Prólogo

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Muchas cosas habían cambiado en los catorce años anteriores. Catorce años antes, Letizia y Cristina, su mejor amiga, eran inseparables, y Felipe, el hermano mayor de esta, era la sabrosa
delicia que Letizia ansiaba degustar desde los quince años.
Ahora, Cristina estaba a punto de casarse, y la fiesta de compromiso se celebraba en la extensa propiedad de su hermano. Felipe había prosperado mucho desde la última vez que Letizia lo había visto. Locamente enamorada, ante sus ojos se convirtió en universitario, y cuando los padres de Cristina y de él
murieron de repente, en el tutor responsable de su hermana pequeña y en el director de la empresa de su padre. Entonces era más inalcanzable que nunca. Cristina y Letizia no se habían visto mucho en los últimos años.
Letizia había ido a la universidad en Tennessee en tanto que Cristina
había perdido el rumbo. Habían intercambiado correos electrónicos
y «me gusta« en Facebook, pero llevaban mucho tiempo sin hablar.
Letizia se había sorprendido cuando Cristina la llamo, Desde este
Momento, la empresa de bodas de la que era copropietaria.

Cristina quería una boda rápida, a poder ser, antes de Navidad.
Estaban a principios de noviembre, y la empresa tenía reservados los catorce meses siguientes para bodas. Pero cerraban en Navidad y, como se trataba de una amiga, Letizia y las tres socias con las que dirigía la capilla acordaron introducir otra boda antes de las
vacaciones. La invitación de Letizia a la fiesta de compromiso llegó al día
siguiente, y allí estaba, con un vestido de fiesta, dando vueltas por la enorme casa de Felipe, repleta de invitados que no conocía. Eso no era del todo cierto. Conocía a la novia. Y cuando su mirada se cruzó con los ojos color cielo con los que había soñado siendo adolescente, recordó que también conocía a otra
persona.

–¿Letizia? –dijo Felipe al tiempo que, al haberla visto, atravesaba la sala llena de gente. Ella tardó unos segundos en hallar las palabras para responderle. Aquel no era el chico al que recordaba. Se había
convertido en un hombre de anchas espaldas que llenaban su cara, chaqueta, piel bronceada, ojos en los que se le formaban pequeñas arrugas al sonreír y una barba incipiente que le hubiera gustado tener a cualquier adolescente.

–Eres tú –dijo él sonriendo antes de abrazarla.
Letizia se preparó para el abrazo. No todo había cambiado. A Felipe siempre le había gustado dar abrazos. A ella, cuando era una adolescente enamorada, le encantaban esos abrazos, pero también los detestaba. Un escalofrío le recorría la espalda, y experimentaba
un cosquilleo en la piel. Cerró los ojos y aspiró su aroma.

–¿Cómo estás, Felipe? –preguntó ella cuando se separaron.
Letizia esperaba no haberse puesto colorada. Sentía que las mejillas le ardían, pero podía deberse al vino que llevaba bebiendo sin parar desde que había llegado a la fiesta.

–Estupendamente. Ocupado con el negocio del diseño de jardines, como siempre.

–Sigues dirigiendo la empresa de tu padre, ¿no?

Él asintió y en sus ojos apareció durante unos segundos un destello de tristeza reprimida.

«Muy bien, Letizia», pensó ella, «le recuerdas nada más empezar la muerte de sus padres».

–Estoy muy contento de que hayas podido hacer un hueco a la boda de Cris. Estaba empeñada en que la boda fuera allí.

–Es el mejor sitio –afirmó ella, y era verdad; en Nashville no había otro lugar como su capilla.

–Bien. Quiero lo mejor para el gran día de Cris. Por cierto, estás estupenda. Has madurado –observó él.

Letizia observó un destello de aprobación en sus ojos mientras le recorría con la mirada el ajustado vestido azul que su socia Amelia la había obligado a llevar esa noche. Pero estaba
contenta de que su amiga, una entendida en cuestiones de moda, la hubiera vestido. Miró la mano izquierda de Felipe: no llevaba anillo. En algún
momento le habían dicho que se había casado, pero el matrimonio no debía de haber funcionado, lo cual abría la noche a posibilidades más interesantes de las que había previsto.

–Tengo casi treinta años. Ya no soy una adolescente.

Felipe suspiró y volvió a mirarle el rostro.
–Menos mal. Me sentiría un viejo verde si lo fueras.

Letizia enarcó las cejas, llena de curiosidad. Estaba flirteando con ella. La inalcanzable fantasía podía estar al alcance de su mano. Tal vez hubiera llegado el momento de dar el salto que no había dado antes por cobardía.

–Verás, tengo que hacerte una confesión –se inclinó hacia él y le puso la mano en el hombro–. Estaba loca por ti cuando éramos adolescentes. Felipe sonrió de oreja a oreja.

–¿En serio?

–Pues sí –y no le importaría que esa vieja fantasía se hiciera realidad durante una noche
–. La fiesta se está acabando. ¿Quieres
que nos vayamos a un sitio tranquilo donde podamos hablar y ponernos al día?

Letizia había hablado en tono indiferente, pero su lenguaje corporal no lo era en absoluto. Observó que Felipe tragaba saliva con fuerza mientras consideraba la propuesta. Era atrevida, y ella lo sabía, pero tal vez no volviera a tener la oportunidad de hacerse una idea de cómo era Felipe Borbon.

–Me encantaría que nos pusiéramos al día, Letizia, pero, por desgracia, no puedo.

Letizia dio un largo trago de su copa de vino hasta apurarla y asintió intentando disimular el estremecimiento que le había producido su rechazo. De repente, volvió a tener dieciséis años y a
sentirse tan poco merecedora de la atención de Felipe como siempre.

–Qué pena. Ya nos veremos –dijo al tiempo que se encogía de hombros como si le hubiera propuesto algo sin importancia.

Dio media vuelta sonriendo con malicia, se abrió paso entre la multitud y se fue de la fiesta a toda prisa antes de tener que enfrentarse a otra situación violenta.

Una Erótica Fantasía*Adaptación*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora