la preocupación que lo había estado atormentando durante el día. La manada de zorros.
Había algo en su interior que se revolvía cada vez que pensaba en ellos. Cada vez que Tam se acercaba a ellos, cada vez que uno de esos malditos zorros se atrevía a mirarlo, a acercarse a él, algo dentro de Caneck se retorcía con furia. No soportaba la idea de que otros machos tuvieran el derecho de acercarse a su femin.
«Mi femin debe estar hambriento, pensó», intentando centrar su mente en algo más práctico mientras se apresuraba a recolectar frutos. Recordaba cómo Tam había mencionado como “plátanos" y cómo parecía disfrutar de esas frutas. También le preocupaba la carne que Tam cocinaba, algo que él no comprendía del todo. Cuando Tam "asaba", como él llamaba a ese extraño ritual, Caneck se mantenía a una distancia prudente, observando en silencio. ¿Qué hacía su femin con ese fuego? Cada vez que Tam lo hacía, su mente se llenaba de preguntas, pero por alguna razón, no podía alejarse. Había algo hipnótico en la forma en que Tam manejaba ese extraño elemento.
Enredó con su cola todas las frutas que pudo, y se apresuró hacia la cueva. Al llegar, despejó la entrada rápidamente.
—SSS, FEMIN. — Llamó a Tam con su voz profunda, marcando la diferencia entre el tono habitual y el cargado de urgencia.
—Canek, volviste — respondió Tam, su voz tranquila y pausada, revelando la serenidad con la que siempre recibía a Caneck. Tammy estaba vestido con una túnica gris, hecha a mano con las prendas que Caneck le había traído. Había algo profundamente familiar y reconfortante en esa imagen. Para Caneck, Tam era un reflejo de su propia paz.
Caneck recorrió el cuerpo de Tam con la mirada, admirando sus músculos tonificados, la suavidad de su piel, la curva de su cuello que siempre parecía invitar a su toque. Cada vez que sus ojos se encontraban con los de Tam, el aliento de Caneck se detenía, y el mundo alrededor de él desaparecía. ¿Cómo podía una criatura como él, fría y sanguinaria , sentirse tan abrumado por un pequeño Femin?
—TAM, COME. — Murmuró entre susurros, colocando las frutas en los brazos de su pareja con delicadeza.
La cantidad de frutos que había recogido era tan grande que Tam se desbordaron de su manos. Caneck observó cómo su femin tomaba las frutas que podía, apreciando el gesto, pero no pudo evitar pensar en lo que vendría.
Aunque Tam disfrutaba de los frutos y la carne al fuego, algo en el aire le decía a Caneck que no todo estaba bien. La manada de los zorros de Tam aún rondaba cerca, y él no podía dejar de pensar en el peligro que representaban. Era una molestia constante, como una sombra que nunca desaparecía. ¿Qué sucedería si Tam los elegía a ellos en lugar de a él? ¿Qué pasaría si, en algún momento, su femin decidiera que su lugar estaba entre ellos?
De manera instintiva, Caneck se acercó a Tam, y se enrolló a su alrededor, protegiéndolo con su cuerpo, envolviendo a su femin con su calor. Había algo reconfortante en esa cercanía, algo que lo tranquilizaba de una manera que nada más podría. No le importaba que su forma de ser, posesiva y celosa, lo alejara de los demás. Tam era suyo. Lo sabía con certeza, y no permitiría que nadie se interpusiera entre ellos.
—Mi FEMIN, LOS ZORROS DE TU MANADA VINIERON A BUSCARTE. — Finalmente, las palabras salieron de su boca, aunque con una mezcla de frustración y resignación. No quería que Tam fuera con ellos. No quería que nadie lo apartara de él.
—Vinieron por mí — dijo Tam con una calma desconcertante, sin preocupación, casi con alegría en su voz. Esa reacción sacudió a Caneck. ¿Cómo podía Tam estar tan tranquilo?
—NO, NO PUEDES IR CON ELLOS, ERES MÍO, TU LUGAR ES CONMIGO. — Caneck no pudo evitar elevar su tono con furia surgiendo a la superficie. Su instinto de posesión se empezó a descontrolar.
Tam lo miró con esa calma inquebrantable que tanto desconcertaba a Caneck. —No me hables así —respondió Tam,con voz tranquila, pero cargada de una ligera indignación.
La forma en que lo dijo hizo que el pecho de Caneck se apretara. Sabía que Tam no toleraba los gritos, porque algo en su pasado lo había marcado profundamente.
Caneck, consciente de la herida que acababa de abrir, se detuvo. Miró a Tam, notando el ceño fruncido y la tensión en su rostro.
El remordimiento se apoderó de él. No quería herir a su femin, no quería ver esa expresión de incomodidad en su rostro.
Se retiró un poco, consciente de lo que había hecho, de cómo su instinto había desbordado los límites de lo que Tam podía tolerar. Respiró hondo, controlando su furia interna. Sabía que debía aprender a manejar esos impulsos, pero la posesión sobre su femin era algo que lo consumía en cada momento.
Caneck se acercó nuevamente a Tam, pero ahora con una actitud más suave, más comprensiva.
—Perdóname...— murmuró, reconociendo su error.
Tam no dijo nada, pero su mirada cambió, y con eso, Caneck supo que tal vez, solo tal vez, podría encontrar una forma de entenderse con su femin sin recurrir a la fuerza de su instinto.
Actualizado el 22/12/2024
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Entre accidentalmente al nido de la serpiente malvada
RomanceTammy un joven acostumbrado a la vida urbana y a las relaciones superficiales, despertó súbitamente; después de ser asesinado por su mejor amigo y primer amor, en un mundo salvaje y desconocido siendo cargado por una serpiente gigante. «¿Por qué es...