Seamos más valientes

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Néstor llegó a su casa y lo primero que hizo fue dejarse caer en su cama agotado, sintiendo el peso de los últimos días caer sobre él como un muro de concreto. La última semana había sido un completo desastre, entre debates políticos, palizas en la calle, sentimientos inesperados y más de una discusión, sentía que el vaso cada vez se llenaba más y que en cualquier momento se derramaría. Y como si eso fuera poco, ahora también su carrera como médico estaba en la cuerda floja. Todo parecía complicarse cada vez más, y el enredo que tenía en la cabeza, pero sobre todo en el corazón lo hacían replantearse su realidad una y otra vez.

Buscó su móvil y después de mirar unos segundos entre sus contactos, se detuvo en uno y el nombre de Patricia Segura apareció en la pantalla. Ni en mil años se imaginó que alguna vez su camino se podría cruzar con el de la presidenta de la Comunidad Valenciana. Sabía quien era ella desde antes, como toda Valencia por supuesto, ¿quién no iba a saber su nombre? Pero no fue hasta que llegó aquella mañana al Sorolla con un cáncer del cual aún no se enteraba, que pudo conocer realmente a la mujer que había detrás de la política que salía en los periódicos y en los programas locales. Y esa mujer no se parecía para nada a la idea que alguna vez se creó de ella al escuchar sus ideologías políticas.

Patricia era mucho más que la presidenta de una comunidad, o una dirigente de un partido. Era una mujer llena de vida a pesar de las circunstancias, divertida, con un sentido del humor que lo volvía loco, era dura, honesta, decidida, fiel a sus creencias y muy segura de sí misma. Y era esa seguridad lo que hacía que no pudiera sacársela de la cabeza, la admiraba a pesar de no compartir las mismas ideologías que ella, y eso era algo que nunca le había sucedido antes, al menos no de esta forma. Todas las parejas que tuvo alguna vez, incluida su difunta esposa, compartían sus mismas ideas, parecían estar en la misma página que él en cuestión de ideales y principios. Pero con Patricia lo único que había hecho desde que se conocieron fue discutir por todo, enfrentarse como dos animales que defienden a su manada con uñas y dientes. Y aun así, la presidenta se había metido bajo su piel de una manera inexplicable, haciéndolo replantearse muchas veces hasta sus propias creencias, cosa que le disgustaba y le encantaba por igual. Toda ella le fascinaba, desde sus ojos del color de dos granos de café refinado, hasta esa sonrisa presumida que le regalaba todo el tiempo y que a veces quería borrársela a punta de besos para que dejara de ser tan arrogante. Y sus labios... esos labios se estaban convirtiendo en su perdición. Solo los había besado en dos ocasiones distintas, la primera vez en el hospital luego del debate, y la segunda hace apenas dos días cuando discutieron en el auto de ella y terminaron besándose otra vez, para posteriormente acabar enfadados nuevamente. Y sin embargo, ya se declaraba adicto a su boca; besarla era como darse un chute de la droga más adictiva que existiera, que con cada dosis que se metía, solo podía pensar en el próximo pinchazo.

Luego de pensarlo un poco, presionó el botón de llamada y se llevó el teléfono a la oreja comenzando a escuchar los timbrazos. Quería hablar con ella, sentía la tonta necesidad de arreglar las cosas, pues no habían quedado muy bien entre ellos desde la discusión, y desde entonces no se veían. Necesitaba decirle que había descubierto que Pilar fue quien sometió la petición para la comisión deontológica, y que al final ella tenía razón. Pero sobre todo quería disculparse por haberla acusado de querer poner en riesgo su carrera.

Dejó que el aparato timbrara hasta que apareció el mensaje por defecto del correo de voz; ella nunca respondió. Suspiró frustrado y lo volvió a intentar, esta vez solo sonó dos veces antes de que lo enviara directamente a buzón. Lo que quería decir que Patricia había visto su llamada y deliberadamente lo estaba ignorando.

>>> La presidenta se encontraba en su casa con Emilio, afinando los detalles del proyecto piloto de privatización para el Sorolla. Lluis había pedido negociar algunos puntos antes de dar el visto bueno y Patricia estuvo de acuerdo en que se podían hacer unos ajustes que beneficiaran a ambas partes.

Entre el debate y el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora