𝐷𝑒𝑠𝑐𝑜𝑛𝑓𝑖𝑎𝑛𝑧𝑎
Itadori tragó saliva duramente, con su mirada bajando lentamente mientras su fuerza de voluntad se desvanecía. Su corazón latía con fuerza, y su mente se llenó de pensamientos que no debería tener.
Mai era una visión de belleza, con su piel de porcelana resplandeciendo bajo la luz tenue. Sus pechos redondos y firmes parecían invitaciones a explorar, y su ancha cadera curvada como una obra de arte. Su cabello oscuro verdoso, enmarcando su rostro delicado. Itadori se sintió atrapado en su belleza, incapaz de desviar la mirada.
«Sí, sí, quédate quieto y ella no sabrá que estás ahí», resonó la voz de Sukuna en su mente, con un tono burlón y provocativo. «Por cierto, deja de mirarle las caderas o tu amiguito despertará en breves»
Itadori se sobresaltó, con su rostro ardiendo de vergüenza. Rápidamente, cerró la puerta y se quedó afuera, intentando recuperar el aliento. Su corazón aún latía con fuerza, y su mente estaba llena de pensamientos confusos.
—¡¿Qué estoy haciendo?! —se reprendió a sí mismo, apoyándose en la puerta para no caer— No puedo pensar así...
Su rostro seguía ardiendo, y su cuerpo temblaba ligeramente. Itadori sabía que debía calmarse, pero la imagen de Mai desnuda seguía grabada en su mente.
Aunque esa imagen se desvaneció abruptamente cuando la risa del propio Sukuna resonó desde su mejilla.
—Bueno, ya sabes lo que tenía que decirte —dijo con una sonrisa burlona.
—No pensé que la hubieras curado —replicó Yuji, sorprendido— Dijiste que no lo harías.
Sukuna le bajó al ritmo, calmandose.
—Luego de despedirme de Uraume, me alteré un poco y casi la mato, pero recordé nuestro voto vinculante justo a tiempo... —comenzó a explicar, pero su voz se cortó cuando Mai gritó desde adentro de la casa.—¡Puedes pasar! —exclamó.
Itadori se volteó y abrió la puerta. Al umbral, se encontró con Mai, que lucía un shorts de shin ajustado que resaltaba sus caderas curvas. Una camiseta blanca ceñida realzaba su busto, y Yuji no pudo evitar fijarse. Mai se sonrojó y se cubrió con sus brazos, abrazándose, mientras Yuji se sentía invadido por una oleada de vergüenza.
—¡Ah, perdón! —tartamudeó, desviando la mirada, apenado.
Mai se rió nerviosamente.
—No te preocupes. Solo estaba... cambiándome.El silencio se apoderó de la habitación, pesado y opresivo, como si el aire mismo se hubiera solidificado. La incómoda pausa parecía estirarse hasta el infinito, y Mai pudo sentir su corazón latiendo en su garganta. Su mirada se clavó en el suelo, incapaz de encontrar el valor para hablar.
Pero entonces, con un respingo interior, Mai tomó una bocanada de aire y se forzó a hablar.
Las palabras salieron de su boca en un torrente rápido y apresurado:
—Soy... Mai Zen'in. Gracias por salvarme de la maldición. Tuve mucho miedo y pensé que no... que no la contaría —tartamudeó, con su voz temblando ligeramente.Yuji levantó la mirada, sorprendido por la repentina explosión de palabras. Al ver a Mai tan nerviosa, su rostro se iluminó con una sonrisa cálida.
Mai se inclinó ligeramente, con su cabello oscuro cayendo sobre su rostro, mientras se esforzaba por mantener la compostura.
—Un gusto, Zen'in —dijo el pelirrosa, poniendo su mano en el pecho— Me llamo Yuji Itadori, de Sendai.
Mai se erguió, y luego ladeó la cabeza.
—¿No eres de Kioto?
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Sukuna... ¿es bueno?
FanfictionUn humano puede convertirse en maldición, ¿pero una maldición puede convertirse en humano? Ese tipo de preguntas no le dejan dormir a Kenjaku. Y si es necesario, moldearía el destino para conseguir su respuesta.