Te entrego mi corazón

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En promedio, el corazón de un adulto late entre sesenta y cien veces por minuto. Con cada latido, bombea alrededor de setenta mililitros de sangre, lo que equivale a unos cinco litros por minuto, y siete mil quinientos litros por día, convirtiendo este órgano en una bomba poderosa que mantiene la sangre en movimiento, proporcionando oxígeno y nutrientes a cada célula del cuerpo. Son precisamente estos latidos, los que mantienen la vida, si el corazón se detiene, el cuerpo queda privado de aquello que necesita para seguir funcionando, y eventualmente, sucede lo inevitable; la muerte.

Néstor amaba su profesión, y si bien en un principio llegó a ella gracias la recomendación de su familia, la vocación pronto se apoderó de él, y se enamoró no solo de la bata blanca, sino también de la posibilidad de salvar vidas y ayudar a otros por medio de su trabajo. Pero ser médico también acarreaba una gran responsabilidad, significaba que siempre tenía vidas ajenas en sus manos, y que dependiendo de cuan bien o mal realizarla sus funciones, esa vida seguiría adelante, o no. A lo largo de su carrera se había enfrentado a cientos de operaciones de emergencia, a miles de pacientes que llegaban a él al filo de la muerte, obligándolo a actuar rápido para salvar sus vidas. Pero a pesar de su experiencia y años de servicio, todo cambia cuando quien se tiene en la mesa de operaciones es a la mujer que te ha robado el corazón, y de quien te has enamorado como jamás creíste que sucedería.

El doctor Moa estaba mirando fijamente una pantalla con las imágenes de la resonancia magnética que se le había realizado previamente a Patricia, analizándolas, buscando una respuesta para lo que estaba pasando. Aunque como médico sabía perfectamente el problema al cual se enfrentaba, como hombre angustiado por la mujer que amaba, se preguntaba por qué tenía que suceder esto, por qué tenía que ser él quien tuviera en sus manos la vida de la persona que más le importaba en el mundo. Sin embargo, sabía que tampoco lo hubiera querido de otra manera, pues se sentía incapaz de dejarla a merced de cualquier otro doctor. Tenía claro que era únicamente su responsabilidad salvar a Patricia, se lo había prometido, y si bien el plan nunca fue tener que realizar la cirugía de esta manera tan inesperada, no estaba dispuesto a fallarle. No esta vez.

—¿Qué ha pasado? —se escuchó la voz de Biel cuando ingresó al quirófano, acercándose a su adjunto para mirar junto con él las mismas imágenes que Néstor parecía repasar una y otra vez.

—Hemorragia hepática causada por la metástasis. —explicó rápidamente, el temblor en su voz era evidente, y su residente lo pudo notar con tan solo unas pocas palabras. —Ponte enfrente de mí y échame una mano. —le pidió, dirigiéndose a la mesa de operaciones donde Patricia ya lo esperaba, la anestesia ya se había encargado de entregarla a un sueño profundo.

Biel miró a Néstor y supo que el hombre no se encontraba bien. Lo podía notar en su mirada cristalizada, con lágrimas que luchaban por no abandonar sus ojos, en la forma como respiraba bajo el cubrebocas quirúrgico, como si intentara tomar el suficiente oxígeno, en la manera como sus manos temblaban ligeramente, evidenciando lo nervioso que estaba.

—Néstor, ¿te sientes bien? —preguntó el joven cuando se puso frente a él, del otro lado de la mesa.

Ambos sabían lo que esa pregunta escondía detrás de sí, no era un simple cuestionamiento para saber sobre su estado, le estaba preguntando si se encontraba en condiciones para realizar esta operación. Biel le había visto llorar por Patricia apenas unas horas antes, sabía lo mucho que la presidenta significaba para él, y sabía cuánto le quería. Por eso le preguntaba si se sentía bien, porque como médico y como amigo, necesitaba saber si su adjunto sería realmente capaz de llevar esta cirugía a cabo con profesionalismo y objetividad, olvidándose de que quien se encontraba en la mesa de operaciones era la mujer de la que estaba enamorado.

Néstor sabía que en parte estaba cometiendo un gran error, ya que no solo estaba rompiendo la ética médica y de alguna manera, fallando también a su juramento hipocrático, sino que como hombre, estaba poniendo en riesgo la vida de la mujer que tenía enfrente. Su mujer. Porque eso era Patricia Segura, de nada servía engañarse a sí mismo, la presidenta de la Comunidad Valenciana se había convertido en su mujer, llevaban una relación y vivian una historia de amor, que prácticamente nadie tenía conocimiento de ella, pero ellos lo sabían. Él lo sabía. Y aun así, decidió operar, contra su mejor juicio, prometiéndose a sí mismo que haría todo por salvarla.

Entre el debate y el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora