Capítulo 6

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REGINA sintió un nudo en el estómago como siempre que llegaba a casa de su madre. Últimamente no le ocurría porque la vieja casa de campo estuviera hecha un desastre, sino porque su madre siempre parecía encontrar las palabras justas que le ponían los nervios de punta.

Notaba su crítica hasta en el más simple de sus comentarios. En cuanto aparcó frente a la casa, Henry saltó del coche y cruzó corriendo el jardín descuidado y lleno de malas hierbas para darle un abrazo a su abuela, que había salido al porche a recibirlos. Después corrió a jugar a un viejo columpio hecho con un viejo neumático que colgaba de una rama de árbol.

—Gracias por quedarte con Henry, mamá —dijo Regina bajando la ventanilla del coche e intentando no mirarla. Pero era imposible. Su pelo era tan rojo como la túnica que llevaba—. No sé a qué hora volveré. Probablemente después de comer.

Regina había decidido no decirle a su madre que saldría aquella noche hasta que volviera de hacer compras. Le diría que se había encontrado con una amiga que la había invitado a salir porque otra amiga no había podido ir con ella.

—¿Por qué tienes tanta prisa? —preguntó Cora Mills bajando los desvencijados escalones—. ¿No puedes pasar a tomarte un café?

—Lo haré cuando vuelva. No quiero llegar muy tarde porque ya sabes que el aparcamiento se pone imposible cuando hay rebajas.

—Estás muy guapa hoy —dijo su madre, llegando junto al coche—. Como Siempre. No creía que necesitaras ropa nueva.

Regina forzó una sonrisa.

—Voy a buscar regalos para Navidad, pero también me gusta comprarme algo a principio de temporada —dijo, apretando los dientes—. Si no, acabas teniendo un aspecto pasado de moda.

—¡Como yo entonces! —se rió su madre.

—Yo no he dicho eso.

—No tenías que hacerlo. Sé que parezco haber salido directamente de los sesenta, Pero eso es lo que soy.

Nadie se lo habría imaginado, pensó Regina irónicamente.

—Tengo que irme, mamá —dijo—. Cuida de Henry. No le dejes alejarse demasiado de casa —su madre vivía en una parcela en el valle de Yarramalong, donde había una vegetación muy frondosa. Y serpientes.

—No le pasará nada.

Regina suspiró, se despidió con la mano y se marchó. Su madre siempre decía lo mismo, y también lo pensaba. Todo y todos estaban siempre bien para ella. Excepto su hija, claro. Su hija era una histérica frígida que no sabía cómo relajarse ni divertirse.

Tal vez tuviera razón, pensó Regina por primera vez en su vida. Iba a ir a una cena de gala en Sidney con su autor favorito y, ¿estaba contenta por ello ¡No! No hacía más que pensar en lo que podría o no pasar cuando David la dejara en casa.

Al menos su madre estaba siempre contenta. Lo estuvo hasta cuando su marido la dejó.

Debía sentirse feliz, pensó Regina mientras conducía hacia Tuggerah: tenía una bonita casa, un hijo fantástico y un negocio floreciente. Y una buena madre, aunque fuera algo irritante a veces.

Y tampoco debía seguir preocupada por lo que pasaría por la noche. Era una mujer adulta y podía controlar las cosas. Si David se insinuaba, podría manejar la situación. No había motivos para no relajarse y pasarlo bien.

El problema era que siempre le costaba relajarse; era como si estuviera condenada a estar siempre en tensión por todo, como si las cosas nunca fueran completamente bien o no estuvieran lo suficientemente limpias.

Una Princesa de Hielo (EvilCharming) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora