Avance

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El sol de Alabasta seguía inclemente, bañando el desierto y sus habitantes con un calor agotador. En medio de las arenas, los Mugiwara, ahora descansando después de la gran batalla contra Crocodile, disfrutaban de un raro momento de tranquilidad. Vivi estaba junto a Nami, ambas conversando animadamente en una de las salas del palacio. A pesar de que la paz había vuelto a su reino, las tensiones entre los Mugiwara no habían desaparecido del todo.

—Parece que todo ha salido bien al final —comentó Nami, recostada en uno de los cómodos sillones, mientras sorbía una bebida refrescante que Vivi había mandado preparar.

—Gracias a todos ustedes —respondió Vivi con una sonrisa—. Si no fuera por Luffy y los demás, Alabasta estaría en ruinas ahora.

Nami asintió, pero su mente vagaba en otro lugar, observando de reojo a Luffy en la distancia. El capitán de los Mugiwara, fiel a su naturaleza, estaba en el comedor del palacio devorando todo lo que se le ponía enfrente, como si no hubiera mañana. La cantidad de comida que Luffy podía ingerir en tan poco tiempo siempre dejaba a los demás sin palabras, pero esta vez, Nami apenas le prestaba atención.

—Nami, ¿estás bien? —preguntó Vivi, notando la distracción en los ojos de su amiga.

—Sí, solo estoy pensando en Sanji —respondió Nami, sin apartar la vista de Luffy, aunque su mente estaba en otra parte.

—¿Sanji? —preguntó Vivi, un poco sorprendida—. ¿Le ocurre algo?

—No lo sé —admitió Nami, suspirando—. Desde que terminamos la pelea con Crocodile, lo he notado... raro. Como si algo lo estuviera molestando, pero no quiere decir qué. Siempre se comporta de manera diferente cuando estamos en una isla, pero esta vez es distinto. Está distante.

Vivi asintió, comprendiendo la preocupación de Nami. —Tal vez esté cansado. Todos hemos pasado por mucho. O... —dudó un momento antes de continuar—. Tal vez tenga algo que ver con Zoro.

—Eso pensé —dijo Nami con una sonrisa amarga—. Sanji siempre ha tenido esa extraña rivalidad con Zoro, pero algo me dice que esta vez es más que eso.

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Mientras tanto, Sanji estaba en uno de los balcones del palacio, su cigarrillo casi consumido entre sus dedos, y su mirada perdida en el horizonte del desierto. El viento cálido del lugar no hacía mucho para despejar la tormenta de pensamientos que tenía en la cabeza. A pesar de que trataba de mantener la compostura frente a los demás, las marcas en su cuello y la sensación en su pecho le recordaban constantemente lo que había pasado con Zoro.

De repente, sintió un peso familiar alrededor de su cintura. Zoro, sin decir una palabra, lo había tomado por detrás, abrazándolo como si fuera la cosa más natural del mundo. El espadachín apoyó su cabeza en el hueco del cuello de Sanji, y el cocinero se estremeció. No por miedo, sino por la sensación inesperada de cercanía.

—Marimo... —susurró Sanji, su voz más débil de lo que esperaba. No quería sonar afectado, pero la sorpresa y la incomodidad lo traicionaban.

Zoro, sin embargo, no dijo nada al principio. Solo permaneció ahí, respirando lentamente junto a Sanji, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—No quiero que las cosas sigan así —dijo Zoro finalmente, su voz baja y grave. —Este maldito silencio entre nosotros me hace sentir como un imbécil.

Sanji se mantuvo en silencio por un momento, su cigarrillo olvidado. Sabía que Zoro no era alguien que se disculpara fácilmente, pero tampoco era alguien que ignorara un problema tan evidente. Aún así, las palabras de Zoro no eran exactamente lo que esperaba escuchar.

—¿Nada más? —exclamó Sanji, él esperaba que mínimo se disculpara por lo sucedido, pero... ni se inmutó. Zoro solo lo miró fijamente sin saber qué más decir, por lo que el cocinero tuvo que romper ese corto silencio.

—¿Y qué propones, marimo? —preguntó finalmente Sanji, sus ojos aún fijos en el horizonte.

—Cenemos juntos —respondió Zoro, directo al grano—. Déjame invitarte a algo como compensación. Un lugar decente, no una pelea en medio del desierto.

Sanji lo miró de reojo, entre confundido y sorprendido. Zoro no era el tipo de persona que sugería salidas, mucho menos algo que sonara a "compensación". Sin embargo, había una sinceridad en su voz que le hizo considerar la idea.

—¿Estás bromeando? —preguntó Sanji, buscando en la expresión de Zoro alguna señal de que todo esto fuera una de sus bromas pesadas.

—No. —Zoro sostuvo su mirada con seriedad, esa seriedad que usaba cuando realmente se comprometía con algo. —No es una disculpa, porque no soy bueno para eso. Pero... quiero que las cosas sean diferentes.

Sanji suspiró, sacando el cigarrillo de sus labios y apagándolo en la baranda del balcón. No podía creer que estuviera considerando aceptar, pero la verdad era que el silencio entre ellos lo estaba desgastando más de lo que le gustaba admitir.

—Está bien —respondió finalmente, encogiéndose de hombros como si no le diera importancia. —Acepto.

Zoro esbozó una pequeña sonrisa, lo que hizo que Sanji se sintiera extrañamente satisfecho, aunque no lo admitiera en voz alta. El espadachín lo soltó lentamente, como si temiera romper algo delicado, y retrocedió un par de pasos.

—Te veré en un rato —dijo Zoro, con su tono habitual, antes de darle una leve palmada en la espalda y marcharse sin mirar atrás.

Sanji se quedó en el balcón, observando cómo Zoro se alejaba. Sus pensamientos eran una mezcla de confusión, alivio y algo que no podía identificar del todo. Miró el cielo que comenzaba a teñirse de colores más oscuros a medida que el sol se escondía, y encendió otro cigarrillo, intentando despejar su mente.

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Cuando nadie estaba cerca, Sanji mostró lo que de verdad sentía, su rostro se ruborizó de un rojo intenso y se agachó en el suelo, claramente emocionado, aunque no quisiera aceptarlo, se sentía feliz por eso, de todas formas... el rubio aún... lo amaba. Zoro se comportó tan gentilmente que Sanji nisiquiera se preocupó si tal vez el espadachín solo lo usaría y jugaría con él, simplemente se cegó y se dejó guiar por su corazón idiota...

Quizás... ¿cambió?

Fuego y Acero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora