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El trono de Lucifer se erguía imponente en el centro de la sala, enmarcado por las llamas perpetuas del Inframundo

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El trono de Lucifer se erguía imponente en el centro de la sala, enmarcado por las llamas perpetuas del Inframundo.

Su presencia era imponente, pero aquel día, algo ligeramente distinto se sentía en el aire. Lilith, la Reina del Infierno, estaba recostada en el brazo del trono, observando a su compañero con una media sonrisa en los labios.

—Parece que tenemos un visitante inusual. —dijo, en un tono que se deslizaba entre la ironía y la diversión.

Lucifer asintió lentamente. Había sido notificado sobre la llegada de un nuevo ángel, uno enviado por Sera. Eso ya era extraño de por sí. Un ángel en el Infierno no era algo común, pero la palabra "doncel" había añadido una complejidad inesperada.

Cuando las puertas de la sala del trono se abrieron, un pequeño ser entró, de aspecto frágil y nervioso. Alastor.

Sus alas blancas brillaban en contraste con la oscuridad circundante, pero su mirada nunca se elevaba más allá del suelo. Su paso era inseguro, casi tembloroso, y aunque intentaba mantenerse erguido, cada fibra de su ser irradiaba un temor profundo.

Lucifer observó a Sera, que caminaba detrás del ángel, y luego dirigió su mirada fija al doncel.

—Este es Alastor. —anunció Sera con tono neutral, pero con una leve inclinación en su voz que sugería una verdad más profunda—. Estará bajo tu protección por un tiempo.

Lucifer ladeó la cabeza, sus ojos rojos se estrecharon con curiosidad.

—¿Protección de qué? —preguntó, su voz grave resonando por la sala.

Sera simplemente sonrió, esa sonrisa enigmática que siempre dejaba más preguntas que respuestas.

—Del mundo que lo sigue.

No añadió más, y sin decir otra palabra, Sera se desvaneció en el aire. Lucifer se quedó en silencio un momento, estudiando a Alastor. El doncel se mantenía inmóvil, su respiración apenas audible, y aunque intentaba parecer calmado, el miedo era evidente.

Lilith, por su parte, se deslizó hacia él con una gracia hipnótica. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y simpatía, y cuando estuvo frente a Alastor, lo observó durante unos segundos antes de hablar.

—¿Estás asustado? —preguntó, pero su tono no era acusatorio, sino casi cálido.

Alastor se atrevió a levantar la mirada brevemente. Un destello de temor cruzó por sus ojos, pero hizo un esfuerzo por responder.

—No... no estoy acostumbrado a este lugar. —dijo en un hilo de voz.

Lilith soltó una suave carcajada.

—No te preocupes, querido. Ningún ángel lo está. Pero si te quedas el tiempo suficiente, aprenderás a apreciarlo... o al menos a sobrevivir.

Lucifer, que había estado observando en silencio, finalmente se levantó de su trono. Su figura alta y oscura se movió hacia ellos, y aunque no mostraba ninguna hostilidad, su presencia era lo suficientemente intimidante.

—Bienvenido a mi dominio. —dijo simplemente—. Te adaptas o pereces. Esa es la única regla aquí.

Alastor asintió débilmente, y Lucifer se dio la vuelta, señalando a un demonio cercano que lo guiara a sus aposentos.

Los días pasaron, y Alastor vivió en una rutina de silencio. Aunque estaba lejos de ser maltratado, el ambiente del Infierno pesaba sobre él. Cada rincón, cada sombra parecía recordarle dónde estaba. No obstante, algo lo mantenía con vida, algo profundo y oculto dentro de él.

Lilith, a menudo lo visitaba, y con el tiempo, el doncel comenzó a relajarse ligeramente en su presencia. Aunque Lucifer era distante y frío, Lilith tenía una forma de hablarle que le brindaba cierto consuelo. Incluso en el Infierno, había un tipo extraño de camaradería entre ellos. Lilith no lo presionaba, pero su intuición le decía que Alastor guardaba un secreto.

Una noche, mientras caminaba por los pasillos oscuros del castillo, Alastor sintió un dolor punzante en su vientre. Se detuvo, cerrando los ojos y apoyando una mano contra la fría pared de piedra. El dolor no era nuevo, pero se estaba volviendo más frecuente.

Con pasos pesados, se dirigió a su habitación, asegurándose de que nadie lo siguiera. Cerró la puerta tras de sí y se acercó al espejo que colgaba en la pared. La tenue luz de las antorchas apenas iluminaba la habitación, pero lo suficiente para que pudiera ver su reflejo.

Con manos temblorosas, se levantó la túnica. Frente a sus ojos, lo que había intentado negar durante semanas se hacía evidente: su vientre, antes plano, ahora mostraba una curva suave y redondeada.

—No... —murmuró para sí mismo, llevando una mano a su vientre con delicadeza—. ¿Cómo...?

El espejo reflejaba su preocupación, su confusión. ¿Cómo podía haber permitido que esto sucediera? ¿Qué dirían los reyes si lo descubrían? El terror lo invadió. Sabía que su cuerpo estaba cambiando, y aunque trataba de ocultarlo, pronto sería imposible disimularlo.

—No pueden saberlo... —susurró, cerrando los ojos con fuerza mientras sentía el peso de la situación. Cada noche se enfrentaba a la misma imagen, y cada noche su vientre crecía un poco más.

El sonido de un golpe en la puerta lo sacó de su ensimismamiento. Alastor bajó rápidamente su túnica y se apresuró a abrirla. Era Lilith, que lo miraba con una sonrisa juguetona en los labios.

—¿Te interrumpo algo? —preguntó, levantando una ceja.

Alastor negó con la cabeza, aunque su corazón latía con fuerza. Lilith entró en la habitación sin esperar una invitación y se acercó a él.

—Te ves... cansado. —comentó, aunque su tono indicaba que había notado algo más—. ¿Estás bien, querido?

—Estoy bien. —respondió Alastor, esforzándose por mantener la compostura—. Solo... necesito descansar.

Lilith lo miró con ojos escrutadores, pero no dijo nada más. Sabía cuándo alguien estaba ocultando algo, pero también sabía cuándo no era el momento de presionar.

—Descansa, entonces. —dijo finalmente—. Mañana será otro día.

Cuando Lilith salió de la habitación, Alastor dejó escapar el aliento que había estado conteniendo. Sabía que no podía seguir ocultando su secreto por mucho más tiempo. Pero hasta entonces, haría todo lo posible por disimularlo. Y cada noche, seguiría observándose en el espejo, recordándose que, por ahora, debía mantenerlo escondido.

Mientras tanto, Lucifer observaba desde las sombras, sin decir una palabra, pero con la creciente sensación de que había algo en el comportamiento de Alastor que no terminaba de cuadrar. Pero el Diablo sabía esperar. Si había algo que descubrir, el tiempo se lo mostraría.

Y Alastor... solo podía rezar para que el tiempo estuviera de su lado.

⋅˚₊‧ ❝ 𝗕𝗜𝗘𝗡𝗩𝗘𝗡𝗜𝗗𝗢 𝗔𝗡𝗚𝗘𝗟𝗜𝗧𝗢 ❞ ┃AppleRadio ‧₊˚ ⋅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora