Capítulo 17

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—No has traído las rosas —fue lo primero que le dijo David después de abrirle la puerta.

Regina tragó saliva al mirarlo a los ojos. Se le había olvidado lo guapo que era.

Los skinny jeans blancos y la camiseta negra de media manga ajustada que llevaba ponían de manifiesto su figura musculosa y potente. A pesar de sus pies descalzos, que le daban un aire descuidado, se había afeitado y se había puesto unas gotas de colonia.

—Se me olvidaron.

Mentira, pero no habría podido meter dos docenas de rosas en el coche con Henry sin haber tenido que dar explicaciones. De hecho, el día anterior las había guardado en su armario para evitar precisamente eso.

Lo que no se había olvidado era el delantal, ni los tacones. Eran blancos, con la parte delantera abierta. Llevaba el mismo pantalón ajustado blanco y camiseta gris oliva del último viernes, pero debajo se había puesto su conjunto más sexy, de satén color crema, con tanga. En cuanto a los labios y las uñas, se las había pintado de color bronce.

—Te has vuelto a recoger el pelo —comentó David, decepcionado.

—Siempre lo hago para limpiar.

—Ven —le dijo él, algo frustrado.

Y la llevó de la mano hasta su estudio.

—¡Oh! ¡Está todo limpio! —y no sólo limpio, sino también perfectamente ordenado.

—Lo hice ayer después de hablar contigo.

—¿Por qué, David? —preguntó ella, confusa. Se había pasado toda la noche pensando en ser valiente para limpiar completamente desnuda, excepto por el delantal, imaginando que eso era lo que él quería.

—Porque no quería perder un segundo en nada que no fuera el que me hicieras el amor.

—¿Cómo? ¿Qué yo te haga el amor a ti?

—Claro.

—Pero no sé qué hacer…

—Regina, has leído mucho. Sí sabes qué hacer.

Regina trató de tragar el nudo que se le estaba formando en la garganta, sin éxito.

—¿Podrías… podrías besarme primero, David, como lo hiciste la otra noche?

David pensó que, si empezaba a besarla, ya no podría parar. No había dejado de pensar en ella desde el domingo, y para cuando llegó, ella ya había decidido no perder tiempo en jueguecitos. Su intención era hacerle el amor de inmediato y mantenerla en la cama casi todo el día, con un único descanso para comer.

No tenía ni idea de por qué la había retado a que le hiciera el amor... había sido algo que le había salido sólo, pero la idea le excitaba tanto, que no quiso dejarla escapar.

—No —dijo con firmeza—. Bésame tú.

Ella no estaba lista para aquello y abrió mucho los ojos. Pero era demasiado tarde para echarse atrás; David estaba decidido a hacer perder el control a su princesa de hielo. Después de un segundo, Regina agarró su bolso y lo dejó sobre su mesa. Después se volvió hacia él, que estaba en el umbral del estudio, lo miró a los ojos y lo tomó de la mano para llevarlo a la habitación.

—Eres demasiado alto para mí, David —le dijo por el camino—. Tienes que tumbarte.

¡Qué voz tan fría y tan controladora! David se sintió frustrado.

Para cuando David se tumbó en la cama, la piel le ardía y el corazón le latía a un ritmo endiablado. La miró con la boca seca quitarse los zapatos, tumbarse a su lado y buscar sus labios.

Una Princesa de Hielo (EvilCharming) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora