Era una mañana soleada, pero la ansiedad pesaba sobre los hombros de Shoto. Hoy era el día en que tendría que llevar a Takeshi a su primera inyección, y aunque había visto a su hijo enfrentar varias cosas como un bebé fuerte, no podía evitar sentirse nervioso. No sabía cómo reaccionaría el pequeño.
Con Takeshi bien abrigado en sus brazos, Shoto caminaba hacia la clínica pediátrica en la U.A., un lugar que ofrecía servicios básicos para los estudiantes con hijos o aquellos que necesitaban atención médica durante sus estudios. Takeshi miraba a su alrededor, curioso, sin darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder.
─ Espero que todo salga bien ─murmuró Shoto, mientras acariciaba la cabeza del bebé, quien balbuceaba felizmente, ajeno a la preocupación de su padre.
Llegaron al consultorio, y una amable enfermera los recibió. Takeshi, todavía en brazos de Shoto, comenzó a mover sus manitas, observando las luces del lugar. Lo pesaron y midieron, algo que no le molestaba, y luego lo sentaron en una pequeña camilla mientras la enfermera preparaba la jeringa.
Shoto trataba de mantenerse calmado, pero al ver la aguja, no pudo evitar tensarse. Takeshi, mientras tanto, miraba a su padre con ojos grandes y brillantes, completamente tranquilo. Shoto deseaba poder mantener esa calma por un poco más de tiempo.
─ Todo está bien, Takeshi ─susurró, acariciándole la mejilla, tratando de calmarse a sí mismo más que al bebé.
La enfermera se acercó con una sonrisa tranquilizadora.
─ Será rápido, no te preocupes. Los bebés suelen llorar solo por unos minutos. Después todo estará bien.
Shoto asintió, y se preparó mentalmente. Sostuvo la manita de Takeshi mientras la enfermera se inclinaba para administrar la inyección en su pequeño brazo.
El pinchazo fue rápido, pero el efecto fue inmediato. Takeshi, quien había estado tranquilo hasta ese momento, de repente frunció el ceño y comenzó a llorar con fuerza. Su carita se puso roja mientras las lágrimas brotaban sin control.
Shoto lo levantó rápidamente, sosteniéndolo cerca de su pecho.
─ Lo siento, pequeño. Ya pasó, ya pasó ─dijo en voz baja, balanceándolo suavemente para calmarlo.
Takeshi seguía llorando, aferrándose a la camisa de Shoto con sus diminutas manos. El llanto era desgarrador, y aunque la enfermera le dijo que era normal, Shoto no pudo evitar sentir un nudo en el estómago.
─ Lo estás haciendo muy bien ─dijo la enfermera, mientras colocaba una pequeña curita en el brazo de Takeshi─. Es solo por un momento. Pronto se olvidará del dolor.
Shoto asintió, agradeciendo en silencio las palabras de la enfermera. Siguió acunando a Takeshi, quien poco a poco comenzó a calmarse, aunque seguía sollozando de vez en cuando. Después de unos minutos, el pequeño empezó a quedarse dormido en el pecho de su padre, agotado por el llanto.