Capitulo 10

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–Me parece increíble que casi hayamos terminado con la casa –dijo Letizia–. Has obrado milagros.

Felipe sonrió.
–Estoy muy satisfecho con el resultado.

–Es una pena que no puedas quedártela, con todo el trabajo que has realizado. No parece que tengas mucho aprecio a tu casa. Esta es mucho más adecuada para ti.

Probablemente fuese verdad, pero no la necesitaba.
–Puedo comprarme otra. Me gustaría que Iñaki y Cristina criasen a sus hijos aquí.

–¿Qué nos queda por hacer? –preguntó ella mirando a su alrededor.

–Tengo que sacar las cosas del despacho de mi padre. Lo he dejado para el final porque hay que revisar muchos papeles y ver qué voy a conservar. Espero que podamos tirar la mayor parte, pero no tengo ni idea de lo que hay en esos cajones.

–Pues pongámonos a ello.

Subieron juntos la escalera y Felipe abrió la puerta de la pequeña y polvorienta habitación que había estado evitando hasta el final. Encendió la luz, que iluminó el viejo escritorio de roble de la
pared del fondo. Tenía dos grandes cajones que contenían carpetas y documentos importantes para sus padres. Ocupaba casi todo el espacio.

Felipe tenía muchos recuerdos de su padre repasando facturas en aquel escritorio mucho antes de que Borbon
Landscaping pudiera permitirse una oficina propia o, mucho menos, su propio edificio de oficinas en el centro de la ciudad. Allí era donde su madre extendía cheques para pagar los recibos y atendía la correspondencia. No le gustaba mucho el correo electrónico, por
lo que siempre escribía a mano a su familia y a sus amigos. También había una gran estantería en una de las paredes, con todos los libros de su padre, que había sido un gran lector. Por la noche, le encantaba sentarse en su sillón frente al fuego a leer. Había muchos libros alineados en los estantes, y Felipe temía revisarlos. Aunque lo deseaba, no hacía falta que se quedara con todos, solo con un par de los preferidos de su padre.

–Yo me ocupo de la estantería y tú puedes empezar con los cajones –propuso él–. Podemos tirar todos los artículos de oficina.

Cada uno se dedicó a su tarea. Felipe llenó una papelera con bolígrafos a los que se les había secado la tinta y gomas elásticas que se rompían al agarrarlas. Después comenzó a revisar los cajones. Felipe halló con facilidad el libro preferido de su padre: La isla del tesoro.

Lo había leído y releído veinte veces. Que era su favorito se veía por la gastada encuadernación y los bordes quebradizos de las páginas. Lo dejó aparte para tenerlo en su estantería hasta que se lo dejara en herencia a sus hijos. Otros libros no eran tan
importantes.

Felipe separó rápidamente los libros que quería conservar de los que iba a donar. Con unos cuantos de estos en la mano, se
volvió y observó que Letizia estaba sentada inmóvil en la silla del escritorio. Su expresión indicaba que estaba destrozada.

–¿Qué te pasa, letizia?

Ella lo miró mordiéndose el labio inferior.
–Es que, esto… –se interrumpió y rebuscó entre los papeles–. He empezado a revisar los cajones. Parece que tu madre había presentado una demanda de divorcio.

A Felipe se le cortó la respiración. Dejó los libros en el escritorio antes de que se le cayeran.
–¿Qué? Has debido de leer mal.

Letizia le entregó una carpeta.
–Creo que no. Parece que tu madre la presentó dos años antes del accidente.

Felipe echó una rápida ojeada a los papeles y, por mucho que le doliera, llegó a la misma conclusión. Sin embargo, sus padres no se habían divorciado. ¿Qué era aquello? Se apoyó de espaldas en el escritorio intentando entenderlo.

Una Erótica Fantasía*Adaptación*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora