En el refugio de la noche

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Hay una cosa curiosa que sucede durante las horas posteriores a la puesta del sol y antes de los primeros rayos de luz de la mañana. Una especie de calma misteriosa donde el mundo parece detenerse por instantes y el ruido constante del día se apaga y solo queda la quietud de la noche. Para aquellos quienes tienen vidas ajetreadas y realidades complejas, esas horas son como un regalo divino que les permite ser un poco más libres.

Patricia sentía que desde hace un par de meses su vida se había convertido por completo en un caos. Si de por sí pertenecer a la política, aun más siendo mujer, era algo demasiado complicado, ser diagnosticada con cáncer, perder un pecho y tener metástasis, lo enrevesaba todavía más. Pocos habían sido los momentos de calma y relajación que había tenido desde que todo estalló aquella mañana después de tener un accidente en su auto que se suponía no debía pasar a mayores. Pero el destino tenía otros planes, y vaya que eran inesperados. Sin embargo, cada una de las vivencias desde ese día que vino a cambiarlo todo, la habían llevado a este momento. A esta noche. Cada paso dado desde entonces la había traído hasta aquí. Con Néstor. Y de eso no se arrepentía ni un instante. Porque él llegó a cambiarle la vida de una forma que nadie había logrado antes.

>>> Quizá era el efecto del cánnabis que ya invadía su sistema, o la belleza de las estrellas que brillaban en el cielo, o tal vez el alcohol que corría por sus venas luego de compartir un par de botellas de vino junto al hombre que tenía a su lado, o simplemente era el efecto embriagador que causaba él en ella, pero Patricia se sentía en las nubes. Parecía que su cuerpo flotaba y que su espíritu estaba por encima de lo terrenal. Soltando una risita tonta cada dos segundos por cualquier cosa estúpida que dijera Néstor, quien también se encontraba en un estado parecido aunque quizás un poco menos que ella.

—Estás colocadísima tú, eh. —comentó Néstor luego de que ella estallara en una gran carcajada gracias a una tontería que él dijo que en otro momento no habría tenido mayor gracia; ya habían terminado de fumar, pero él olor a marihuana todavía persistía en el aire mientras ellos permanecían recostados uno al lado del otro en el sillón de la terraza.

—Que va, estoy bien. —hizo un gesto con la mano para restarle importancia, pero sus movimientos se sintieron más lentos de lo normal, y este hecho la hizo reír con más fuerza. —Bueno... quizá un poco, pero es tu culpa, ese porrito era de los buenos. Me vas a tener que traer más para incluirlos en mi tratamiento. —se volvió a reír. —Además no estoy acostumbrada, tampoco voy por ahí fumando todos los días, no te creas.

—No, no, si tú solo estás acostumbrada a meterte rayitas de cocaina. —se rio aunque sacudió la cabeza en desaprobación.

Patricia paró de reír pero lo miró con una ceja alzada, su expresión bailando entre la diversión y la sorpresa.

—¿Y tú cómo sabes que me he metido cocaina?

—Me lo contó un pajarito.

—Ya. ¿Y de casualidad no se llama Biel ese pajarito tan cotilla? Joder con ese niño, no sabe callarse nada. Ya le halaré las orejas la próxima vez que lo vea. —negó con la cabeza entre risitas.

—No te vi pinta de ser del estereotipo de políticos que se meten una raya antes de salir a dar sus discursos.

—Fue una sola rayita. Una. —aclaró levantando el dedo índice delante de la cara de él. —La primera en años. Y porque estaba pasando por el peor momento de mi vida. Acababan de decirme que tenía metástasis, y para colmo estaba sola porque tú seguías ocupado con tu huelga luego de dejarme tirada en el quirófano. Así que ni se te ocurra decirme nada.

—No deberías hacer esas cosas en tu estado. —la advertencia de Patricia no sirvió de mucho. —En ningún estado realmente.

—Ya, ya, ya, no me regañes, que no eres mi padre. —el comentario la hizo reír de nuevo a carcajadas porque se le cruzó un pensamiento que le hizo demasiada gracia. —Sería raro que fueses mi padre después de lo que hicimos hace rato en la cama. —seguía riendo, Néstor terminó acompañándola sin poder evitarlo. —Perdona, ya no sé ni lo que digo.

Entre el debate y el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora