Médico-Paciente

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La atracción entre Patricia y Néstor fue palpable casi desde el día uno. No tuvo que pasar demasiado tiempo para que ambos fuesen conscientes de ello. Fueron las miradas durante las consultas, las sonrisas sutiles, y los constantes enfrentamientos por sus diferencias políticas, lo que los empujó directamente hasta este momento de sus vidas, en el que habían cruzado tantas líneas que ya ni siquiera alcanzaban a verlas. Poco les importó romper esa barrera invisible, pero inquebrantable de la ética médica que establece que entre un médico y su paciente no debe existir una relación de carácter personal. Esto para proteger la objetividad, el respeto, y la confianza en esa dinámica de profesionalismo que debería existir. Pero lo cierto es que esa barrera entre ellos nunca fue más que un velo delgado que desde el inicio luchaba por desvanecerse. La ética y las reglas parecían no aplicar entre los dos, y pronto comenzaron a cruzar esos límites que tanto se prometieron no atravesar.

No había manera de que las cosas volviesen a ser como antes de la noche que compartieron juntos. Aunque a decir verdad, ninguno de los dos deseaba volver atrás, porque sería como negar que todos los momentos compartidos durante esas horas, habían existido, y aceptar que la magia formada entre ellos no fue más que una mera fantasía.

Patricia seguía paralizada, de pie frente a Emilio, que la miraba perplejo esperando a que ella dijera algo, cualquier cosa que explicara el escenario tan inusual que los rodeaba. La presidenta no sabía qué decir, y es que en realidad no había nada que pudiera salir por su boca en este momento que negara lo evidente de la situación.

—Eh... Emilio, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó tan solo para decir algo, lo que fuera que le ayudara a calmar los latidos desenfrenados de su corazón y a ordenar sus pensamientos en su mente todavía somnolienta y aturdida por las sustancias consumidas la noche anterior.

—¿Temprano? —levantó una ceja y la miró con una expresión de sorpresa. —Patricia, van a dar las doce. —explicó acomodándose los lentes sobre su ceño fruncido, volviendo a escanear a la mujer que hacía un esfuerzo inútil por cubrir su cuerpo, especialmente aquellas marcas que él ya había visto. —Que he tenido que cancelar las reuniones de la mañana porque tú no me cogías el teléfono, mujer. Y luego he venido hasta aquí y tampoco me abrías, pensé que te había pasado algo, así que tuve que entrar. Pero, lo que no esperaba era encontrarme con esta sorpresita tan... bueno, ¿me quieres explicar lo que ha pasado?

—No, Emilio, no te quiero explicar nada, y honestamente será mejor que te vayas. —señaló la puerta, desviando su mirada del asesor que todavía la veía con ojos inquisitivos. —Cancela todas mis reuniones, hoy no voy a trabajar, no me encuentro bien.

—Claramente. —murmuró para sí mismo en un tono bajo, por lo que Patricia no pudo entender realmente lo que había dicho.

—¿Qué dijiste? —preguntó con los labios apretados, su corazón todavía latiendo a un nivel elevado dentro de su pecho.

—Pero vamos a ver, Patricia, no me puedes decir que cancelemos todas las reuniones, porque bien sabes que no es posible. Que ya me he tenido que comer el marrón por las dos que cancelé a último momento. —caminó un poco por la estancia observando todo a su alrededor, Patricia en cambio permaneció como estatua en el mismo lugar, observándolo a él moverse por su casa. —Mira, tú sabes que yo no me meto en tu vida personal. —comenzó a decir él, levantando una copa con restos de vino que encontró sobre la mesa de comedor.

—Pero qué me estás contando, si te metes en todo, Emilio.

—Porque es mi trabajo, soy tu asesor. Político, de estrategia, de imagen... —su mirada se paseó por el aspecto desaliñado de ella y después otra vez sobre la casa. —De todo. Y como te decía, quizá no soy quien para meterme en tus asuntos privados, pero sí en aquellos que afectan directamente nuestro trabajo. —se agachó para tomar algo del suelo que llamó de repente su atención.

Entre el debate y el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora