Capítulo 2

85 19 4
                                    

Eir estaba ansiosa de volver a casa luego de una semana de estar fuera para ir a seminarios y conferencias. Como especialista en cardiología, ella prefería estar al día y actualizada con cada avance que se daba en la medicina para poder ayudar a sus pacientes.

Eir estaba fascinada por lo que el corazón podía hacer por el cuerpo humano, una pequeña maquina compuesta de musculo y carne, fuera capaz de hacer que todo lo que había en nuestro organismo funcionara como un reloj. Una máquina que no necesitaba batería ni electricidad, un órgano fuerte, pero al mismo tiempo tan débil y romántico. Y lo relacionaba a lo romántico porque el corazón siempre era el símbolo de amor para los enamorados y Eir creía que muchas personas enfermaban del corazón por amor.

Exactamente como el de la piloto, a sus casi treinta y seis años, Eir sabía diferenciar una enfermedad congénita o degenerativa a una causada por decepciones amorosas. No todas las personas las sufrían, solo unas cuantas, solo aquellas personas sensibles y soñadoras que realmente creen en el sentimiento del amor y en la otra persona.

Pero Eir era de las que estaban justo en el medio, aunque más bien se consideraba fría y no tan entregada, amaba su trabajo, pero no amaba con la misma intensidad a Cadence, una guapa pelirroja de cabello ondulado de ojos de gato, que calentaba su cama todas las noches desde hacía tres años, pero que últimamente venía notando menos apasionada e interesada por ella, Eir casi podía estar segura de que cuando llegaba a casa luego del trabajo, podía percibir el ligero aroma de un perfume que no era de ella y mucho menos el de Cadence.

Cuando llegó a la puerta l apartamento, dio un suspiro, llena de alivio al encontrarse en su hogar y que le pediría a Cadence que le diera un masaje, ese que su mujer sabía hacer muy bien y que le relajaba todos los músculos de la espalda.

Al entrar y llegar a la primera estancia, se encontró con un bolso que no era de ninguna de sus pocas amigas y mucho menos de Cadence. No había nadie a la vista y pensó que probablemente se hallaban en la cocina, así que fue hacia allí, pero tampoco encontró a nadie. Sin embargo, escucho murmullos provenientes de su habitación y no tan solo murmullos, aquello era algo mucho más que eso. Con el corazón en un puño, experimentando encontrarse como en otra dimensión siendo otra persona, se dirigió hacia la habitación que compartía con su pareja de hacía cuatro años.

Con la mano temblorosa, abrió suavemente la puerta deseando no ver lo que sus oídos escuchaban cada vez más con más claridad. Entonces la escena de Cadence devoraba el sexo de la otra mujer que yacía desnuda y con los ojos cerrados disfrutando de lo que hasta en ese entonces mujer le hacía.

Eir sintió que iba a desmayarse, que se le revolvía el estómago y que sufría una terrible arcada, pero que su ira la llevó a tragarse todo lo que sentía para acercarse hasta la cama en donde las dos mujeres aun ignoraban su presencia.

― ¿Esto es lo que haces cuando yo no estoy? ― le preguntó Eir a Cadence tomándola de los cabellos con toda esa furia.

Cadence por un momento había pensado que era su amante, pero ahora que tenía de frente la mirada furiosa de Eir, sabía que estaba perdida. De soslayo miró como Ebba se apresuraba a cubrirse, aprovechando que la ira de Eir recaía por el momento solo en ella.

― ¡Contéstame! ― le gritó levantando una mano para golpearla, pero al final caía a su costado sin fuerza y la soltaba de los cabellos.

Cadence nunca la había visto tan enojada y fuera de sí, pero comprendía que aquello no era la mejor manera de darle la bienvenida luego de varios días de estar fuera. Eir le recordó a Cadence a un toro bravo, podía jurar que casi bufaba por la nariz y con todo ese derecho que le concedía vivir en aquel apartamento. Se dio la espalda y permitió que las amantes se vistieran.

El hilo que todo lo cose Donde viven las historias. Descúbrelo ahora