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Conway dejó el teléfono en la mesa de noche con un suave golpe, distrayéndose por un momento del asunto que había estado atendiendo. Giró la cabeza y sus ojos se posaron sobre el omega a su lado. Gustabo descansaba plácidamente, su respiración era lenta y profunda, su pecho subía y bajaba de manera rítmica. El cabello rubio del omega, aún un poco húmedo, brillaba bajo la luz tenue, cayendo en desorden sobre la almohada. Los chupetones que Conway había dejado marcaban su piel pálida como un recordatorio silencioso de las horas que habían compartido.

Sus labios, sin embargo, seguían intactos, entreabiertos y tentadores, pero Conway se había resistido a tocarlos. A pesar de que el omega había aliviado su celo, esos labios seguían siendo una frontera que el alfa no había cruzado. Era como si esperara un momento especial, o quizás simplemente se rehusaba a ceder a la curiosidad que le consumía en silencio.

En ese instante, Gustabo comenzó a moverse ligeramente, y Conway lo observó con atención. Los párpados del omega temblaron antes de abrirse lentamente, revelando unos ojos claros, todavía pesados por el sueño. Sus miradas se encontraron, y por un segundo, Conway sintió algo inquietante dentro de sí. Sin saber exactamente por qué, desvió la vista bruscamente, como si le hubieran sorprendido haciendo algo que no debía.

El silencio se hizo más denso en la habitación. Gustabo parpadeó lentamente, aún adormilado, mientras se giraba ligeramente hacia el alfa. A pesar del cansancio, había algo en la manera en la que Conway lo miraba antes de apartar la vista. Era como si el alfa estuviera peleando contra un impulso profundo, una tensión contenida.

—¿Pasa algo? —preguntó Gustabo con voz suave, casi ronca por el sueño.

Conway no respondió de inmediato. El alfa frunció el ceño, todavía con la mirada fija en el techo, antes de sacudir la cabeza ligeramente.

—Nada —gruñó, como si su voz cargara con todo el peso de su lucha interna—. Solo... descansa.

Pero incluso cuando sus palabras intentaban distanciarse, sus dedos jugueteaban inquietos en su regazo, como si en cualquier momento pudiera romper esa frágil barrera que mantenía entre él y los labios del omega.

Gustabo no estaba del todo convencido. Sentía el peso de la mirada de Conway antes de que este apartara los ojos, lo que le generaba una sensación incómoda en el estómago. Siempre había odiado que lo miraran demasiado. Su mente comenzaba a revolotear, preguntándose si el alfa había notado alguna imperfección en su cuerpo.

La curiosidad, esa parte suya que siempre lo empujaba a querer saber más, lo llevó a preguntar nuevamente. Quería una respuesta más clara, pero sobre todo, necesitaba tranquilizarse.

Con un movimiento lento, se apoyó en los brazos para incorporarse en la cama, pero al hacerlo, un gemido escapó de sus labios. El dolor sordo que le recorría el cuerpo le recordó lo grande que era Conway para él, lo invasivo y dominante que había sido durante las horas anteriores. Se mordió el labio inferior, buscando disimular el malestar que aún sentía en su cuerpo.

—¿Seguro? —preguntó, su voz sonando más suave pero insistente, mientras sus ojos buscaban nuevamente los de Conway.

El alfa rodó los ojos, visiblemente fastidiado por la insistencia del menor. A pesar de ello, no pudo evitar notar cómo el omega lo miraba, con una mezcla de curiosidad e incomodidad, como si estuviera esperando una crítica que nunca llegaba. Sin embargo, Conway no dijo nada. Su silencio era frío, calculado.

—Te dije que descanses —respondió finalmente, en un tono seco, pero había algo en la forma en la que su mirada se desviaba que dejaba claro que no todo era tan simple como sus palabras.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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CELOS DE HIERRO (JACKSTABO) OMEGAVERSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora