Cap. 14. Una ruta en bicicleta

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1.

Esta vez, cuando la aplicación le avisa de que tiene una videollamada entrante, Marta lleva diez minutos esperándola y lista para hablar.

Lo del día anterior fue ridículo, tiene que reconocer. Cancelarle a Jaime dos horas antes con la excusa de una reserva para comer en el restaurante de moda de Toledo fue una pobre excusa, pero se sentía físicamente incapaz de pasar por esa conversación apenas horas después de haberle dicho a Fina que llevaban dos semanas sin hablar. Necesita tiempo para hacerse a la idea de que el punto de no retorno estaba aproximándose; que Jaime venía para terminar la conversación que empezaron en el aeropuerto de Estambul y hacer público el fin de su compromiso.

Que sea lo que quiere no significa que sea fácil. Un día más le ha dado una tregua para ordenar sus pensamientos y sacar fuerzas para lo que está por llegar.

"Hola".

Jaime está fumando y sonriendo, y el contraste con su cara seria en la pantalla partida del portátil es muy elocuente. "Hey, hola. ¿Cómo estás? ¿Qué tal todo por casa?".

"Bien, hemos tenido una semana intensa, ya sabes".

"Ah, es verdad. Que teníais el consejo, ¿no? Espero que fuera todo bien".

Marta quiere mantener el tono telegráfico; no tiene ninguna intención de perderse en detalles. "Sí, bastante bien. Estamos satisfechos. ¿Tú qué tal?".

"Yo bien. Hemos tenido unos días de mala mar, pero anoche atracamos en Nápoles por fin. Llego a Madrid el martes por la noche".

"Ya, ya me dijiste en el mensaje. Bien", le recuerda ella intentando centrar el tiro. "Esta semana estoy en Toledo todos los días, así que nos vemos el jueves y hablamos sin falta".

"Sí, bueno... Oye, ¿qué tal el restaurante de ayer?"

Sale del paso como puede. "No merece la pena".

La risa ronca de Jaime llega nítida a sus oídos. En otro tiempo a ella le gustaba esa voz profunda.

"Ya, me lo imagino. Donde tienes que llevarme es al sitio ese de dos estrellas de la calle Maudes que me dijiste, donde estuviste con Begoña en Navidad".

Marta se retuerce en su silla. "Bueno, no sé si es una buena idea. Pero Jesús te llevará encantado la próxima vez que te quedes varios días en Madrid".

Estaba preparada para que la conversación estuviera cuajada de pequeñas minas como esa, malos trucos con los que aparentar que no ocurre nada demasiado serio, pero lo que la tiene desconcertada es el gesto de Jaime. ¿Por qué está tan sonriente? Dios, empieza a temerse lo peor.

"Creo que vamos a poder ir juntos. Voy a dejar la naviera, Marta. En septiembre vuelvo a Madrid a la clínica de mi padre".

"¿Cómo?". No, no, no. Esto no puede estar pasando.

"Eso es lo que querías, ¿no? Que dejara de navegar y pudiéramos vivir juntos por fin".

Pero está pasando. Lo último de lo que hubiera creído capaz a Jaime, que dejara el mar, está pasando delante de su cara.

"Joder, Jaime. No me lo puedo creer".

Le resulta inaudito notar la alegría de Jaime a kilómetros de distancia al tiempo que ella está a punto de estallar de indignación.

"Ya, ha sido rapidísimo. Van a ampliar el servicio de medicina laboral y quieren incorporar a ..."

"Que no, Jaime. Que no", gruñe ella. "Que me da igual la clínica y lo rápidos que hayan sido. Que no puedo creerme que estés pensando que con esto se arregla todo".

El bello veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora