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Pasaron los días, y aunque Lucifer mantenía su habitual compostura ante Alastor, la tensión entre ellos era palpable

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Pasaron los días, y aunque Lucifer mantenía su habitual compostura ante Alastor, la tensión entre ellos era palpable. El Diablo no podía dejar de observar al doncel, aunque lo hiciera de manera sutil, cuidándose de no ser descubierto. A medida que el tiempo avanzaba, sus interacciones comenzaron a cambiar de manera sutil. Las palabras que intercambiaban, aunque pocas, llevaban una carga que ninguno de los dos podía ignorar.

Una tarde, Lucifer se encontró solo en el gran salón, revisando documentos sobre sus múltiples dominios. La puerta se abrió lentamente, y Alastor entró con su habitual timidez. Llevaba una túnica ligera, de un blanco puro, que contrastaba con la opulencia oscura de su entorno. Sus pasos eran silenciosos, casi como si temiera interrumpir.

—Señor Lucifer. —dijo Alastor, su voz apenas un murmullo, pero lo suficientemente clara para ser escuchada.

Lucifer levantó la vista, con el ceño ligeramente fruncido al principio, pero se suavizó al ver al doncel frente a él. Sus ojos recorrieron la figura de Alastor sin siquiera disimularlo, notando cómo la túnica apenas ocultaba las delicadas curvas de su cuerpo.

—Alastor. —respondió con una voz profunda y calmada—. ¿A qué debo tu visita?

Alastor se acercó con cuidado, sosteniendo en sus manos un cuenco pequeño, lleno de flores blancas. Era una ofrenda de Sera, un detalle que Alastor solía entregar en silencio. Pero esa tarde, algo en su manera de moverse parecía más inquieto, como si llevara consigo una carga invisible.

—Vengo a traer las flores que pidió la señora Lilith. —explicó, depositando el cuenco sobre la mesa—. Pero también quería agradecerle por su hospitalidad. Sé que... no es fácil tener a alguien como yo aquí.

Lucifer observó el rostro de Alastor, notando cómo sus mejillas se encendían con un leve rubor al hablar. El Diablo se recostó en su trono, cruzando una pierna sobre la otra, sin apartar la vista del doncel.

—No es tan difícil como crees. —respondió con una leve sonrisa que apenas mostraba—. Aunque debo admitir que no esperaba que te adaptaras tan bien al Infierno.

Alastor se estremeció levemente, aunque no tanto por las palabras, sino por el tono. Había algo en la forma en que Lucifer lo miraba, algo que lo hacía sentir expuesto de una manera diferente. Aun así, trató de mantener la compostura.

—Aún me cuesta... en algunas cosas. —Sus ojos se desviaron por un momento, como si quisiera evitar la mirada penetrante del Diablo. Pero volvió a levantar la vista, encontrándose con los ojos rojos de Lucifer—. Pero he tenido ayuda... suya, y de la señora Lilith.

Lucifer asintió lentamente, inclinándose hacia adelante. Había algo en la fragilidad de Alastor que lo atraía sin remedio.

La leve curva en su vientre, que aunque apenas perceptible, comenzaba a hacerse más evidente, no pasaba desapercibida para él. Sin embargo, por el momento, Lucifer decidió ignorar esa observación. Sus ojos bajaron brevemente hacia los hombros de Alastor, expuestos bajo la tela ligera, recordando aquella noche en que lo había visto dormido, tan vulnerable, tan... hermoso.

—No subestimes tu propia fuerza, Alastor. —dijo Lucifer, con un tono más suave, casi íntimo—. Eres más fuerte de lo que piensas. Más de lo que aparentas.

El doncel pareció sorprenderse por la afirmación, sus ojos se abrieron un poco más, como si aquellas palabras hubieran tocado una parte de él que solía mantener oculta. Dio un pequeño paso hacia atrás, incómodo con el calor que sentía en su pecho.

—Yo... no sé si eso es cierto, mi señor. —contestó con una sonrisa nerviosa.

Lucifer se levantó entonces de su trono, caminando lentamente hacia el doncel, sus botas resonando ligeramente contra el mármol del suelo.

Alastor no se movió, pero su respiración se aceleró levemente al ver cómo el imponente cuerpo de Lucifer se acercaba más. Cuando el Diablo estuvo frente a él, inclinó ligeramente la cabeza, dejando que su mirada se fijara profundamente en los ojos rojos del ángel.

—Es cierto. —insistió Lucifer en un tono más bajo, cargado de una gravedad que hacía que las palabras vibraran en el aire—. No deberías dudar de eso.

Alastor tragó saliva, sintiendo el calor de Lucifer tan cerca, su presencia envolvente lo hacía sentirse diminuto, pero también seguro, de una manera que no comprendía del todo.

El Diablo levantó una mano, extendiéndola hacia él, pero en lugar de tocarlo, la dejó suspendida en el aire, a apenas unos centímetros de su mejilla, como si quisiera traspasar una barrera invisible.

—Eres... diferente. —murmuró Lucifer, sus ojos recorriendo el rostro de Alastor—. Desde el primer momento lo supe.

El corazón de Alastor latía con fuerza en su pecho. Sentía la cercanía de Lucifer como una ola que lo envolvía, pero al mismo tiempo, su mente se resistía. Era el Diablo. Estaba en el dominio del Infierno, y la cercanía de Lucifer... debería asustarlo. Sin embargo, no era miedo lo que lo recorría en ese momento. Era otra cosa.

—No sé a qué se refiere. —dijo Alastor en un susurro, casi como si quisiera convencerse a sí mismo.

Lucifer sonrió apenas, su expresión enigmática.

—Lo descubrirás con el tiempo. —Sus palabras resonaron como una promesa. Luego, con una lentitud deliberada, retiró su mano, aunque su mirada nunca se apartó de Alastor—. Pero no tienes que temerme. No haré nada que no quieras.

Alastor no pudo evitar sentir una mezcla de alivio y una especie de anhelo que no sabía cómo explicar. Por un momento, el aire se volvió pesado entre ellos, cargado de una tensión que no necesitaba palabras. Y aunque Lucifer se retiró un paso, la sensación de su cercanía aún lo envolvía.

—Deberías descansar. —dijo Lucifer finalmente, rompiendo el silencio con una voz suave—. La noche es fría, y no quiero que enfermes.

Alastor asintió rápidamente, sin encontrar las palabras adecuadas para responder. Dio un pequeño paso atrás, inclinando la cabeza en una reverencia apresurada antes de girar y dirigirse hacia la puerta. Pero antes de salir, se detuvo, volteando la cabeza ligeramente para mirarlo una última vez.

—Gracias... mi señor. —susurró, y luego desapareció por la puerta.

Lucifer se quedó en el gran salón, mirando el espacio vacío que Alastor había dejado atrás. Sabía que algo había cambiado entre ellos, algo que era más fuerte de lo que cualquiera de los dos estaba dispuesto a admitir. Pero lo que fuera, lo tomaría con el tiempo. Porque ahora, más que nunca, Alastor le pertenecía, aunque aún no lo supiera completamente.

⋅˚₊‧ ❝ 𝗕𝗜𝗘𝗡𝗩𝗘𝗡𝗜𝗗𝗢 𝗔𝗡𝗚𝗘𝗟𝗜𝗧𝗢 ❞ ┃AppleRadio ‧₊˚ ⋅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora