Cap. 15.2. Los Olmos II. El segundo mejor día

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1.

Comen en el porche, a medias de vestir, sin molestarse en entrar en la casa porque eso supondría haber abierto ventanas y haber puesto los ventiladores de techo en funcionamiento un rato antes, cosa que no han hecho. De la alacena de exterior Marta saca un mantel de cuadros y lo extiende sobre la barra del bar, disponiendo encima lo que las dos han traído.

También saca una botella de Mar de Frades de la nevera, donde la guardó en cuanto llegaron a la finca y, con la puerta abierta, le pregunta a Fina si prefiere una cerveza o un refresco.

"Prefiero el vino, gracias".

"¿Lo ves? Todo mejora con un buen vino", le contesta ella guiñándole un ojo.

Hay una advertencia en la expresión de Fina, que también vocaliza. "Un vino. Dos, como mucho".

"Ok. Pero ahora dime que has traído, anda. Me muero de hambre".

La Polarbox de Fina contiene una ensalada de tomate y pimientos confitados, una pequeña empanada de hojaldre rellena de pisto de berenjenas y un tupper con sandía cortada en dados y bañada en zumo de naranja. Todo muy fresco y muy de temporada.

Mientras comen, picoteando desordenadamente de aquí y allá, la mente de Marta es bombardeada con imágenes de Fina preparando todo aquello, y su olfato y sus papilas gustativas se dan un festín de olores y sabores caseros y riquísimos, nada propios de una chica de veinte años de hoy día. Fina come con apetitivo. Es adictivo mirarla disfrutar.

Al acabar, Fina expresa su sorpresa por el hecho de que Marta no haya olvidado el postre, y observa atentamente cómo prepara un café agitado con mucho hielo en un bote de cristal vacío.

"Este es soluble, pero en Milán me aficioné al café bueno, y me compré una cafetera express que ocupaba la mitad de la encimera de la cocina de mi miniapartamento", le cuenta alineando dos vasos sobre la barra.

Deciden tomarlo de vuelta en las tumbonas, protegidas del implacable sol de la tarde por una sombrilla gigante de tejido traspirable y fotoprotector. Una pijada de su hermano Andrés.

Abren la cajita de toledanas que Marta ha traído y a Fina se le van los ojos. "¿Puedo coger un par?".

"Puedes coger las que quieras, son para ti. Te escuché un día comentarle a Carmen que te gustaban".

"¡Me encantan, gracias!". Fina no pierde el tiempo en dar un sorbo largo a su café y después se abalanza sobre una de ellas. "¿A ti no te gustan?".

Marta la mira recrearse en masticar, hipnotizada. "No, pero me gustan otras cosas dulces. El chocolate, por ejemplo. Y los suizos". El sabor de tus labios.

"A mí me flipan los suizos", reconoce Fina mientras se limpia las miguitas de azúcar y almendra pegadas a la boca. "Tu madre los...".

"Mi madre los...".

Se pisan la frase y ambas sueltan una risa nerviosa al mismo tiempo. Es maravilloso rescatar poco a poco recuerdos compartidos, piensa Marta.

"Mi madre me los hacía a menudo, sí. ¿Pero tú los probaste? ¿Cuándo?", le pregunta extrañada.

Fina termina de tragar el último pedazo antes de contestar. "En uno de tus cumpleaños, no sé, yo era super pequeña, tendría cinco o seis años. Me colé en la cocina cuando estaban recogiendo y cogí uno de la bandeja de plata. La cocinera se enfadó muchísimo, y tu madre debió de escuchar los gritos y entró".

Marta está asombrada. "No tenía ni idea de esa historia".

"El caso es que tu madre me dejó comerme el bollito, me regañó un poco por coger cosas sin permiso, y desde entonces me guardaba unos cuantos cada vez que los hacía".

El bello veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora