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Lucifer regresaba a su castillo tras una agotadora reunión con el Cielo, las sombras envolviéndolo mientras su semblante oscurecido reflejaba su creciente frustración

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Lucifer regresaba a su castillo tras una agotadora reunión con el Cielo, las sombras envolviéndolo mientras su semblante oscurecido reflejaba su creciente frustración. Las negociaciones no habían ido bien, y los ángeles seguían insistiendo en la entrega de su hija, Aimee, como si tuvieran algún derecho sobre ella. Cada vez que oía sus exigencias, una ira incontrolable se acumulaba en su pecho. ¿Cómo se atrevían a reclamarla? Aimee era suya, de ellos, y no permitiría que nadie, ni siquiera los cielos, se la llevara.

El pesado portón del castillo se cerró tras él con un fuerte eco, y Lucifer dejó escapar un largo suspiro, deseando borrar de su mente la odiosa reunión. Pero antes de que pudiera siquiera quitarse el manto, un pequeño grito de alegría rompió el silencio del vestíbulo.

—¡Papi! —La voz dulce y cristalina de Aimee resonó por toda la sala, llena de emoción. La pequeña figura de cinco años corrió hacia él con una energía que parecía no agotarse nunca, sus alas doradas extendidas mientras su cola de venado revoloteaba tras ella.

Lucifer se giró justo a tiempo para atraparla en sus brazos, y la sonrisa que se extendió por su rostro fue instantánea. Cualquier rastro de tensión que aún quedaba se evaporó en el momento en que la sintió abrazada contra su pecho. Su hija, la pequeña luz en su vida, lograba desarmar cualquier barrera que el Diablo mismo levantara.

—Aimee. —murmuró con una mezcla de cariño y alivio, levantándola en el aire para darle vueltas, haciendo que la niña riera con alegría. Su risa era una melodía que siempre lograba calmar su tormento interno.

Lucifer la abrazó con fuerza antes de besarle la frente y bajarla de nuevo, aunque Aimee seguía aferrada a su capa, como si no quisiera dejarlo ir.

—¿Cómo estuvo tu día, papi? —preguntó con sus grandes ojos curiosos, sus orejas de venado temblando mientras esperaba ansiosa su respuesta.

Antes de que pudiera responder, una figura familiar apareció en la entrada del salón. Alastor, con su habitual gracia y calma, caminaba hacia ellos. Su túnica, ajustada pero suelta en los lugares correctos, dejaba entrever el leve abultamiento de su vientre de dos meses. Estaba embarazado de nuevo, y aunque solo había pasado poco tiempo, Lucifer ya había notado los cambios sutiles en su esposo. Pero lo que más captaba su atención en ese momento no era solo el hecho de que Alastor estuviera esperando a su segundo hijo, sino el delicioso aroma que lo rodeaba: el dulce olor a pay de manzana, cálido y reconfortante.

Alastor sonrió, esa sonrisa tranquila y amorosa que siempre lograba devolverle la paz a Lucifer.

—Cariño. —dijo Alastor con suavidad, acercándose a su esposo con una ternura que derretiría cualquier corazón, incluso el del Diablo mismo. Alzó una mano y, con un gesto familiar, le acarició la mejilla antes de inclinarse para besarlo. Fue un beso suave, pero lleno de significado, el tipo de beso que desterraba cualquier vestigio de estrés.

Lucifer cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, por el dulce sabor de Alastor y el aroma a manzana que lo envolvía. Sentía cómo la energía volvía a él, disipando por completo el mal humor que lo había acompañado desde su encuentro con los ángeles.

—¿Qué tal estuvo la reunión? —preguntó Alastor con un tono suave, aunque sus ojos mostraban una comprensión profunda.

Lucifer soltó un bufido mientras envolvía a Alastor por la cintura, acercándolo más a él. Pudo sentir el leve abultamiento de su vientre presionando contra su propio cuerpo, recordándole el nuevo miembro que venía en camino. A pesar de todo el caos en su vida, este nuevo embarazo traía una calma inesperada.

—Los mismos idiotas de siempre. —dijo con cansancio, sin soltar a Alastor ni a Aimee—. Siguen insistiendo en que les entregue a Aimee. Como si alguna vez fuera a pasar.

Alastor frunció ligeramente el ceño, sus ojos brillando con determinación. Aunque era dulce y relajado por naturaleza, cuando se trataba de su familia, nadie podía igualar su fuerza de voluntad.

—No la tendrán. —dijo Alastor con firmeza, colocando una mano sobre el pecho de Lucifer—. Aimee es nuestra, y nadie tiene derecho sobre ella.

Lucifer asintió, su cuerpo relajándose aún más al sentir el apoyo inquebrantable de su esposo. Aimee, ajena a la seriedad de la conversación, simplemente sonrió mientras se aferraba a la capa de su padre.

—Mamá hizo pay de manzana, papi —interrumpió alegremente, su pequeño rostro iluminado por la emoción—. ¡Y está delicioso!

Lucifer sonrió y le acarició el cabello, dejando que el calor familiar lo envolviera.

—Entonces debo probarlo. —dijo, fingiendo dramatismo mientras le guiñaba un ojo a Alastor—. Si mi reina lo ha preparado, no puedo negarme.

Alastor rió suavemente, su mano aún descansando en la mejilla de Lucifer. Sus dedos se deslizaron hacia el dorado cabello del Diablo, acariciándolo con la misma ternura de siempre. Lucifer cerró los ojos, disfrutando del contacto, sintiendo cómo sus tensiones se disolvían poco a poco. Había algo en Alastor, en su toque, en su presencia, que lo hacía sentir completo, incluso en los peores días.

—Vamos a cenar entonces. —dijo Alastor, tomando suavemente la mano de Lucifer—. Lilith ha estado esperando también.

Lucifer soltó una risa baja mientras tomaba la mano de Aimee en una y la de Alastor en la otra, guiándolos hacia el comedor.

Mientras caminaban juntos, el peso de las negociaciones y las demandas del Cielo ya no importaban. Lo único que importaba en ese momento era su familia. Entre Aimee, siempre tan llena de vida, y Alastor, la reina del Infierno, el centro de su universo, Lucifer supo que, pase lo que pase, no había nada que no pudiera enfrentar si los tenía a su lado.


Me dio pereza hacer el nacimiento de Charlie, ¡pero disfruten!

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