𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 4

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𝐴𝑏𝑢𝑟𝑟𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜

La luna llena, en todo su esplendor, iluminaba con su potente brillo la piel de porcelana de Uraume, quien yacía inmóvil sobre una plataforma de madera, en medio del bosque. Las filas de árboles se erguían a su alrededor, como si fueran los presentes despidiéndose en un velatorio silencioso y eterno. El viento susurraba entre las ramas, y mecía suavemente los cabellos de Uraume, que parecían danzar en el aire, y revolvía la ropa que cubría su cuerpo inmóvil.

La brisa fresca del bosque acariciaba la escena, y la luz plateada de la luna destacaba la palidez de Uraume, haciendo que su piel pareciera aún más frágil y delicada. Los árboles, como si estuvieran compartiendo un secreto, se inclinaban ligeramente hacia ella, con sus ramas entrelazadas en un gesto de respeto y despedida.

El cuerpo de Uraume parecía intacto, pero un examen más cercano revelaba que estaba pegado en uno, gracias a la energía maldita que lo mantenía unido. La ropa que la cubría parecía ajustada, como si hubiera sido colocada con cuidado, y su cabello, aunque revuelto por el viento, parecía conservar un orden elegante.

La escena era de una belleza melancólica, un contraste entre la vida y la muerte, la naturaleza y la quietud. El bosque, normalmente lleno de sonidos y movimientos, estaba silencioso, como si estuviera rindiendo homenaje a la mujer que yacía en su centro.

De repente, las luciérnagas comenzaron a aparecer, como pequeñas estrellas que se encendían en la oscuridad del bosque. Se reunieron alrededor de Uraume, iluminando su rostro pálido con una luz suave y etérea. Era como si la madre naturaleza misma estuviera rindiendo homenaje a la mujer que yacía inmóvil, con un último adiós lleno de belleza y melancolía.

Las luciérnagas danzaban alrededor de Uraume, con su luz parpadeante creando un efecto hipnótico. El viento susurraba suavemente, como si estuviera cantando una canción de cuna. Pero de repente, todo cambió.

Una presencia apareció en la escena, alejando a las luciérnagas con su sola llegada. El viento se detuvo, y el silencio se hizo absoluto. La presencia se acercó a Uraume, y pronto se reveló como Sukuna, con su figura alta e imponente dominando la escena.

Sukuna se inclinó sobre Uraume, con su mirada fija en su rostro. Llevó su mano hacia su mejilla, acariciando su piel fría con suavidad. Y su dedo pulgar trazó la curva de su mejilla, como si estuviera memorizando cada detalle de su rostro.

Luego, Sukuna se inclinó aún más, y depositó un beso suave en la frente de Uraume. Su boca rozó la piel fría, y su aliento cálido se mezcló con el aire nocturno. Fue un gesto de intimidad y cariño, un adiós lleno de emoción.

Sukuna se enderezó, y su mirada se posó sobre el cadáver de Uraume por última vez.

Su rostro reflejaba un dolor profundo y una confusión que parecía atormentarlo. ¿Por qué sentía esto? Él era una maldición, una entidad creada para sembrar destrucción y sufrimiento, no para experimentar emociones. Sin embargo, el dolor que ardía en su interior era inegable, un fuego que consumía su ser y lo hacía sentir "vivo".

La ironía de su situación no pasó desapercibida para Sukuna. Él, una criatura sin corazón, sentía un dolor que superaba cualquier herida física. La contradicción lo atormentaba, pero sabía que no podía permitirse el lujo de sucumbir a sus emociones. Debía continuar, cumplir con su destino.

Con un esfuerzo visible, Sukuna se alejó de Uraume, hasta llegar a la línea de árboles que rodeaban el claro. Allí, se detuvo y suspiró profundamente, como si estuviera liberando el último vestigio de su humanidad. Luego, con una voz pesada y lenta, comenzó a conjurar su ritual:

Sukuna... ¿es bueno?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora