8. Sombras

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WINTER

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WINTER

Caminamos en silencio por la carretera, sin preocupación por el peligro de los coches en aquel inhóspito pueblo, mientras los últimos resquicios de los rayos del sol se pierden por el horizonte, mezclando el tinte amarillo en un vasto azul profundo, dando como resultado un bonito degradado que poco duraría.

La luna estaba medio llena, su luz no era muy potente, y las calles quedaban iluminadas tenuemente por las escasas farolas que daban un ambiente entre escalofriante y acogedor.

Miro a los demás que parecen sumidos en sus pensamientos, al igual que yo, y sin interrumpir sus diálogos internos, continúo la marcha, siguiéndolos.

El camino era todo en cuesta, y aunque la pendiente no era demasiado aguda, con el tiempo empiezo a notar mis piernas cansadas.

La mansión... Los nervios vuelven a mí al pensarlo.

<<¿Cómo sería? ¿Quiénes vivirían allí?>>

Tantas dudas sobre mi propio linaje.

<<¿Cuántos hermanos tendría mi abuela? ¿Cómo serían sus padres?>>

Trato de recuperar alguno de los pocos recuerdos que tengo de mi abuela, la única foto que guardaba mi padre.

Esa era la fuente que daba rienda suelta a mi imaginación. Me tomo mi tiempo para crear una imagen inventada en mi cabeza, visualizando a Alina en su juventud. La imagino con un largo vestido, pomposo, de telas caras y color pastel, quizá con algo de encaje en la falda, y el pelo recogido en un exclusivo tocado. Amplío la escena en mi mente y trato de imaginar a un hombre a su lado, a mi abuelo, pero su nulo recuerdo hace que solo sea la sombra de una figura.

Cuando me doy cuenta la carretera acaba, dejando los últimos edificios atrás, y llegamos a una zona de naturaleza salvaje, donde empezaban los árboles, siendo únicamente interrumpidos por un camino de tierra, del cual la maleza ya se había prácticamente apoderado.

—Este es el camino. —Dice Cayson, que iba dirigiéndonos, sin mirarnos.

Brax lo sigue de cerca, y Thea se agarra de nuevo a mi brazo, dedicándome una sonrisa reconfortante antes de seguir.

—La casa está... casi en ruinas, creo que es mejor que lo sepas antes de llegar. —Dice Nolan, a nuestro lado.

—Lo suponía... ¿Cuánto tiempo ha pasado? —Trato de recordar.

—Unos 40, si no me equivoco... —Responde, llevando una mano a su mandíbula, pensativo.

—Sí, 40, me lo dijo el detective. —Asiento, afirmando.

A los pocos metros del comienzo del camino, una gran verja de metal, de aspecto corrompido, nos impide continuar. Paramos frente a esta y Cayson se acerca hasta el candado que la cerraba, quitándolo sin esfuerzo ninguno. Con un pie empuja la puerta, que se abre, y nos da paso.

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