Capítulo 16

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REGINA miró el reloj del ordenador. Eran las once.

La mañana se le estaba haciendo interminable. No había dejado de pensar en David mientras hacía sus tareas de los lunes.

A él le dijo que tendría mucho trabajo, pero lo cierto era que podía haber hecho un hueco para verlo después de comer. O incluso antes. O para comer.

Regina pensó en lo que habían hecho en la piscina y sintió un nudo en el estómago. David le había dado varios orgasmos seguidos y ahora ella no podía quitarse de la cabeza la sensación de su lengua recorriéndola de arriba abajo y dentro…

Regina se estremeció, sorprendida por lo excitada que se había puesto al pensarlo.

Habría sido muy fácil llamarle y decirle que iba para allá. Fácil, pero patético. No quería convertirse en una de esas mujeres que acudían cuando él chasqueaba los dedos, y sabía que no le costaría mucho.

Tendría que verlo al día siguiente para limpiar su estudio, y ella ya sabía de antemano que no limpiaría demasiado. ¿Y el viernes? Tendría que volver a su casa el viernes para limpiar su casa, pues no iba a dejar que nadie más fuera allí. La mayoría de sus empleadas eran jóvenes y guapas, y un poco alocadas, en su opinión.

Un poco como ella últimamente, le dijo una vocecita en su interior.

En ese momento, sonó el timbre de la entrada y Regina se levantó de un salto.

—¡Por favor, que no sea David! —pensó, completamente excitada.

Al abrir la puerta, no vio el Porsche negro de David, sino una furgoneta de reparto y a un señor uniformado frente a ella con un precioso ramo de rosas en la mano.

—¿Regina Mills? —preguntó.

—Sí, soy yo.

—Tiene suerte —le dijo el hombre, con una sonrisa—. Hay una nota. Que tenga un buen día.

Regina llevó las flores a la cocina con manos temblorosas y abrió la nota:    
     Para una mujer muy especial, David.

Regina sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No recordaba la última vez que le habían regalado flores.

—David —susurró, acariciando los suaves pétalos de las flores con los labios—, si supieras cuánto deseo decirte que sí a todo lo que me pidas…

En ese momento, sonó el teléfono. Regina intentó recomponerse, pues tenía que ser su madre. No pasaba un día sin que la llamara.

—¿Sí? —respondió desde la cocina.

—¿Han llegado las flores?

—David —susurró ella, sin aliento.

—El mismo. ¿Y las flores?

—Acaban de traerlas.

—¿Y?

—Son preciosas.

—Espero que sean rosas rojas. Las he pedido esta mañana a primera hora y le pedí a la florista que te las llevara enseguida.

—Pues han llegado y son maravillosas —dijo Regina—. Aunque terriblemente caras, imagino. En serio, David, no tenías que haberlo hecho.

—Te dije que quería mimarte.

Era imposible no sentirse encantada.

—Tendré que esconderlas. No puedo dejar que Henry o mi madre las vean.

David no dijo nada por un momento.

—No te las he enviado para que las escondas —dijo, irritado—. ¿Por qué no dices que son de un cliente? Es casi la verdad.

—Mi madre no se lo creerá.

—Eres una mujer muy difícil. De acuerdo, pero no quiero que las escondas. Tráelas cuando vengas mañana y les daremos buen uso.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Regina, perpleja.

—Ya te enterarás.

—¿Tengo que recordarte que voy a limpiar tu estudio? —le dijo, pero su cuerpo se estremeció al pensar en todas las cosas eróticas que podían hacer con las rosas.

—Claro que sí, y puedes llevar tu precioso delantal. Y nada más. Excepto perfume y zapatos de tacón. Y te tienes que pintar las uñas de los pies y los labios de rojo, como las rosas.

Regina estaba horrorizada con la imagen que se estaba haciendo en el cerebro. Horrorizada, pero muy excitada.

—¿De verdad esperas que haga todo eso?

—¿Esperarlo? No, pero puedo imaginármelo.

—Oh…

—Regina, me has tenido todo el fin de semana pensando en ti. No puedo dejar de hacerlo. Me estoy volviendo loco de deseo por ti. He intentado escribir hoy, pero no he podido; tengo la cabeza demasiado llena de ti.

—Por favor, no me hables así —pidió ella, con la voz llena de pasión.

—¿Por qué no? ¿Es que no puedo decirte lo mucho que te deseo? ¿Tú sientes lo mismo, verdad?

—Yo… yo…

—Sé que te cuesta admitirlo. Todo esto es nuevo para ti. Ayer lo noté. Querías huir de las sensaciones, pero no tienes que tener miedo, Regina. No te haré daño. Lo prometo.

—Las promesas son sólo palabras, David.

—Pero para mí son de verdad. Nunca me echo atrás cuando doy mi palabra.

—Entonces prométeme que no me convertirás en un juguete tuyo sin voluntad.

—¿Es eso lo que crees que intento hacer?

—Sé que es lo que intentas hacer. ¿Por qué si no me pides que me ponga tacones para limpiar? Si me respetaras y te gustara de verdad, te bastaría con que estuviera ahí. No tienes por qué vestirme como si fuera una prostituta.

El silencio en la línea le produjo pánico. Lo había vuelto a hacer.

—Lo siento, David —dijo, con la voz entrecortada—, pero eso es lo que me pareció.

—No, no, tienes razón. Olvido una y otra vez que tú eres distinta.

—¿Distinta de qué? —le espetó—. ¿De tus compañeras de cama habituales? Supongo que seré muy aburrida.

—Creo que eres muy especial. Y nada de aburrida, pero aún tienes demasiados prejuicios sobre el sexo. Hacer el amor también puede ser divertido, no tiene por qué ser un asunto serio siempre. Lo de disfrazarse es sólo un juego, Regina. Siento haberte ofendido.

—No, soy yo la que lo siente. Tienes razón. Y sí, tengo miedo. Me gustaría disfrazarme para ti, David, pero no sé si tengo confianza suficiente, o coraje.

—Tienes más coraje que nadie que conozca —dijo David con fiereza.

—Y tú eres demasiado fuerte para mí —suspiró ella, rendida.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Nada. Todo. Ahora tengo que dejarte. Te veré mañana.

—¿A qué hora?

—En cuanto deje a Henry en el colegio.

—Ya estoy contando las horas. Cuídate, Regina.

—Tú también.

Regina colgó y sacudió la cabeza. David era demasiado fuerte para ella, y, en lo sexual, era suya, hasta que él quisiera. Sabía de sobra que los hombres como David no eran fieles mucho tiempo.

Lo único que podía hacer era mantenerlo apartado de la vida de su hijo hasta el día que la dejara.

—Eso sí lo puedo controlar —declaró Regina con fiereza—. Y lo haré.


Una Princesa de Hielo (EvilCharming) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora