Capítulo 20 - Tensión en el Norte

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La sala principal de Winterfell estaba tan llena como Hadrian había visto en años. Los estandartes de las casas norteñas, desde los osos de los Mormont hasta los ciervos de los Karstark, ondeaban en las paredes, y el ambiente era tan tenso como el aire antes de una tormenta. Los señores del Norte estaban enfurecidos, y con razón. El ataque de la Ciudadela no solo había sido un desafío directo a los Stark y a la corona, sino que había sido un insulto al Norte entero. Y Hadrian sabía que aplacar aquella furia sería un reto monumental.

Hadrian estaba sentado en el trono de Winterfell, con su capa gris oscuro cayendo por sus hombros, adornada con el emblema de la Casa Stark, el lobo huargo plateado que representaba su deber de proteger al Norte. A su derecha, Rhaegar se encontraba de pie, su mirada penetrante escudriñando la sala, mientras mantenía una calma calculada. A su izquierda, Ned y Ben Stark, con la misma tensión palpable que los demás norteños. Detrás de ellos, los señores del Norte discutían acaloradamente.

Jorah Mormont, con sus grandes brazos cruzados, fue el primero en hablar. "Esto es una afrenta que no podemos dejar pasar. Los maestres nos han subestimado demasiado tiempo. ¡Sugiero que reunamos nuestras fuerzas y marchemos sobre la Ciudadela! ¡Arrasemos sus muros y acabemos con su poder!" Su voz resonó en la sala, y más de un puñado de señores asintieron en señal de aprobación.

"Jorah tiene razón," intervino Galbart Glover, un hombre de mediana edad con una barba espesa y gris. "No podemos mostrar debilidad. Si permitimos que la Ciudadela ataque nuestro hogar, ¿qué nos impide que otros intenten lo mismo?"

Hadrian escuchaba, su rostro impasible. Sabía que cada palabra que dijera en ese momento sería decisiva.

"Un ataque contra el Norte es un ataque contra todos nosotros," continuó Rickard Karstark, su rostro endurecido por los años y el frío. "El Norte siempre ha sido fuerte porque se une en tiempos de crisis. No podemos ignorar lo que ha sucedido."

"Y no lo haremos," dijo Hadrian, levantándose de su asiento con calma, pero con una autoridad indiscutible. La sala se silenció al instante. "Pero tampoco podemos lanzarnos a una guerra sin considerar las consecuencias. Un ataque directo a la Ciudadela no solo destruiría la poca estabilidad que queda en el reino, sino que nos convertiría en los agresores."

Jorah frunció el ceño. "¿Entonces qué propones, Hadrian? ¿Que nos quedemos de brazos cruzados mientras los maestres conspiran para destruirnos?"

Hadrian se acercó a Jorah, su mirada firme. "No sugiero eso. Pero si atacamos la Ciudadela ahora, perderemos el apoyo de aquellos que aún confían en el Norte. Debemos demostrar que no somos solo lobos rabiosos que actúan por instinto. El Norte es más que fuerza; es sabiduría y estrategia."

Galbart Glover golpeó la mesa. "¿Y qué estrategia es esa? ¿Dejar que sigan planeando?"

Hadrian negó con la cabeza. "No, debemos exponer a la Ciudadela por lo que es: una institución que manipula en la oscuridad. Si logramos mostrar al resto de los reinos que los maestres son una amenaza para todos, no solo para el Norte, entonces no estaremos luchando esta guerra solos."

"¿Y cómo sugieres hacer eso?" preguntó Karstark, con los brazos cruzados, escéptico.

"Lo primero es investigar a fondo lo que sucedió," respondió Hadrian. "Sabemos que los hombres que enviaron no eran solo soldados, eran enviados entrenados para desestabilizarnos. Si los rastreamos, podemos descubrir quién está detrás de estos ataques y usar esa información en su contra."

Rhaegar, que había permanecido en silencio hasta entonces, intervino con voz solemne. "Estoy de acuerdo con Hadrian. Arrasar la Ciudadela podría provocar que otras facciones del reino vean al Norte y a la Corona como amenazas. Mi padre perdió el respeto de los señores del reino porque no pensaba antes de actuar. Yo no cometeré el mismo error."

Entre Magia y Dragones: El Renacimiento de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora