Superación intensa

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El sol se había elevado en el cielo, lanzando su luz dorada sobre el Going Merry. La tripulación estaba ocupada con sus quehaceres, y aunque las risas y el bullicio usual llenaban el aire, una tensión subyacente continuaba flotando, casi imperceptible pero palpable para aquellos involucrados.

Sanji había decidido que era hora de dejar atrás la pesadez en su pecho. Había pasado los últimos días sumido en un estado de angustia, pero ahora se forzaba a sí mismo a avanzar. En lugar de encerrarse en sus pensamientos, optó por adoptar una actitud más despreocupada, concentrándose en lo que siempre había sido su refugio: la cocina y el cuidado de su tripulación.

Mientras preparaba una comida especialmente elaborada, su mente se enfocaba en los detalles de cada plato. No podía permitirse que sus pensamientos vagaran hacia Zoro; había decidido que el espadachín ya no merecía su atención. Y, aunque parte de él sabía que esto era una mentira piadosa, lo usaba como una forma de protección. Si se convencía a sí mismo de que estaba superando lo que sentía, tal vez eventualmente lo haría.

Nami entró en la cocina, interrumpiendo sus pensamientos. Ella había estado observando a Sanji de cerca durante los últimos días, preocupada por su bienestar. Pero hoy, para su sorpresa, lo encontró sonriendo de una manera que parecía genuina, casi como el viejo Sanji.

—Huele delicioso, Sanji-kun —comentó, acercándose a inspeccionar lo que estaba cocinando.

—Solo lo mejor para ti, Nami-swan —respondió él, con una de sus sonrisas encantadoras. Había decidido retomar su papel de caballero dedicado, al menos de cara a la tripulación.

—Te ves... mejor —observó Nami, aunque su tono era más una pregunta que una afirmación.

Sanji asintió, manteniendo su sonrisa.

—A veces, solo necesitamos un buen descanso para aclarar la mente, Nami-swan. Estoy bien —aseguró, volviendo a concentrarse en su tarea.

Nami asintió, aunque no estaba completamente convencida. Sin embargo, decidió no presionar más. Si Sanji decía que estaba bien, lo respetaría.

Mientras tanto, Zoro se encontraba en la cubierta, entrenando con sus espadas, como solía hacer para despejar su mente. El sudor le resbalaba por la frente mientras practicaba sus movimientos con una precisión letal. Pero por más que intentara concentrarse en sus entrenamientos, no podía ignorar el hecho de que algo había cambiado. Había notado el cambio en la actitud de Sanji. El cocinero ya no lo evitaba ni lo enfrentaba con la misma intensidad; en su lugar, había adoptado una especie de distancia educada, como si Zoro ya no fuera relevante para él.

Y eso, de alguna manera, irritaba a Zoro más de lo que debería. No estaba acostumbrado a que Sanji lo ignorara. Durante tanto tiempo, su relación había estado marcada por peleas y competencia constante, algo que, en el fondo, Zoro había llegado a disfrutar. Pero esta nueva dinámica era extraña. No la entendía, y eso lo frustraba.

Luffy, por su parte, seguía siendo el mismo de siempre. Ajeno a la mayoría de las tensiones, disfrutaba de la brisa marina mientras pensaba en su próxima comida. Había notado que algo estaba diferente entre Sanji y Zoro, pero no lo entendía del todo y no le daba mucha importancia. Siempre había confiado en que las cosas se resolverían por sí solas.

A medida que el día avanzaba, la tripulación se reunió en la cubierta para disfrutar del almuerzo. Sanji había preparado un festín, y todos estaban encantados con la comida. Sanji se mantuvo ocupado sirviendo los platos, asegurándose de que cada uno estuviera satisfecho.

Zoro se sentó en un rincón, comiendo en silencio, observando a Sanji con el rabillo del ojo. Había algo en la forma en que el cocinero actuaba que no podía descifrar. Parecía tranquilo, pero había una tensión en sus movimientos, como si estuviera forzándose a ser algo que no era.

A pesar de sus intentos de ignorarlo, Zoro no pudo evitar sentir una punzada de irritación. ¿Por qué le importaba tanto? ¿Por qué no podía simplemente dejarlo pasar?

Sanji, por otro lado, sentía la mirada de Zoro sobre él, pero se negó a devolverle la mirada. Había decidido que no valía la pena confrontarlo nuevamente. No ganaría nada con ello, y lo último que quería era volver a caer en esa espiral de emociones.

Después del almuerzo, mientras la tripulación se dispersaba para continuar con sus actividades, Sanji se dirigió a la cocina para limpiar. Estaba en la mitad de su tarea cuando sintió una presencia detrás de él. Al darse la vuelta, vio a Zoro apoyado en el marco de la puerta, observándolo en silencio.

—¿Necesitas algo? —preguntó Sanji con una voz controlada, manteniendo su tono neutral.

Zoro lo miró fijamente durante un momento antes de hablar.

—Estás actuando raro —dijo finalmente, sin rodeos.

Sanji soltó un suspiro, volviendo a sus quehaceres.

—No sé a qué te refieres. Estoy haciendo lo que siempre hago.

Zoro frunció el ceño, claramente molesto por la respuesta evasiva.

—No te creo —dijo, avanzando un paso hacia él—. Antes te importaba... pelear, molestarme. Ahora actúas como si no te importara nada. ¿Qué cambió?

Sanji apretó los dientes, sintiendo que la máscara que había intentado mantener comenzaba a resquebrajarse. No quería tener esta conversación, no con Zoro. No estaba listo para enfrentar lo que realmente sentía.

—Nada cambió, Zoro. Solo... estoy cansado de toda esta mierda. Tengo cosas más importantes de las que ocuparme que pelear contigo.

Zoro lo observó por un largo momento, sus ojos buscando algún signo de debilidad, algo que indicara que Sanji estaba mintiendo. Pero el cocinero se mantuvo firme, su expresión imperturbable.

Finalmente, Zoro cedió, aunque no completamente convencido.

—Si dices que nada cambió, supongo que no vale la pena seguir hablando de ello —dijo con una frialdad que casi sorprendió a Sanji.

Zoro se dio la vuelta para salir de la cocina, pero antes de irse, se detuvo en la puerta, sin volverse hacia él.

—Solo asegúrate de no dejar que tus sentimientos interfieran con tus deberes. Somos nakamas, y eso es lo único que importa.

Con eso, salió, dejando a Sanji solo en la cocina. El cocinero sintió una oleada de emociones que luchó por contener. La frialdad en las palabras de Zoro lo había herido más de lo que quería admitir. Se apoyó en la encimera, cerrando los ojos por un momento, intentando recuperar la compostura.

"Lo estoy superando", se dijo a sí mismo, apretando los puños. "No dejaré que esto me afecte".

Pero en lo más profundo, sabía que estaba lejos de lograrlo. La presencia de Zoro, su indiferencia, su frialdad, todo eso seguía atormentándolo, a pesar de sus mejores esfuerzos por mantenerlo a raya.

Fuera de la cocina, Zoro caminaba por la cubierta, sus pensamientos girando en torno a la breve conversación que acababa de tener. No podía sacudirse la sensación de que algo estaba mal, pero no sabía qué hacer al respecto...

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