CAPÍTULO 8

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Esquive con gran habilidad el primer golpe. Mi estatura era pequeña en comparación con la de los Shiyloper. Giré sobre mi propio eje haciendo que el ser perdiera el enfoque. Me posicioné a su espalda, y sin siquiera darme la vuelta le enterré la espada en el pecho. Moví mi arma hacia arriba, perforándole el corazón.

El Shiyloper se quejó, antes de caer al suelo. Ofir se estaba encargando de los otros dos, corrí a ayudarle, cercenando de un solo golpe la cabeza de uno de ellos. La sangre asquerosa que tenían unto mi uniforme. La espada del padre Júpiter era un arma muy poderosa, y con la ayuda de mi fuerza, era capaz de cortar la carne como si fuera mantequilla.

Solté un suspiro, asesinar no estaba en mis genes. No era algo que disfrutará, todo lo contrario. Al hacerlo, me sentía pésimo. Pero, era mi vida o la de ellos. Los Shiyloper no me dejaron opción, y por ellos, me convertí en lo que era ahora.

El otro Shiyloper cayó sin vida, Ofir le había apuñalado el corazón.

—¿Estás bien? —preguntó mientras limpiaba su daga.

—Sí, pero hay que irnos de aquí.
Ofir sacó con rapidez el Orbe y me lo dio. Agarré el artefacto mientras lo activaba.

A lo lejos escuché voces, sin embargo, no eran de Shiyloper. Abrí los ojos al reconocer voces humanas. Ofir estaba igual de sorprendido que yo. Debí suponer que podrían haber humanos en las dragas.

Quedaban tan solo un minuto y medio. Imposible salvarlos, la bomba estaba desactivada y no había nada que pudiera hacer.

Me quedé inmóvil mientras más voces se acercaban hacia nosotros. Posiblemente, esos eran los únicos guardias, y aquellos humanos venían a buscarnos para pedir que los salváramos.

No podía dejarlos.

Ofir tomó el Orbe, arrebatándomelo de las manos. Con su mano libre me cogió de la cintura, atrayéndome hacia su pecho.

—Planeta Gea, continente Americano, Nueva tierra, Castillo principal, recámara de la reina.

—¡No! —grité.

El resplandor me hizo cerrar los ojos. Era la explosión. Segundos después la misma oscuridad me envolvió por completo. Sentía como las lágrimas bajaban por mis mejillas.

No había podido salvarlos. Lancé un grito desesperado. Alguien me tomó de los hombros para sacudirse con rudeza.

—¡Amor ya llegamos!

Abrí los ojos y al hacerlo me encontré en mi habitación. Ofir estaba frente a mí, sosteniéndome.

—¿¡Por qué hiciste eso!? —pregunté dándole un empujón.

Él se sorprendió ante mi actitud, era la primera vez que agredía así.

—Lo siento, pero no había tiempo.
Me giré para no verlo más.

—Claro que sí, yo pude salvarlos.

Las lágrimas no dejaban de descender de mis ojos.

—Perdón, pero si nos hubiéramos quedado, estaríamos los dos muertos —agregó acariciando mis hombros—, también me siento mal, pero no fue nuestra culpa.

—Yo…

—Shiii, no digas nada.

—Perdóname.

Me giré y lo abracé con fuerza.

—Perdóname, no quise agredirte.

—Tranquila reina mía, yo también me siento frustrado. No te preocupes por eso —añadió mirándome a los ojos—, vamos a descansar, mañana será otro día.

Trilogía mañana 3 (LIBERACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora