capítulo 3

53 10 16
                                    

Al cabo de unas cuantas horas en la casa, Felipe insistió en pedir pizza y Letizia acabó por acceder; estaba muerta de hambre. Mientras él se encargaba de pedir la comida, salió al patio trasero y se sentó en una de las viejas sillas. El aire era frío, pero daba gusto respirarlo.

Estaba agotada. Habían revisado cada habitación hablando de lo que se iba a conservar y lo que se iba a donar, así como de las reformas que eran necesarias. Le habían afectado los recuerdos y las emociones ligadas a la casa.

El matrimonio de los padres de Letizia se había acabado cuando ella tenía catorce años. El año anterior a la separación
había sido aún más duro para ella que lo que le siguió. La casa de Cristina había sido su santuario para protegerse de las peleas. Casi siempre estaba allí: después del colegio, los fines de semana, muchas noches a dormir… Ese lugar conservaba algunos de sus recuerdos más felices.

A los padres de Felipe no les importaba que estuviera allí. Letizia se imaginaba que sabían lo que sucedía en su casa e
intentaban protegerla en la medida de lo posible. Por desgracia, no podían protegerla de todo. No hubo nada que pudieran hacer para evitar que su padre se fuera de casa el día de Navidad, ni tampoco mientras libraban una batalla judicial de dos años. Después, cada uno volvió a casarse varias veces buscando
algo en el otro que no encontraban.

Oyó el timbre de la puerta y, unos segundos después, Felipe le gritó desde la cocina:

–La sopa está lista.

A regañadientes, Letizia se levantó y entró en la casa para enfrentarse a Felipe y a los recuerdos. En la mesa de la cocina había pizza caliente y una botella de vino blanco.

–¿También han traído el vino? –preguntó en tono seco. Añadir el vino a la pizza hacía que la cena se pareciera sospechosamente a la cita que antes había rechazado–. Si lo han hecho, quiero su número de teléfono. En pocos sitios te lo llevan a casa.

–No, estaba aquí –contestó él, como si fuera la bebida disponible más adecuada–. Estuve viviendo unas cuantas semanas después de romper con Eva. Y me sobró.

Cristina había contado a Letizia que Felipe se había divorciado a principios de año, pero no sabía mucho de los detalles. La boda había sido muy tranquila, y el divorcio, mucho más. Lo que Letizia sabía era que tenían un hijo.

–Siento lo de tu divorcio. ¿Ves a tu hijo con regularidad?

La sonrisa se borró del rostro de Felipe. Descorchó la botella y lanzó un profundo suspiro.

–No tengo ningún hijo.

Letizia se percató de inmediato de que se había adentrado en terreno prohibido. Y no sabía cómo retroceder.

–Ah, debí de entenderlo mal.

–No, lo entendiste perfectamente. Nicolás nació unas seis semanas después de casarnos – Felipe sirvió dos copas de chardonnay–. Nos divorciamos porque averigüé que Nicolás no era hijo mío.

A veces, Letizia detestaba tener razón en cuanto a las relaciones. Dio un largo trago de vino para disimular su
incomodidad.

–Lo siento mucho, Felipe.

Una sonrisa volvió a dibujarse en el rostro masculino, aunque parecía más forzada que la anterior.

–No lo sientas. Fue culpa mía. Cuando empezamos a salir, Eva me dejó muy claro que no quería casarse. Al decirme que  estaba embarazada, creí que cambiaría de opinión, pero no fue así.
Me parece que al final cedió porque yo no dejé de insistir. Debí de haberme dado cuenta entonces de que estaba cometiendo un error al obligarla a hacerlo.

Una Erótica Fantasía*Adaptación*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora