Orden, belleza, amabilidad , alegría, amorLas semanas posteriores a la revelación de la mudanza fueron un torbellino de emociones y preparativos. Las cajas empezaron a acumularse en cada rincón de la casa, y las conversaciones familiares giraban en torno a cosas como "visados", "nuevas oportunidades" y "adaptarse a un nuevo lugar". Kelly escuchaba esas palabras sin entenderlas del todo, pero cada una de ellas le pesaba, porque todas implicaban un cambio, y ese cambio significaba dejar todo lo que amaba atrás.
Alan, por su parte, seguía yendo a su casa casi todos los días después de la escuela. Ambos se aferraban a esa rutina, como si al mantenerla pudieran detener lo inevitable. Pero a medida que la fecha de la mudanza se acercaba, la tristeza se hacía más evidente en ambos. Las risas compartidas eran más breves, y las conversaciones sobre su "gran aventura final" se hacían cada vez más difíciles de evitar.
Un viernes por la tarde, Kelly y Alan decidieron que ya era hora. Si iban a tener una última aventura antes de que ella se fuera, debía ser épica, una historia digna de recordar para siempre. Se reunieron en el parque donde solían jugar, bajo el roble gigante que había sido testigo de tantas de sus hazañas imaginarias.
—Hoy es el día, Kelly —dijo Alan con determinación, sus ojos brillando con esa mezcla de tristeza y emoción que ambos compartían—. Hoy vamos a hacer algo que nadie podrá olvidar.
Kelly lo miró, sus manos temblando ligeramente. Sabía que esta aventura sería especial, pero también que marcaría el final de una era. Quería que fuera perfecta, que fuera todo lo que Alan imaginaba y más, pero la incertidumbre sobre el futuro nublaba sus pensamientos.
—¿Estás lista? —preguntó él, sonriendo de una manera que intentaba ser alentadora.
Kelly asintió, intentando sonreír de vuelta. Se agarró a ese momento con todas sus fuerzas, sabiendo que el tiempo que le quedaba con Alan era cada vez más corto.
Alan sacó de su mochila una hoja de papel cuidadosamente doblada y se la mostró a Kelly.
—Hice un mapa —anunció con orgullo, desplegándolo ante ella—. Este es el parque, aquí está el roble, y esta es la cueva del dragón —dijo señalando un arbusto particularmente grande en la esquina más lejana del parque.
Kelly sonrió al ver el detalle que Alan había puesto en el dibujo. Él siempre tenía una imaginación vívida, y su capacidad para convertir lo ordinario en extraordinario era algo que ella admiraba profundamente.
—Entonces, ¿qué hacemos primero? —preguntó Kelly, sintiendo que algo dentro de ella se tranquilizaba al ver la emoción de Alan.
—Primero, tenemos que encontrar la espada mágica —explicó Alan con seriedad, señalando una parte del mapa—. Está escondida en el viejo tobogán, y sin ella no podremos derrotar al dragón.
Ambos corrieron hacia el viejo tobogán del parque, donde solían deslizarse cuando eran más pequeños. El metal estaba oxidado en algunas partes, pero para ellos, seguía siendo un portal hacia mundos lejanos. Alan se agachó debajo de la estructura y sacó un palo largo que había colocado allí antes de su llegada.
—Aquí está —dijo, levantando el palo con solemnidad—. La Espada de la Luz.
Kelly tomó el palo con reverencia, sabiendo que aunque no fuera más que un trozo de madera, en sus manos representaba algo mucho más grande. Era un símbolo de su amistad, de todas las batallas que habían librado juntos contra enemigos imaginarios y de las aventuras que ya no podrían tener.
—Ahora vamos a la cueva —dijo Alan, liderando el camino hacia el arbusto—. El dragón está escondido, pero con la espada, lo podemos derrotar.
Kelly lo siguió, intentando concentrarse en el juego, en esa última misión que tenían por delante. Pero su mente vagaba hacia lo que venía después: la mudanza, el adiós a Alan, el hecho de que nunca más volverían a este parque juntos.
Cuando llegaron al arbusto, Alan se detuvo y señaló con dramatismo hacia el interior.
—Ahí está —susurró, como si realmente pudiera ver al dragón rugiendo en su guarida—. ¡Es enorme!
Kelly alzó la espada y, con una sonrisa melancólica, asintió.
—Vamos a derrotarlo juntos —dijo.
Ambos se abalanzaron sobre el arbusto, gritando como guerreros valientes, enfrentando a un enemigo invisible. Las risas y los gritos resonaban por todo el parque, mientras simulaban ataques y defensas, rodeados solo por su imaginación y el inquebrantable lazo que los unía.
Finalmente, después de varios minutos de "batalla", Alan cayó al suelo, jadeando y riendo al mismo tiempo.
—¡Lo hicimos! —exclamó, mirando a Kelly con una sonrisa triunfante—. Hemos derrotado al dragón.
Kelly se dejó caer a su lado, con el pecho agitado por la emoción y el esfuerzo. Pero a diferencia de Alan, no podía compartir completamente su alegría. Algo en su interior la hacía sentir como si, en lugar de haber ganado una batalla, estuviera perdiendo una guerra.
—Sí, lo hicimos —respondió, intentando que su voz no temblara.
Se quedaron en silencio por un rato, tumbados en la hierba, mirando el cielo que comenzaba a teñirse de colores cálidos con el atardecer. Kelly sabía que este momento, este día, sería uno de los últimos que compartirían antes de su partida.
—¿Crees que podremos seguir siendo amigos, aunque estés tan lejos? —preguntó Alan de repente, rompiendo el silencio.
Kelly sintió un nudo en la garganta. Habían hablado de eso muchas veces, pero la pregunta seguía haciéndola sentir insegura. No quería perder a Alan, pero no sabía cómo podrían seguir siendo amigos cuando ella estuviera a miles de kilómetros de distancia, en un país completamente diferente.
—No lo sé, Alan —respondió honestamente, su voz apenas un susurro—. Pero lo que sé es que nunca te voy a olvidar.
Alan giró la cabeza para mirarla, y aunque aún era solo un niño, había algo en su mirada que parecía más maduro de lo que Kelly esperaba. Tal vez también lo entendía, tal vez sabía que, por mucho que quisieran, algunas cosas eran inevitables.
—Yo tampoco te voy a olvidar —dijo él, su voz firme—. Prometo que un día nos volveremos a ver, y cuando eso pase, será como si nunca nos hubiéramos separado.
Kelly sonrió, aunque sus ojos se llenaron de lágrimas. Quería creerle, quería pensar que su amistad era lo suficientemente fuerte para sobrevivir a la distancia, al tiempo, a todo lo que vendría. Pero, en ese momento, el miedo a lo desconocido era más fuerte que cualquier promesa.
—Te lo prometo —repitió Alan, y extendió su mano hacia ella.
Kelly dudó solo por un segundo antes de tomar su mano. Era un gesto simple, pero para ambos significaba mucho más que eso. Era una promesa de que, sin importar lo que pasara, siempre se tendrían el uno al otro, aunque la vida los llevara por caminos distintos.
El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, y con él, la última tarde que pasarían juntos en ese parque. Kelly sabía que cuando regresaran a casa, las despedidas serían inevitables, pero en ese momento, en ese pequeño rincón del mundo que solo pertenecía a ellos, el tiempo parecía detenerse.
Y aunque no lo sabían, ese instante quedaría grabado en sus corazones para siempre.
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Saturno>Lukas Urkijo ✓
Fanfiction¿Cómo sería la vida si fuéramos solo constelaciones en lugar de seres humanos? Pero lo más importante es: si lo fuéramos, ¿cómo nos enamoraríamos el uno del otro? ¿Podríamos sentir esos sentimientos? No lo sé, pero si eso existiera, tú y yo seríamos...